Artículo publicado en El Correo (12/06/2024)
El espacio vacío podía ser el de la mitad de la ciudadanía que no vota. Podía ser el de la abstención estructural de los que no se han enfadado con nadie porque nunca han esperado nada de ningún partido. Podía estar hablando de este espacio vacío que existe en todos los países de Europa y sobre el que tenemos suficientes datos para saber a ciencia cierta que es un espacio vacío donde predominan más los pobres que los ricos. Y también tenemos suficientes datos como para saber que ninguno de los nuevos partidos o movimientos de izquierdas que se generaron al calor de la Gran Crisis financiera de 2008 consiguió llenar este vacío. Ni Podemos acercó a los más pobres a las urnas, ni Sumar ha tenido como objetivo ensanchar la democracia a través de la inclusión de los más desfavorecidos en su comunidad electoral.
El espacio vacío que han gestionado Podemos y Sumar en este ciclo electoral es de otra naturaleza y tiene mucho que ver con la incapacidad de las izquierdas europeas de generar una oferta descargada de superioridad moral y nostalgias de luchas justas descontextualizadas. No es un problema de unidad como se han autoengañado para explicar los fracasos concatenados de los últimos procesos electorales. La unidad ayuda pero no genera milagros. Como tampoco generan ya milagros el santoral completo de los líderes y lideresas carismáticas de Pablo Iglesias a Yolanda Díaz, pasando por Irene Montero o Íñigo Errejón. Ellos y ellas tampoco tienen la culpa, ni tampoco sus marcas reinventadas para intentar atrapar un tiempo que no volverá.
Por un lado, el Partido Socialista se ha hecho cargo con éxito de la representación del espacio que más necesita del Estado para poder llevar una vida digna y para sentir que la igualdad de oportunidades se genera pidiendo mayores sacrificios a los que tienen más recursos. Y por otro lado los territorios donde la izquierda conserva sus propias estructuras vinculadas a la comunidad nacional ofrece también representación y sobre todo sentimiento de pertenencia a un espacio con vocación y posibilidades de ganar. En Euskadi, Galicia, Cataluña o la Comunidad Valenciana no necesitan a Yolanda Díaz para generar más espacio del que ya cuentan los partidos anclados al territorio.
Refundar un partido como Sumar a los cinco minutos de formarse no tiene mucho sentido, como tampoco ha tenido sentido los sucesivos liderazgos femeninos que ha quemado en este aquelarre electoral que va de las gallegas a las vascas pasando por las europeas. Los tiempos en política son tan importantes como las ideas. Tener ritmo y compás político genera oportunidad, duende y brillo electoral. Se puede ser una gran gestora y una brillante hacedora de políticas públicas y ser arrítmica para generar la coreografía política que requiere su tiempo.
Dentro de tres años, quizás la nueva oferta que se generará como alternativa no provenga de este espacio menguante y convenientemente representado. Quizás no esté liderada por ninguno de los nombres que se han socializado en este espacio en la última década. Y quizás traerán respuestas nuevas para dotar de un nuevo significado a la democracia, a la libertad o la seguridad. Y ojalá sepan bailar al ritmo de las necesidades de los más vulnerables para acercarles a las urnas con ilusión y frenar el avance de la reacción y la oscuridad que sigue acechando a Europa.
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