El Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu, con sus cuestionables acciones para combatir a Hamás, está consiguiendo una repulsa internacional evidente.
Artículo publicado en el Heraldo de Aragón (02/04/2024).
Decía en el artículo ‘Tierra Santa, endiablada tierra’, publicado tras los horribles asesinatos perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, que no alcanzaba a entender la postura de ciertos sectores de la izquierda española que se mostraban demasiado tibios para con estos ataques, eximiendo de alguna forma de responsabilidad al Movimiento de Resistencia Islámica, y en concreto a las Brigadas Al-Qasam, aludiendo al permanente ataque de Israel sobre los palestinos. Decía también que esperaba que el presidente de Estados Unidos Joseph Biden consiguiera moderar, desde una perspectiva humanitaria, la previsible respuesta de Netanyahu en la franja de Gaza y, al mismo tiempo, cumplir con los mandatos de la ONU y hacer realidad la existencia de dos Estados, Israel y Palestina. Decir que ninguna de las dos cuestiones aludidas se ha visto satisfecha resulta una obviedad.
Han pasado varios meses y la respuesta de las Fuerzas de Defensa de Israel desde que se inició la operación Espadas de Hierro ha sobrepasado todas las previsiones. Las imágenes que el mundo ha podido ver -hospitales bombardeados, niños muertos en las escuelas o los gazatíes que mo
rían cuando solo pretendían recoger comida en la ya conocida como ‘la masacre de la harina’- resultan, como ha dicho el responsable de política exterior de la UE, Josep Borrell, un horror que no puede ser justificado por otro horror anterior.
Hay evidencias suficientes de que Hamás utiliza a la población civil como escudos humanos y también las estructuras sanitarias o educativas como elemento protector de sus cuarteles, túneles y arsenales. También las hay de su apuesta por buscar el alargamiento de este sufrimiento, una prolongación que impide cerrar el duelo y debilita al Estado hebreo y -quizás lo más importante- a sus aliados occidentales . Siendo todo ello más que probable, no es menos cierto que la población palestina, salvo los adeptos, también sufre el totalitarismo y la dictadura cruel impuesta por los islamistas. Podemos añadir a ello que, tras la ayuda de Teherán al yihadismo, no solo a Hamás o al libanés Hezbolá, se ocultan los deseos desestabilizadores en África y el Próximo Oriente de otras potencias como Rusia o China. Si los países limítrofes no se han implicado con demasiado entusiasmo, y esa ha sido la postura de Abdalá II de Jordania o del egipcio Al Sissi, habría que pensar en un miedo cierto a las derivaciones que ello pudiera acarrearles.
La situación es endiabladamente compleja, los acuerdos de alto el fuego se anuncian inminentes para darlos por muertos a las pocas horas, y así llevamos demasiados meses. Ante esta disyuntiva y desde una perspectiva ética, la pregunta determinante se refiere a la proporcionalidad de la respuesta empleada contra el terror. ¿Puede una acción tan inhumana como la perpetrada el 7 de octubre justificar una contestación israelí que resulte igualmente despiadada? Si de verdad hablamos de ética, incluso si se pudiera mencionar una ‘ética de la guerra’, la respuesta no podría ser matizada por nuestra ideología, ni por nuestras simpatías, ni siquiera por supuestas lógicas de geoestrategia. La respuesta es clara: tan solo la proporcionalidad y el respeto a las convenciones internacionales, que consagran el buen trato hacia enemigos y población civil, pueden guiar las acciones de Israel en su legítima lucha contra los islamistas y por la liberación de los rehenes que aún quedan en poder de los yihadistas palestinos. Intelectuales judíos como el filósofo Michael Walzer han advertido de que «si bien la guerra está legitimada moralmente, no lo están el camino emprendido ni sus crueles consecuencias».
El Gobierno de Netanyahu, con sus cuestionables acciones contraterroristas, está consiguiendo una repulsa internacional evidente, algo que no se había producido desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Incluso desde Washington han cuestionado la desproporcionada respuesta dada. Incluso dentro del propio Partido Demócrata estadounidense se pide una presión mayor a Tel Aviv y la oposición interna iniciada por la congresista demócrata Rashida Tlaib sigue aumentando. Podemos añadir a ello las peticiones de alto el fuego y de humanización de la guerra a las que se han sumado Canadá, aliado vecino de Estados Unidos, la UE o el Reino Unido. Nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, Enmanuel Macron, Justin Trudeau, Ursula von der Leyen o el secretario general de la ONU, António Guterres, han alzado su voz frente a la inhumanidad. «Los horribles actos de Hamás no justifican responder con un castigo colectivo al pueblo palestino». Todos esos requerimientos han sido ignorados, una y otra vez, por Israel. El papa Francisco lo ha demandado también: «Por favor, paren ya».
Es demasiado tarde para las numerosas víctimas, demasiadas siempre y de los dos bandos, que yacen bajo tierra. No obstante, la comunidad internacional debe exigir tanto a Hamás como al Gobierno de Netanyahu, con más firmeza aún, terminar con el horror que afecta a los civiles. De lo contrario se puede hacer realidad lo que el exembajador israelí en Francia dijo recientemente: «Las acciones militares de Netanyahu se están convirtiendo en la versión judía de Hamás». Triste epitafio para un Estado que surgió de un genocidio.
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