Artículo publicado en El País (17/03/2024)
Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos”. Difícilmente el arranque de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, podría resultar más actual, en nuestra sociedad tecnológica e hiperacelerada; de comunicación inmediata y global, y de fake news virales; de larga esperanza de vida, y de crisis constantes. Jacques Attali teorizó hace 20 años sobre una época de crisis y de oportunidades que ya ha llegado; de momento no hemos sabido aprovechar estas oportunidades para avanzar hacia una sociedad más justa y desarrollada, y solamente la resiliencia de las sociedades europeas ha impedido que el entorno VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) degenere en conflictos aún mayores como ocurre en otras regiones del mundo.
En este contexto, creo interesante revisar una realidad evidente para quienes se relacionan con el sistema financiero: el peso asfixiante de la regulación y el compliance, aún mayor que en otros sectores. Sabemos con certeza que la falta de regulación y supervisión apropiadas fue un elemento esencial para que se produjese la crisis financiera origen de la Gran Recesión. La cruel paradoja es que la reacción pendular hacia una regulación más compleja no garantiza la seguridad y dificulta la labor de los operadores financieros. En un entorno muy volátil, y con riesgos crecientes, los reguladores intentan controlar los problemas del pasado, los supervisores entender la cambiante realidad presente, aunque ambos atisban que el futuro es mucho más complejo y que sus herramientas no son las más adecuadas para afrontarlo. Por ejemplo, ¿los foros de Reddit sobre Gamestop fueron manipulación de mercado?, ¿y los informes de Gotham City sobre Grifols?, ¿y si lo fueron, a quién se responsabiliza y cómo, si no se le puede localizar?, ¿cómo evitar que Londres sea una máquina de lavado del dinero sucio ruso, como la House of Commons determinó en 2018, y aparentemente lo sigue siendo incluso tras la guerra en Ucrania?, ¿cómo evitar el ecolavado?, ¿dónde termina la responsabilidad fiduciaria?, ¿qué servicio financiero esencial debe mantenerse en pueblos pequeños con población envejecida?
Entre los múltiples riesgos en el medio plazo para el sistema financiero, la crisis climática y medioambiental y el uso de la inteligencia artificial son las que pueden tener un mayor impacto global. En el primer caso, nuestra propia supervivencia como especie —o, al menos, la existencia de miles de millones de personas con condiciones de vida aceptables— depende de que los flujos de ahorro que canaliza el sistema financiero permitan que se financie la transición ecológica, y soporten de forma justa los costes de la transición. En el segundo, las múltiples aplicaciones de la inteligencia artificial (IA) permiten mejoras en la capacidad predictiva de los modelos econométricos —determinación de riesgo de crédito, gestión de los riesgos de entidades financieras, etcétera—, en la realización de tareas repetitivas —generación de informes, revisión de contratos, robots de respuesta a preguntas de los clientes…—, en el reconocimiento de imágenes —lo que permite abrir cuentas bancarias rápidamente desde un teléfono móvil o verificar la identidad de los usuarios ante operaciones sospechosas—, en la detección de anomalías —para identificar fraudes a compañías de seguros, uso de información privilegiada, robos de tarjetas de crédito, lavado de dinero…—, o incluso en el propio proceso de supervisión. También tienen graves riesgos, pues estas herramientas en manos de criminales o incompetentes pueden tener grandes costes para la sociedad. Ambas cuestiones amplifican significativamente el potencial destructivo de los cisnes negros.
Navegar las múltiples crisis que se avecinan será (ya es) muy complicado, y parte del éxito dependerá de la capacidad de innovar de reguladores y supervisores. Es necesaria una regulación flexible y robusta, que drene menos recursos del sector financiero, pero que anticipe los riesgos y se adapte continuamente; que diferencie entre las compañías y sus circunstancias; que colabore con las entidades reguladas —en
la línea del sandbox, un espacio controlado de pruebas— y también con los usuarios; y que incorpore en sus estructuras conocimientos —tecnológicos, medioambientales, sociológicos…—, capacidades —pensa-
miento sistémico, adaptabilidad, asunción de riesgos, resolución de problemas…— y personas —más mujeres y jóvenes— que en el pasado no han tenido la suficiente relevancia. Este cambio no será sencillo: las entidades financieras, y la sociedad en su conjunto, preferimos normas claras, conocidas con suficiente anticipación, y que no permitan la arbitrariedad. Costará acostumbrarnos a que las reglas que se nos aplican sean diferentes a las de nuestro competidor por diferencias que el supervisor considera relevantes pero no supimos anticipar. Sin embargo, un mundo frágil, ansioso, no lineal e incomprensible (lo que los consultores llaman BANI) requiere supervisores que puedan justificar públicamente esas diferencias cuando las apliquen, y liderazgos en las entidades a la altura, que compartan el objetivo de limitar los riesgos y maximizar la eficiencia social de la gestión del ahorro.
La regulación y la supervisión no serán suficientes. El exbanquero experto en liderazgo Chris Lowney, quien recientemente ha visitado Deusto Business School, señala como un elemento imprescindible de la Gran Recesión que muchas personas con puestos de responsabilidad tomaron decisiones profundamente equivocadas, bien por egoísmo y codicia, bien porque estaban distraídas en sus problemas diarios y olvidaban la mirada larga, el propósito de sus organizaciones y su visión del largo plazo. Por ello, la sociedad en su conjunto, y las escuelas de negocios en particular, somos corresponsables de que el sistema financiero sea una palanca de la transformación y no un freno o, peor aún, un acelerador de los cisnes negros. La educación financiera y la educación en valores pueden ser la brújula que nos permita tanto orientarnos en un mundo en cambio permanente, recuperando la trayectoria cuando nos golpeen las tormentas, como generar oportunidades de cambio social (y aprovecharlas cuando se presenten).
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