En un tiempo dominado por las prisas ser agradecidos solucionaría muchos problemas.
Artículo publicado en Expansión (17/04/2024)
Se atribuye a Cicerón una de esas frases que se hacen virales por aquello de que enmarca pensamientos de manera contundente: «La gratitud no es sólo la mayor de las virtudes, sino la madre de todas las demás». Quisiera confesarles algo, compartir una preocupación, que tiene mucho de observación, de intuición y es posible que de mirada crítica. Sin ser reproche, llevo un tiempo que veo escasez de gratitud, cierta tacañería en este asunto de reconocer, miopía ante lo importante de dar las gracias. Y lo siento en la calle, en las tiendas, en casa, en la vida y también en el mundo de la empresa. Así que, por poner un poco de orden y algo de concierto en el tema, comienzo por explicar mi inquietud y avanzo hacia la ciencia por si los datos dan ese momento de inspiración o de confirmación, para acabar donde debemos, en el corazón. Porque, como decía el escritor Baltasar Gracián, de nada sirve la razón si el corazón se queda atrás.
Vivimos en tiempos de inteligencia artificial y de café para llevar; de gimnasio 24 horas y series de 29 minutos; de trenes bala y moda rápida; de canciones de dos minutos y de relojes avispados; de aplicaciones para resumir películas y de arroz de microondas. Y en esta prisa vital parece que se nos olvidó aquello que El Principito decía que «era esencial a los ojos». El refranero nos recuerda que «es de bien nacidos ser agradecidos», y existe, para mi sorpresa, el día del Agradecimiento, que se celebra el 11 de enero, pero parece que la gratitud nos cuesta cada vez más quizás por esa prisa moderna, o es posible que por vivir en tiempos de individualismos y redes sociales que aíslan y se visitan en solitario.
Mi preocupación, a grandes pinceladas adelanto, es que agradecer es esencial y también lo es corresponder, devolver, apreciar, valorar. Y lo es porque sí -como decían los padres boomers de antaño, sabiendo lo que nos hacía bien, sin explicación ni miramientos-, por educación, por cortesía, por gratitud y porque lo dice la ciencia que ha demostrado que hacer bien nos hace bien. La neurocientífica Raquel Marín asegura que detrás del agradecimiento se activan mecanismos como la toma de decisiones, la empatía, y conlleva además enormes beneficios como la reducción del estrés o la autoestima. La doctora Immaculata De Vivo, epidemióloga de la Harvard Medical School, una de las máximas exponentes mundiales del estudio de la genética del cáncer, y Daniel Lumera, referente en ciencias del bienestar, combinan en Biología de la gentileza (Diana) ciencia y consciencia de una manera clara y muy concisa. Los autores del libro definen qué es gentileza, una palabra que suena a antigua o casi vintage, aunque se siente actual y necesaria. De Vivo y Lumera consideran que gentileza es todo lo que hacemos de modo desinteresado, sin esperar una recompensa y con el único objetivo de hacer que otra persona se sienta bien. Y afirman que resulta ser la mejor estrategia evolutiva para tener una vida larga, sana y feliz. Y en esa gentileza, la gratitud juega un papel estelar. Porque dar las gracias sienta bien, y nos sienta bien que nos den las gracias, como en un maravilloso círculo perfecto. Nos sienta bien en la vida y en la vida en las organizaciones.
Naciones Unidas define qué es la gratitud como aquella «de ser agradecido», que «consiste en apreciar los aspectos (no materialistas) de la vida y la voluntad de reconocer que los demás desempeñan un papel en nuestro bienestar emocional. Es una emoción fuertemente relacionada con la salud mental, la satisfacción vital, el optimismo, la autoestima, las relaciones sociales y la felicidad que perdura a lo largo de la vida. Es una habilidad esencial para lograr el autoconocimiento y la autogestión».
Las personas que lideran equipos a menudo creen que deben buscar la solución perfecta a problemas diferentes en sitios complicados. En este tiempo cambiante, veloz, en el que la palabra incertidumbre se ha vuelto cierta, y casi un mantra, conviene tener algo claro. Las personas se desenamoran de las organizaciones y de quienes las lideran por varias razones, y una que brilla con luz
o sombra propia, es por no sentirse valorados. Y a menudo una puerta a la solución es simplemente dar las gracias.
Aunque lo simple no siempre es lo fácil. El agradecimiento debe ser genuino y debemos ser conscientes del poder de observar las pequeñas cosas, los pequeños detalles y matices porque para dar las gracias de manera poderosa hace falta el mágico poder de la observación, la sensibilidad para percibir más allá de lo obvio, la humildad para estar atento a todo lo que acontece, la actitud de querer hacer mejor a los demás, y la extraordinaria capacidad de empatizar cuando es esencial empatizar. Porque dar las gracias abre la puerta a conversaciones que marcan. Conviene recordar también que las personas agradecidas son más felices. Y, como el verdadero cambio siempre empieza con los pequeños gestos, les animo a recordar la cita atribuida a Lao Tse: «El agradecimiento es la memoria del corazón».
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