Artículo publicado en The Conversation (23/11/2023)
La violencia machista es uno de los problemas de mayor relevancia a nivel mundial debido a las repercusiones que genera. Este fenómeno representa una amenaza importante para la democracia y para la salud y el bienestar de las mujeres en todo el mundo, con independencia del origen étnico, la situación económica, la educación, la religión o la profesión.
Las mujeres no son las únicas víctimas de la violencia machista, ya que sus hijos e hijas también pueden llegar a serlo. Por ejemplo, en España el 85 % de los hijos de mujeres maltratadas presenciaron la violencia ejercida sobre sus madres y un 66 % sufrieron también maltrato directo, según los últimos datos.
Es un mito dentro de la violencia machista que la conducta violenta del agresor no es un riesgo para sus hijos e hijas. Más concretamente, pueden sufrir victimización directa cuando reciben la violencia o victimización indirecta cuando son testigos de la violencia que es ejercida hacia sus madres, o incluso cuando son manipulados por parte del agresor con el objetivo de posicionarlos en contra de la progenitora.
Ambas victimizaciones pueden ser un factor de riesgo en el desarrollo de niños y niñas, ya que pueden llegar a experimentar significativos daños cognitivos, conductuales, emocionales, físicos, psicológicos y sociales. Precisamente, una de las repercusiones que mayor alarma social está generando es el asesinato de las hijas o hijos como una de las formas más extremas de violencia machista.
El daño más extremo
Fue en el año 2012 cuando el término violencia vicaria comenzó a darse a conocer. Concretamente, para referirse a aquellas violencias dirigidas hacia la infancia con una clara intención de causarle un daño permanente, además de un dolor extremo, a la madre. Así, el agresor busca seguir perpetuando la violencia contra la mujer mediante la instrumentalización de los propios hijos o hijas, que dejan de ser personas para él y pasan a convertirse en un instrumento con el que hacer daño a la progenitora.
Se trata, por tanto, de una violencia secundaria dirigida única y exclusivamente a la mujer, ya que el agresor es consciente de que cualquier daño realizado de este modo es una forma de dañarla directamente.
Tal y como el Pacto de Estado contra la Violencia de Género explica, la violencia vicaria es “el daño más extremo que puede ejercer el maltratador hacia una mujer: dañar o asesinar a los hijos e hijas”, siendo el asesinato de los menores la punta del iceberg de este tipo de violencia.
Según la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, desde 2013 –primer año del que se dispone de datos– al 2022, 49 hijos e hijas menores de edad de mujeres víctimas de violencia machista han sido víctimas mortales de esta violencia.
El reto de la toma de conciencia social e institucional
La violencia vicaria es una de las manifestaciones más presentes entre las mujeres que han sufrido violencia machista y sobre la que existe un amplio margen de mejora en la atención prestada por las instituciones. Así lo muestra la información obtenida en las entrevistas a mujeres supervivientes de violencia machista y a profesionales de los servicios de ayuda, realizadas dentro del marco del proyecto europeo Improve, Improving Access to Services for Victims of Domestic Violence by Accelerating Change in Frontline Responder Organisations, que aspira a mejorar el acceso a los servicios disponibles desde una doble estrategia que atienda tanto a las necesidades de las supervivientes como a las dificultades del propio personal de los servicios a la hora de atenderlas.
A pesar de su prevalencia, la violencia vicaria sigue siendo difícil de identificar por parte de quienes la sufren debido al aún incipiente reconocimiento social. No suele ser hasta recibir ayuda terapéutica especializada en violencia de género cuando las mujeres llegan a identificar como violencia vicaria el sufrimiento que viven tanto ellas como sus hijas e hijos, sobre todo en torno a los procesos legales de separación y custodia.
Además, la falta de consideración de esta violencia, en ocasiones, por parte de profesionales y, especialmente, de la justicia, impacta de forma negativa en la salud de las mujeres y de sus hijas e hijos, en términos de estrés y miedo, además de una pérdida de confianza en las instituciones.
Así, las principales demandas de mejora de las supervivientes y profesionales entrevistados son, por una parte, la urgencia de escuchar a las hijas e hijos en evaluaciones y juicios y, por otra, la formación de las y los profesionales para la detección de la violencia vicaria en los procesos de custodia y mediación familiar.
La erradicación de todas las formas de violencia machista necesita de la socialización de las generaciones presentes y futuras en el respeto a los derechos de las mujeres.
Como manifiestan las mujeres y profesionales entrevistados, poner fin a la socialización de la infancia en entornos de violencia machista supone uno de los principales retos actuales para las instituciones y como sociedad.
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