Artículo publicado en El Correo (16/04/2024)
El comportamiento del consumo privado tras la pandemia ha sido objeto de diversas hipótesis, pero el proceso inflacionista ha añadido incógnitas adicionales. Las empresas incorporaron primero a los precios el incremento de las materias primas y la energía. Posteriormente, los salarios repuntaron en un intento de recuperar la pérdida de poder adquisitivo. Y, en estos momentos, la retribución laboral tiene una media de crecimiento superior a la inflación. ¿Animará esto a las familias a consumir? Así lo esperamos, pero tampoco es del todo claro porque el comportamiento de los consumidores en un entorno de inflación puede ser contradictorio.
Leía hace unos días ideas interesantes en relación con este tema basadas en la economía del comportamiento, conocida como ‘behavioural economics’, una línea de análisis bastante en boga últimamente. Por una parte, tendemos a extrapolar nuestra experiencia creyendo que nuestro punto de vista es el del resto. De ahí que nuestras expectativas estén ligadas, no tanto a los datos, sino a nuestra propia vivencia. Si compramos aceite de oliva, que subió un 70% en 2023 y muy por encima del IPC, nos hace pensar que la inflación es superior a la media, más allá del peso que tiene el aceite en nuestro consumo. En segundo lugar, la reacción de los consumidores puede ser opuesta. Los consumidores que cuentan con un presupuesto más ajustado reducirán su nivel de consumo. Pero los que tienen más recursos podrían comportarse justamente al revés, incrementándolo, si esperan que la inflación continúe.
El resultado final dependerá del grupo que domine en la economía. ¿Dónde estamos ahora mismo? La duda es pertinente y, si lo piensan un poco, los gestores de la política económica lo tienen complicado para decidir cuál es la mejor opción en la situación actual.
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