Artículo publicado en El Diario Vasco (20/06/2024)
Saben nuestros gestores europeos que la única respuesta eficaz y justa pasa por la inversión en el desarrollo de África, el Magreb y Oriente Próximo
Este año 2024 comenzó su mido en un clima bélico evidente. La contienda en Ucrania, el terrible ataque de Hamás del 7 de octubre y la desproporcionada respuesta del Gobierno israelí nos ha introducido de nuevo en un periodo de inquietud. A esto debemos sumar los intereses de determinadas potencias emergentes en Oriente Próximo y África Occidental, movimientos políticos y económicos que han desestabilizado la zona generando y avivando la tragedia migratoria diaria en nuestro contexto mediterráneo y atlántico.
Esta situación está generando miles de desplazados, migrantes climáticos y refugiados. Quienes anunciaron que las llegadas irregulares hacia España, puerta de Europa, se verían frenadas se equivocaron. La realidad ha demostrado que no ha sido así, incluso algunas de las tendencias que se habían reducido, como el llamado ‘fenómeno cayuco’ (que fue especialmente significativo en 2006) en la ruta canaria, se han visto intensificadas este último año y asistimos al incremento de nuevas rutas, como la de Argelia a Baleares o Levante.
A pesar de las sucesivas crisis, la miseria económica que vive una gran parte del planeta y la falta de respeto por los derechos humanos siguen arrojando hacia nuestras costas a hombres y mujeres (es necesario abordar de forma distintiva, por terrible, la perspectiva de género en los procesos migratorios irregulares controlados por las mafias de tráfico de personas) que buscan en Europa un refugio ante la posibilidad de ser asesinadas. El Atlántico, el Mediterráneo y las vallas de Ceuta o Melilla siguen siendo puerta preferente de entrada irregular a nuestro territorio, realidad que, si bien afecta de forma preeminente al Estado español, señala acusadora a la política errática de la Unión, que bien por razones éticas o bien por razones de gestión puede decirse que está, además de fracasando, generando una de las mayores catástrofes humanitarias registradas en sus puertas. Una situación que es afrontada por España debatiéndose entre la humanidad, los convenios de fronteras en el espacio europeo, los discursos nacionalistas-populistas frente al refugiado y la realidad económico-social del país.
Son ya muchos años los que lleva Europa enfrentando esta situación, que llamó en 2015 ‘la crisis de los refugiados’, y tal como le habían anunciado numerosos intelectuales y expertos, ni los
Existen Estados fallidos en los que las mafias y los señores tribales reducen a escombros los derechos humanos acuerdos con Turquía, ni los campamentos de Grecia, ni los operativos de rescate de las rutas marítimas han contribuido a solucionar el problema, como explica muy bien el profesor Javier de Lucas en su libro ‘Mediterráneo. El naufragio de Europa’.
La cuestión migratoria sigue complicándose por las consecuencias terribles de movimientos políticos, económicos o bélicos que no nos son totalmente ajenos. Como consecuencia de las denominadas ‘primaveras verdes’, existen Estados fallidos, como es el caso de Libia, en los que las mafias y los señores tribales diariamente reducen a escombros los derechos humanos; o el de Afganistán, en el que Occidente ha cedido el espacio a los talibanes, generando legiones de refugiados que simplemente huyen de la esclavitud, la violación o la muerte.
En este contexto, el nuevo Pacto sobre Migración y Asilo de la Unión Europea ha aportado ruido mediático pero, en mi opinión, vuelve a caer en los mismos errores y falta de visión que denuncia Javier de Lucas en su libro. Un nuevo pacto que, una vez más, profundiza en una política a la que se destinarán millones de euros (Agencia Frontex, centros de estancia temporal, dotación de 20.000 euros por migrante irregular…), tan solo desde una perspectiva policial o de fronteras, obviando los factores que empujan a las personas en busca de refugio lejos de sus países.
Saben nuestros gestores europeos que la única respuesta eficaz, además de justa, pasa por esa cooperación en origen (sanitaria, educativa, agrícola, hídrica, económica¿) y sin embargo nada de eso se menciona. Para nada se habla de invertir en el desarrollo de África, del Magreb o de Oriente Próximo. Una vez más, la UE volverá a ‘naufragar’ en esta dolorosa cuestión.
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