Siendo conscientes de nuestras fortalezas, no tengamos miedo de admitir que existen grietas en nuestro modelo de cuidados, social y productivo
Artículo publicado en El Correo – edición impresa (14/02/2024)
En los últimos años hemos ido perdiendo la capacidad de mirar a largo plazo. La sociedad vasca se asemeja a un ciclista que pedalea hacia la próxima meta volante con la cabeza metida en el manillar, pero dejando de otear la etapa completa. Paradójicamente, la historia muestra que todo avance socioeconómico se consigue escudriñando con frecuencia el horizonte. Hay una imposición del paso corto frente a la mirada larga.
Esta neblina del cortoplacismo está encapotando la conversación pública sobre el presente y futuro de la ciudadanía vasca que, a día de hoy, se divide en dos visiones antagónicas. Por un lado, la mirada complaciente que defiende que todo -o casi todo- va bien en Euskadi. En caso de que algo descuadrara, sería producto de fuerzas fuera de nuestro ámbito de control. Por otra parte, la visión catastrofista, que avanza redoblando los tambores de una inminente debacle, algo tan improbable como irresponsable.
Frente a estos posicionamientos miopes existe una tercera vía, la de la mirada larga. Una visión en la que, siendo conscientes de nuestras fortalezas, no tengamos miedo de admitir que existen grietas en nuestro modelo de cuidados, social y productivo. Grietas que pueden agrandarse si no las señalamos y reparamos cuanto antes. Por ello, necesitamos valentía para debatir de forma franca y serena sobre lo que no funciona. A continuación, se esboza una propuesta de análisis adoptando esta mirada.
En el ámbito de la educación, Euskadi cuenta con un sólido y asentado sistema educativo, pero que no está produciendo los resultados que se esperan del nivel de inversión y esfuerzo dedicado al mismo. Sobre todo, para las personas más vulnerables. Una pregunta incómoda a hacerse es si en los últimos años no habremos confundido política educativa con política lingüística, siendo ambas vitales para nuestro futuro en común.
En materia industrial, somos una tierra con coraje e industria avanzada que, además, cuenta con más de treinta ‘campeones ocultos’. Empresas medianas poco conocidas pero que conforman nuestra columna vertebral productiva. A pesar de ello, durante el presente siglo hemos descuidado la estructura de propiedad y de capital de la empresa vasca, lo que ha provocado un goteo de dolorosas pérdidas de cuarteles generales.
Osakidetza, así como el conjunto del sistema social vasco, es una arquitectura avanzada de cuidados compuesta por profesionales de primer nivel. Dicho esto, el cambio demográfico y la pandemia han visibilizado los límites y retos de esta arquitectura, que necesita una rehabilitación y transformación profunda. Implementar la misma es esencial. Y puede llevarnos una década entera.
El caso de estudio de la recuperación medioambiental vasca tras la reconversión industrial destaca por sus resultados palpables. Sin embargo, en las décadas que se avecinan nos enfrentaremos a retos de una escala sin precedentes. Por una parte, la progresiva descarbornización de nuestra sociedad -con importantes consecuencias económicas y comunitarias- y, por otra, los riesgos físicos que en la geografía vasca va a generar la amenaza climática.
Las ideas y reflexiones expuestas no son mías, sino de personas comprometidas y expertas que llevan tiempo defendiéndolas de forma valiente y -es importante decirlo- muchas veces incomprendida. Además, estos son solo algunos ejemplos de ámbitos que necesitan una reflexión profunda, pero existen otros como la innovación, los salarios, la vivienda, la desigualdad, la convivencia, la energía o el empleo. Todos ellos necesitan de una mirada alejada del sesgo que representan los discursos complacientes y catastrofistas. No ser conscientes de las fallas de nuestra estructura socioeconómica y de bienestar es hacerse trampas al solitario, mientras que no reconocer las fortalezas del sistema es erigirse en fútiles profetas del apocalipsis.
Estas líneas abogan por un camino que genera menos titulares y se antoja largo e incómodo, pero que se ocupa -y preocupa- de forma realista por el bienestar futuro de la ciudadanía vasca. Una mirada larga que resuena profundamente con nuestra forma de hacer, ya que siempre hemos sabido adoptarla cuando más se necesitaba. Tal vez este año sea el momento adecuado para recuperar esta senda, levantar la cabeza del sillín y, sin dejar de pedalear, debatir de forma valiente sobre las fuerzas con las que contamos y los obstáculos que nos aguardan.
Recuperar la mirada larga, sacudirnos la neblina cortoplacista, no hacernos trampas al solitario, dejar de tocar los tambores del apocalipsis, arremangarnos para una larga transformación. Estos son los ingredientes básicos para trabajar por el bienestar futuro de la ciudadanía vasca.
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