Artículo publicado en Deia (31/03/2024)
Cuando un equipo ha realizado una serie de buenas campañas lo habitual suele ser renovarle la confianza, rejuveneciendo la plantilla poco a poco, pero sin alterar el sistema que funciona. En el fútbol, que es una cosa muy seria con la que no se juega, esto se cuida mucho. Hay quien cree que en política nos podemos permitir lógicas más fantásticas.
La tasa de paro cerró el año pasado en Euskadi en un 7% y ya está por debajo de esa cifra. Cuando Urkullu fue nombrado lehendakari la tasa estaba en el 11,6%. Habrá que recordar, por seguir con las referencias futbolísticas, que en los tiempos gloriosos de las cuatro ligas de los equipos vascos, coincidente con los primeros años de nuestro sistema actual de autogobierno, el desempleo era un 300% superior al actual y el juvenil alcanzaba picos de hasta un 50%. Nostalgias, las justas. Estrenábamos un sistema de concierto que Pedro Luis Uriarte y su equipo peleó con enorme inteligencia e increíble visión, en el mismo momento en que otros dedicaban sus energías a normalizar, entre sus jóvenes, la idea de que poner bombas o pegar tiros era lo que liberaría el país.
Gracias a los uriartes de entonces y de ahora, y a pesar del empeño de esos otros que romantizaban e idealizaban la violencia y el crimen, la tasa de población en riesgo de pobreza y/o exclusión social es inferior hoy en Euskadi a la media de la Unión Europa, e inferior también a países de referencia como Alemania o Francia. Si aplicamos el Índice de Desarrollo Humano de la ONU (IDH del PNUD) resulta que Euskadi se sitúa en octava posición entre los 27 países de la Unión Europa. Todo ello cargando con una deuda pública inferior.
Según la Estadística de Convenios Colectivos difundida estos días por el Ministerio de Trabajo, Euskadi ha sido la comunidad con el segundo incremento salarial más alto en 2023 (4,99%), batiendo a la inflación. Lo cual resulta más difícil cuando ya era la comunidad con salario medio más alto. La tasa de desempleo juvenil se ha reducido a la mitad en 10 años. Nuestro índice de igualdad de género es superior al de la Unión Europea y supera a países de referencia como Alemania. El indicador de innovación (EIS) es también superior a la media de la UE.
Ante la pregunta por la situación económica del país, los vascos han contestado, según el sociómetro vasco publicado esta misma semana, con un 79%, que es buena o muy buena. Un 66% cree que la situación política es buena o muy buena. Ambas son las mejores valoraciones de toda la serie histórica, comenzada en 2002.
Sin embargo, un 51% se muestra poco o nada interesado por las próximas elecciones. ¿Damos por hecho que nuestro bienestar sale de debajo de las piedras? ¿Que, además del esfuerzo conjunto de todos, no hay necesariamente un acierto en la conducción política de lo común?
Según el Baròmetre d’Opinió del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya, la percepción allí es muy diferente: exactamente a la inversa de nuestro 69% positivo o muy positivo, un 68,6% de los catalanes opina que la situación política en su país es mala o muy mala. Frente a nuestro 79%, solo un 29% de los catalanes piensa que su situación económica es buena o muy buena, con un 49% pensando que es mala o muy mala.
Sería bueno recordar estos datos en tiempos de amnesia y limpieza de rostro. Durante los últimos diez años el principal partido de la oposición, que ahora se presenta como la alternativa fresca e inmaculada, ingeniosa y joven, ha insistido en aplicar aquí el proceso catalán que nos aseguraban era “ejemplar”, “imparable”, les daba “sana envidia” y que debíamos “sincronizar los relojes políticos vasco y catalán”, porque “esperemos que en un breve plazo Euskadi también viva un proceso similar”.
Afortunadamente tuvimos a un Urkullu al frente del país y no a quienes, ante cada importante encrucijada, conducidos por viejunos prejuicios ideológicos, han optado obstinadamente por el error y el horror. El día 21 de este mes usted elige el siguiente paso, el de los próximos cuatro años.
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