Artículo publicado en El Correo – edición impresa (29/01/2024)
La semana del 15 al 19 de enero, la cumbre alpina de Davos congregó en una nueva cita anual a cerca de 3.000 líderes de todos los espectros del planeta, dispuesta a perseverar en una misión singular: la de compartir talento, información e innovación, aportando valor social al tumulto y a la distopía mundial.
Davos se constituye cada enero en un hervidero de reuniones, desayunos, almuerzos y cenas de trabajo, con un programa multidisciplinar -más de 400 convocatorias distintas- que permite a los asistentes la selección óptima de los temas según sus particulares intereses. En las sesiones plenarias hay ocasión de escuchar en vivo a jefes de Estado o presidentes de organismos multilaterales, así como a premios Nobel, artistas reputados, científicos o jóvenes empresarios de moda.
Nadie que siga la trayectoria de los grandes gestores del progreso económico, tecnológico y social en el mundo desconoce el vocablo Davos. Es, en equivalencia lingüística, una protopalabra. Hay no pocos, sin embargo, que reprueban vehementemente la mera existencia de un movimiento selectivo de ideario liberal, que estaría mejor consumido en las llamas del olvido o reducido a cenizas. Es, desde luego, manifiestamente liberal el talante del foro suizo, porque quien así lo desee, como ha sido el caso de Pedro Sánchez, puede cultivar activamente su rostro colaboracionista en los distintos escenarios del foro y al mismo tiempo cargar rotundamente contra su espíritu, contra el neoliberalismo, y denostarlo sin mayores esfuerzos y con nula oposición.
No están en la estación suiza, quizá, todos los que son, pero son casi todos los que están. Ellos son ‘Davos Men’, morfotipos de un denominador común. ‘Hombre-Davos’, es un concepto acuñado por el politólogo Samuel Huntington que describe al ciudadano global, una estirpe con escasa necesidad de profesar falsas lealtades nacionales, un grupo que contempla complacido la dilución de las fronteras y que considera a los gobiernos tradicionales como vestigios del pasado. Una especie de comunismo capitalista, sustituyendo el eslogan marxista de ‘el trabajador carece de patria’ por el de ‘el capitalista o la corporación transnacional carecen de patria’, porque la globalización, aunque en la actualidad no atraviese por sus mejores horas, ha transformado el planeta, ha sacado a millones de personas de la trampa de la pobreza y será mejorable, pero describe un sistema de librecambio que hasta ahora no ha encontrado sustituto mejor.
Davos no tiene condición política, así que no se emiten al cabo de sus deliberaciones decretos vinculantes y solo accidentalmente surgen algunos acuerdos de voluntades, pero se redactan escrupulosamente resúmenes públicos de todos y cada uno de los eventos, que se cuelgan de la web oficial y circulan libremente por las redes. Pero no se levantan actas. Todo se homologa a través del filtro único de un silencioso consenso, interpretando, esto es, aceptando o repudiando, las pautas reinantes, separando los defectos tolerables de los principios inaceptables, siempre a juicio de quienes ocupan la cima del planeta. Davos, implícitamente, ratifica anualmente una meritocracia derivada de la ética weberiana, donde el poder no es un privilegio sino un mandato. El consenso anual ha apuntado este año a las tensiones
geopolíticas, a la gran transformación inducida por la Inteligencia artificial, a la polarización de las democracias y a las transiciones climática y digital.
También hay que recordar que no todo ha sido o es marketing o debate en Davos. En ocasiones ha marcado hitos políticos memorables como la Declaración de 1988 entre Grecia y Turquía evitando un conflicto bélico eminente o el acuerdo sobre Gaza y Jericó de 1995 firmado entre Simón Peres y Yaser Arafat, sellado a la vista del público y rubricado con un abrazo de los protagonistas y el consiguiente aplauso atronador de la asamblea.
Davos constituye una gran fábrica de ideas, una fundación ideada en 1971 por intelectuales y profesionales al mando de Klaus Schwab y respaldada por un grupo elitista, comprometido con la socialización gratuita de sus hallazgos a todo el espectro del mundo intelectual, político y social. Creo en consecuencia que cabe sumarse antes a los aplausos que a las extendidas descalificaciones cuya razón solo cabe ubicar en un espíritu poco informado, resentido o políticamente reaccionario.
Davos existe, en su singularidad, porque irradia valor.
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