Artículo publicado en El Correo – edición impresa de Álava (31/01/2024)
Escribía Víctor Hugo sobre Notre Dame de París, que cada cara, cada piedra del venerable monumento es una página de la historia de Francia. Vivimos tiempos en los que existe una importante corriente de opinión que piensa, muy al contrario que el insigne escritor, que esculturas, túmulos o mausoleos deben ser analizados de nuevo con la perspectiva del siglo XXI y si no cumplen con los valores hoy considerados aceptables, han de ser derruidos. Muy pocas efigies, obeliscos u arcos triunfales se libran de este nuevo revisionismo. No seré yo quien defienda que un genocida o el asesino de cientos de seres humanos deba merecer estar en un lugar preminente, mucho menos si esa exhibición sirve a quienes hacen apología de esos actos execrables. Dicho esto, sí creo que un monumento de tales características puede ser ‘resignificado’ y ganado, desde una función pedagógica, para la sociedad democrática. Es esa una herramienta inigualable para transmitir a las nuevas generaciones que es necesario estar siempre alerta contra el peligro de la barbarie, pues ese pasado que nos muestra el monumento podría repetirse. Es, desde esa mirada al pasado, casi siempre preñada de nobles hazañas, pero también de hechos vergonzantes, como una sociedad puede avanzar a futuro por unos senderos de paz y mayor humanidad.
La esclavitud fue una experiencia terrible de deshumanización, pero la Isla de Gorée, frente a la costa de Dakar, se ha convertido en un Museo de la Esclavitud y en un alegato contra la misma. Los miles de visitantes que allí acuden toman conciencia, desde el mismo centro de aquel horror, de lo que supuso aquella atrocidad. Es una magnífica lección de educación contra el racismo y la xenofobia. El Monumento Museo Memorial de Auschwitz-Bikernau concentra entre sus barracones y alambradas uno de los sucesos más terribles del siglo XX. En ese campo ubicado en Polonia fueron asesinadas más de un millón y medio de personas. Convenientemente resignificado, se ha convertido en un lugar de peregrinaje y en definitiva de denuncia de lo que supuso el holocausto. Theodor Adorno nos enseñó que «la exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación».
Por todo lo anteriormente expuesto, asisto con tristeza a la moda que también en nuestra ciudad se une a esa cruzada iconoclasta, ‘agalmatofobia’, en palabras del profesor Juan Pimentel. Una batalla militante que ha señalado, por belicista y antirrevolucionario, al Monumento a la Batalla de Vitoria, sito en la Plaza de la Virgen Blanca. Señalamiento que considero erróneo, pues si bien el monumento recuerda uno de los hechos históricos más importantes de la ciudad, cual fue la victoria de las tropas de Sir Wellington, con la colaboración del General Álava, la composición también manifiesta de forma solemne las vir
tudes de la ansiada paz. El alegato pacifista se ve representado por la mujer alada, la victoria, que alza la rama de olivo en la cumbre del conjunto escultórico. El monumento, con su evidente exposición de la batalla militar que mereció una sinfonía de Beethoven, se nos ofrece también a esa lectura a favor de la paz y la unión de las naciones en contienda, las mismas que ahora forman parte de nuestro mismo marco político en el seno de la UE.
Si siguiéramos las consignas de quienes pretenden analizar nuestro arte monumental desde los parámetros éticos de hoy, deberíamos demoler el Coliseo de Roma, pues fue testigo de la muerte de miles de gladiadores o tirar la pirámide de Cichén Itzá, pues los mayas realizaban allí sacrificios humanos de niños. Y eso, en mi opinión, sería una auténtica pérdida para el patrimonio cultural mundial. Bien, traslademos estas reflexiones al monumento situado en el epicentro de nuestra ciudad e intentemos aprovechar el valor que nos ofrece. Yo, personalmente, no dudo a la hora de apoyar cuantas iniciativas se manifiesten a favor de restaurar y rehabilitar este conjunto, tan nuestro.
El hecho que la Asociación Europa Nostra, mediante su filial Hispania Nostra, lo haya incluido en la lista roja de monumentos amenazados por la desidia institucional no deja de ser, se maquille como se maquille, una reprimenda. Yo diría que es un reproche monumental.
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