Una dosis leve estimula el crecimiento personal. Pero un proceso erróneo puede llevar a denigrar a los que no pertenecen al grupo
Artículo publicado en El Correo (26/05/2024)
No resultan extrañas frases como estas: «Mi oftalmólogo es el mejor de Europa…», «Mi amigo Juan es el más capacitado en…». ‘El mejor’, ‘el más’, o ‘el número uno’ son expresiones indicativas de idealización, que consiste en exagerar o agrandar las cualidades positivas de una persona, lugar, grupo, organización, época, institución o ideología, y minimizar o no ver las negativas. Un proceso frecuente y de aparición temprana en el desarrollo humano, que con diferencias en la forma y en la realidad idealizada persiste a lo largo de la vida.
Para el niño pequeño los padres (o personas significativas) lo saben todo y todo lo hacen bien. A esta idealización suelen seguir en la adolescencia las tensiones de la ‘desidealización’, que en el peor de los casos se convierte en devaluación o denigración. También los padres idealizan a veces a los hijos -¿una forma de autoidealización?-, sobre todo en los logros académicos o profesionales: «Es el número uno…».
Un componente importante, y pocas veces ausente, es la idealización de la persona amada. La literatura ha reflejado con acierto esta experiencia de idealización. Normalmente breve y leve, conserva y hace crecer la relación y evoluciona hacia el amor maduro. Es más, como señaló la profesora Caryl E. Rusbult al describir el llamado ‘efecto Miguel Ángel’, la idealización ayuda a la otra persona a sacar -o esculpir- lo mejor de sí misma.
Idealización también en el proceso de duelo, cuando se exalta de tal modo lo positivo de la persona fallecida, con frecuencia de modo muy diferente a los juicios negativos que se daban de ella en vida. Contrasta esta idealización en el duelo con lo que se observa en algunas parejas tras la ruptura, al dibujar a la otra persona, antes idealizada, como una antología de todos los defectos y vicios.
Idealización más allá del individuo. Por ejemplo, idealización del pasado -«cualquier tiempo pasado fue mejor»-, describiendo un pasado institucional o nacional del que, tras borrar o minimizar las sombras, se crea una edad gloriosa y heroica, pero que nunca existió. El antropólogo neozelandés Roger Sandall reflejó en su libro ‘The culture cult’ (El culto a la cultura) la existencia de una especie de «primitivismo romántico» o tendencia a la exaltación idealizada de lo primitivo, junto a una visión ácida y negativa de la sociedad actual. Observa Sandall que esta idealización de lo primitivo no ha surgido en nuestros días, ni solo por influencia del enaltecimiento que hizo Jean-Jacques Rousseau del «noble salvaje», sino que tiene una larga historia y ya se puede observar en la Grecia clásica.
Idealización del propio grupo, que a veces llega a la división simplificadora entre ‘nosotros’ -los mejores- y ‘ellos’ -los peores-, que con facilidad se convierte en ‘nosotros’ contra ‘ellos’. La sociedad, con la poderosa ayuda de los medios y de las redes sociales, es generadora de procesos de idealización y de denigración, erróneos pero con graves consecuencias. Así, la idealización de la delgadez es uno de los factores que influyen en los trastornos de alimentación.
La idealización en sí misma no constituye una patología, aunque puede ser característica de algún síndrome o trastorno psicológico, como ocurre en el trastorno límite de la personalidad (idealización-devaluación). La idealización de un grupo o de un ideario puede llevar aparejada la intransigencia y denigración de los que no pertenecen al grupo. Porque la idealización favorece el pensamiento dicotómico, una forma de pensar rígida y polarizada que no admite matices cromáticos intermedios (o blanco o negro).
Además, la idealización excesiva supone el riesgo de evolucionar hacia su contrario: la devaluación. Forzar la mirada y el cuello hacia la persona o institución que se colocó en el pedestal puede provocar tortícolis o una fatiga insoportable que empuja a destruir el pedestal.
Con una perspectiva psicodinámica, cabe esperar de un ego débil el uso de defensas psicológicas como la idealización. En realidad, idealizar es una estrategia defensiva, no advertida o poco advertida, ante la ansiedad que produce la percepción de la propia inferioridad o inseguridad. Pero es una reacción común que no equivale por sí misma a patología, salvo cuando se trata de idealización rígida y exagerada con distorsión grave y evidente de la realidad. Es más, una dosis de idealización leve y no irrespetuosa con la realidad, sobre todo en lo visible y constatable, genera ilusión para avanzar y resulta estimulante para el crecimiento personal y del grupo u organización.
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