Esta forma indirecta de desobediencia se observa a diario en las relaciones sociales en múltiples áreas, incluida la familia
Artículo publicado en El Correo – edición impresa (24/12/2023)
La expresión «agresión pasiva» parece un ejemplo de oxímoron, pues se suele asociar la palabra ‘agresión’ a una acción, física o verbal, que es directa y activa; de ahí que choquen esos dos términos juntos. Se refiere a unas conductas, no infrecuentes en las relaciones sociales, que pueden también llegar a constituir un estilo habitual de actuar de algunas personas.
William C. Menninger, psiquiatra del Ejército de Estados Unidos, observó durante la Segunda Guerra Mundial el comportamiento de algunos soldados que acataban las órdenes de los superiores, pero a la vez las desobedecían («desobediencia benigna»). No se oponían ni se mostraban desafiantes de forma abierta, pero expresaban su discrepancia a dichas órdenes con ineficiencia, olvidos, procrastinación, obstruccionismo, etc. Acataban las órdenes, pero sin cumplirlas. (Recuerda a la fórmula del Derecho castellano de la Baja Edad Media, aplicada en las colonias americanas: «obedézcase, pero no se cumpla»). Menninger utilizó la expresión «agresión pasiva» y pensó que estas conductas denotaban inmadurez y constituían una reacción al «estrés de la rutina militar». Por supuesto, no se trataba de un comportamiento limitado a aquel contexto bélico.
En la actualidad, el concepto de agresión pasiva ha sido bien acogido por la psicología popular, al margen de las precisiones de los especialistas sobre las alternativas al nombre y los criterios diagnósticos que lo definen. Su consideración también como un mecanismo de defensa lo ha ensanchado y aumentado sus aplicaciones a la vida social.
La agresión pasiva no es un trastorno mental, aunque en los casos más extremos puede afectar de forma importante al funcionamiento social, familiar y profesional de las personas implicadas. Se observa a diario en varias áreas de las relaciones sociales, sobre todo en las organizaciones e instituciones, relaciones laborales, familia, escuela, etc.
En las organizaciones e instituciones, algunas personas no desean realizar ciertas tareas, bien porque se consideran incapaces de realizarlas, no las consideran adecuadas ni justas, o bien porque se niegan a participar en un proyecto de innovación que resulta inaceptable. Si perciben que no son escuchadas, tal vez activen estas formas de desobediencia benigna, incluso reconociendo a la vez lo positivo de la tarea y mostrando su entusiasmo -solo aparente- hacia ella.
Puede ocurrir que uno de los participantes en una relación interpersonal estrecha, de amistad o de pareja, experimente creciente insatisfacción. Si no ve factible cortar la relación a través de una comunicación amigable, es posible que ponga en juego estrategias de agresión pasiva. Así, mostrará su insatisfacción en la relación de forma indirecta: llegar a las citas con retraso, desacuerdo en las opiniones, distracciones en la conversación, muestras de aburrimiento (bostezos), etc.
En el ámbito académico la agresión pasiva se manifiesta, por ejemplo, en la pasividad, la indiferencia, la lentitud o la procrastinación. Pero, en algunos casos, se disfraza de aparente eficiencia e interés, como ocurre cuando un estudiante se entrega a una planificación y organización, tan minuciosa como inútil, a costa del tiempo que debería dedicar a las tareas realmente significativas.
Estas estrategias de agresión pasiva se han visto, por lo general, como escapatorias, respuestas inmaduras o desafección por parte de la persona que las practica y han sido atribuidas a una falta de habilidades para relacionarse con los que dan las órdenes o, incluso, a un conflicto estable con las figuras de autoridad. Por eso, para erradicarlas se ha recomendado el entrenamiento en asertividad; es decir, en la habilidad de saber defender los propios derechos de forma directa, firme y eficaz, pero sin utilizar estas estrategias de agresión pasiva ni, por supuesto, comportamientos directa y activamente agresivos
(verbales o físicos).
Pero resulta necesario ver también estas formas indirectas de desobediencia, sobre todo en las organizaciones e instituciones, desde la perspectiva del que las practica. Podrían ser una respuesta a normas inadecuadas e injustas, así como a una escasa participación en la toma de decisiones, a una deficiente comunicación, o a una carencia de empatía y habilidad por parte del líder y responsable. Con frecuencia, más que de agresión pasiva se trata de una defensa por medio de la pasividad, que invita a líderes y responsables a un reflexión profunda y sincera, sin defensas psicológicas, sobre el ejercicio de su función.
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