Vivimos tiempos de fugacidad, pero sólo lo que exija esfuerzo merecerá la pena.
Artículo publicado en Expansión (13/03/2024)
Corren tiempos de carpe diem, de sentir que queremos vivir, de buscar disfrutar más allá del disfrute, del aquí y del ahora. La palabra experiencia parece la coletilla de toda propuesta de ocio, la muletilla de todas las conversaciones, casi el estribillo de algunas canciones. Corren tiempos de vida y, a la vez, de profundo sentimiento de incertidumbre, que a veces se torna en amargura o tristeza, y muchas, quizás demasiadas, se transforman en ayudas lejos de lo natural y en forma de píldora hasta convertir España en el país del mundo que más ansiolíticos consume, que más necesita abandonarse para no escucharse.
Que algo pasa en el mundo profesional es más que una afirmación. Recuerdo un libro de ensayos que leí en la época del instituto. Y debo confesar que el título se marcó en mi cerebro como un tatuaje en mi piel. El libro era Del sentimiento trágico de la vida, publicado en 1913. En él, Miguel de Unamuno ahondaba en lo más profundo, en las grandes y eternas preguntas, y dejaba en el lector una sensación de profundo desasosiego. También me entraron unas enormes ganas de gritar al mundo que era importante escribir Del sentimiento afortunado de la vida. 111 años después, aquella publicación sigue de rabiosa actualidad.
Y si el título se grababa en mi cerebro, las palabras del neurólogo, psiquiatra austriaco y creador de la logoterapia Victor E. Frankl en El hombre en busca de sentido lo hicieron en mi corazón. No puedo ni imaginar lo que vivió, pensó y sintió en los campos de concentración, pero su forma de encarar la vida nos ha dejado muchas lecciones. Desde la crucial importancia de afrontar la pérdida al sumo cuidado por no dejarse llevar por la trama de la angustia. Victor E. Frankl ha ayudado, ayuda y ayudará a dibujar bocetos de nuestra propia vida con una narrativa centrada en tirar hacia adelante, en mirar a los ojos al presente, en soñar el futuro, con la confianza, más allá de un acto de fe, de que el cielo siempre vuelve a ser azul.
Su legado va mucho más allá de frases colgables en paredes necesitadas de cuadros de esperanza. Y esto no es un botón de muestra, sino una joya a guardar entre las citas que nos arañan el alma: «A una persona le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino». Busco imágenes de Frankl y encuentro siempre una mirada triste, lejana, profunda de quien ha vivido más de lo que podemos imaginar, más allá del dolor. Su enseñanza principal se resume en un término que él mismo acuñó, optimismo trágico, que define la necesidad de comprender que hay dolor, pero también esperanza, que el camino no está exento de dificultades.
Frankl creía con firmeza y con el rigor que aporta lo vivido que el pensamiento positivo es esencial y necesario, que podemos elegir la manera en la que reaccionamos ante acontecimientos negativos. En este tiempo en el que recordar ese cielo que siembre volverá a ser azul es casi como un símbolo de esperanza, las empresas, las organizaciones y las personas que las lideran deben ser más que conscientes de la importancia de esa mirada centrada en el futuro, en prevenir, en cuidar y valorar un talento que no se siente talento por no sentirse bien tratado; y la crucial relevancia de creer en las personas y en los equipos de manera genuina.
Afirma McKinsey en sus perspectivas de futuro que es clave mejorar la experiencia de las personas empleadas, valorarlas, cuidar el talento, acompañarlas. Parece claro que la narrativa está cambiando casi como una declaración de intenciones en momentos en los que hemos aprendido qué significa el burnout, un término que se traduce en agotamiento.
Quizás hay tiempos en los que hay que pasar por ese sentimiento de carpe diem un tanto trágico para avanzar por el pasillo del entendimiento; quizás es la antesala de volver a lo esencial y de sentir que el pensamiento positivo y el optimismo trágico no son una moda. Quizás parte de ese sentimiento afortunado de la vida que ansiaba de adolescente lo encuentre en un propósito, ése del que hablaba Frankl, encontrar lo que nos mueve a nivel personal y profesional. Ese propósito que es una necesidad universal aun no siendo conscientes, aun cuando no se sabe por dónde comenzar, llegará de pronto como una inspiración, incluso cuando se tiene la sensación de haber perdido la brújula.
El tema del propósito es recurrente en la literatura y en la vida y no parece de fácil resolución, pero los datos sí lo son. Investigaciones recientes establecen una clara correlación entre propósito y felicidad. Las personas que lideran deben ser conscientes de que cuando el equipo siente una misma línea de conexión la magia ocurre. La búsqueda de esa razón de ser puede ser como cantaba Frank Sinatra, a su manera, un I did it my way que nos recuerda que la fórmula perfecta es una quimera, que cada uno hace su propia búsqueda, que no es una encrucijada sino una travesía afanosa, diligente, atenta e incansable. Pero ese camino debe recorrerlo primero la persona que lidera, no como llanero solitario, sino comprendiendo la trascendencia de ayudar a comprender, de acompañar, de crecer para ayudar a crecer. De volver a la esencia, a hacerse preguntas para liderar desde el liderazgo, no desde la jefatura.
Toca mirar adentro porque invertir en pensar más allá de la fugacidad del carpe diem en aquello que al volver la vista atrás nos haga sentir que ha valido la pena, merecerá la pena.
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