Aconsejar y aconsejarse bien es difícil, pero a veces necesario
Artículo publicado en El Correo (11/02/2024)
Con frecuencia se cita el viejo refrán «consejos vendo y para mí no tengo». Se dirige de forma directa a quienes se empeñan en aconsejar y arreglar los asuntos de los demás, pero no son capaces de arreglar los propios. Son mejores consejeros de los demás que de ellos mismos. Sin embargo, otro refrán también popular, citado en ‘El Quijote’, parece que afirma, de algún modo, lo contrario: «Más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena».
¿Cuál de los dos refranes tiene más fundamento? Nos referimos al razonamiento social y al saber sapiencial, necesarios al tomar decisiones, resolver conflictos y, en general, para guiar correctamente nuestra vida. Los profesores Igor Grossmann y Ethan Korss, de la Universidad canadiense de Waterloo, investigaron hace una década esta cuestión.
Concluyeron que el razonamiento es mejor cuando se trata de aconsejar a otros que cuando se refiere a uno mismo. Y no parece que esta asimetría se corrija con la edad, pues las personas mayores también mostraron esta tendencia. Con todo, su razonamiento era más sabio que el de las jóvenes cuando se refería no a sí mismas, sino a otras personas.
Un estudio metaanalítico (análisis cuantitativo de otras investigaciones), recientemente realizado por investigadores de la Universidad china de Nanjing, confirma la solidez de este sesgo ante los dilemas y juicios sociales, a la vez que indica que se da también en otras culturas diferentes a las de Occidente.
Los investigadores canadienses denominaron ‘Paradoja de Salomón’ a esta tendencia o sesgo a un peor razonamiento cuando se refiere a uno mismo que cuando se refiere a otras personas. El nombre alude
al rey Salomón, personaje bíblico considerado el prototipo de sabio. Varios pasajes bíblicos destacan la sabiduría de Salomón. Famoso por los libros de la Biblia que le fueron atribuidos, famoso por sus decisiones como juez (recordemos el caso de las dos mujeres que se disputaban un niño recién nacido), por sus dotes de gobernante y de diplomático, así como por las obras que promovió. Pero sus razonamientos sapienciales no siempre los aplicó a sus decisiones personales y llegó a cometer errores importantes, con graves consecuencias.
Los citados investigadores recuerdan que 3.000 años después, en el siglo XX, el juez estadounidense con el mismo nombre que el rey hebreo, Solomon Wachtler (‘Sol’) incurrió en esta misma paradoja. Sus escritos sentaron doctrina sobre los aspectos penales de los abusos en la pareja y de la discriminación. Pero fue acusado y condenado por acosar a su expareja y por la amenaza de secuestrar a su hija.
Al lector se le ocurrirán, sin duda, otros ejemplos, algunos cercanos en el espacio y en el tiempo. Porque la Paradoja de Salomón es una tendencia o sesgo cognitivo ampliamente extendido en el razonamiento social.
Incluso algunos han visto una manifestación de esta paradoja en miembros de otras especies animales, concretamente en el alcaraván. El Diccionario de Autoridades (1726), tras describir las características de esta ave, cita el refrán «alcaraván zancudo para otros consejo, para ti ninguno» y explica que este animal emite unos sonidos característicos al percibir un peligro que sirven de aviso eficaz a otras aves, «pero ella perezosa y descuidada se mantiene en el peligro».
Grossmann y Korss comprobaron que la Paradoja de Salomón se corregía al practicar el autodistanciamiento psicológico, pues su causa principal es la mayor reducción de la perspectiva mental al estar muy centrado en uno mismo. Para lograr este autodistanciamiento puede ayudar plantearse esta pregunta ante un dilema: «¿Cómo aconsejarías a un amigo o conocido que estuviera en estas circunstancias?». Practicar el ‘ileísmo’, es decir, utilizar la tercera persona no como recurso expresivo: «a un servidor¿»- para referirse a uno mismo puede también ayudar a fomentar el autodistanciamiento y a razonar de forma más objetiva y certera.
La Paradoja de Salomón no afirma que se cumpla en todos los casos ni que resulte fácil dar consejos a los demás, cuando se nos pide o resulta oportuno hacerlo. A pesar de que aconsejarse a sí mismo o aconsejar a los demás no resulta fácil, somos pródigos en repartir consejos, a veces no solicitados e inadecuados.
Conviene escuchar a Antonio Machado: «Doy consejo, a fuer de viejo:/ nunca sigas mis consejos», aunque de seguido aclara: «pero tampoco es razón/ desdeñar/ consejo que es confesión». Aconsejar -y aconsejarse- bien es una tarea difícil, pero a veces necesaria. Exige cordura y autenticidad, a la vez que ensanchar la mente… y el corazón.
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