Artículo publicado en El Correo (25/03/2024)
El dato más llamativo de todas las encuestas que se vienen publicando últimamente es el de la baja movilización de la ciudadanía a pesar del escenario que dibujan los resultados del último ciclo electoral, que anuncian un empate técnico entre los dos partidos nacionalistas vascos. En la última encuesta publicada esta semana se estiman los resultados en función de una participación máxima esperada del 61%, que sería la más baja de las elecciones autonómicas de este siglo si exceptuamos las de la gran abstención de la pandemia. El votante medio vasco se mueve entre el aburrimiento, la pereza y la indiferencia hacia las elecciones del 21 de abril.
Si atendemos a la historia electoral de Euskadi, los comicios vascos se podrían catalogar como de segundo orden por el bajo nivel de movilización respecto al proceso de primer orden, que sería el de las legislativas en las que se elige al futuro Gobierno de España. La participación media de las 12 elecciones vascas celebradas hasta la fecha es del 64,5%. Si observamos lo que ha ocurrido en el territorio vasco en las 16 citas con las urnas de las generales, veremos que la media de participación llega al 70%.
La única excepción significativa en la que la movilización en unas autonómicas fue muy superior a la de las generales del mismo ciclo electoral fue en las del 2001, donde participó el 78% del censo, quince puntos más que en las generales celebradas un año antes. A esas elecciones sí que se les puede dar la etiqueta de polarizadas. En aquella cita se decidía entre un futuro Gobierno formado por el PSE-EE y el PP o por un Gobierno de partidos nacionalistas vascos, agrupados en una coalición entre Eusko Alkartasuna y el PNV. Fueron las primeras y las últimas autonómicas donde hubo una movilización simétrica del electorado.
A excepción de esa convocatoria, en las elecciones vascas se produce una abstención diferencial en la que la ciudadanía que vive con menos intensidad el nacionalismo vasco participa menos porque cree que en estos comicios hay poco en juego y que los partidos que les representan no tienen opciones reales de ganar.
Si el combate por quedar primero dentro del nacionalismo vasco entre dos opciones políticas y dos candidatos muy parecidos en su apuesta por la socialdemocracia y la centralidad no estimula a ese abstencionista estructural no nacionalista, todavía estimula menos a los que saben que en estas elecciones da igual quedar primero que segundo. La ciudadanía dispone de suficiente información y hechos verificables para saber que el próximo lehendakari será el que tenga más apoyos dentro del Parlamento vasco, y eso reduce completamente las opciones de uno de los candidatos para gobernar. Por mucho que queramos generar interés por la importancia de quedar primero, la realidad es que no es tan relevante.
Todavía no ha empezado la campaña oficial y en las próximas semanas puede girar el foco que genera la energía creadora de la agenda que enmarca el escenario electoral. La realidad es que el combate actual entre los dos nacionalistas moderados tiene muy pocos espectadores. Sería deseable que la participación no se pareciera a la de la gran abstención de 2020 y al mismo tiempo que la energía para movilizar que se genere estas semanas no tenga barro ni agenda desconectada de las preocupaciones de la ciudadanía vasca.
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