Líderes y genios. La primatóloga británica ha dedicado toda su vida a la naturaleza.
Artículo publicado en Expansión (2024/07/31)
Las historias de peluches están ligadas de manera casi mágica a la ternura de la infancia y a los juegos de la memoria. Y Valeria Jane Morris Goodall tenía su propia historia. Su padre le regaló cuando era niña un chimpancé de peluche y ahí comenzó su viaje de vida, un viaje de esos en el que los sueños se hacen realidad, y en el que la lucha por la justicia y las cosas buenas sigue sin descanso, como en las ficciones de súper héroes.
No recuerdo con exactitud cuándo vi la primera imagen de la doctora, una fotografía de Jane Goodall en la selva, sentada junto a un chimpancé. Pero sí recuerdo perfectamente lo que sentí al percibir la profunda empatía, la conexión entre ambos. Recuerdo la inmensa sensibilidad con la que percibí que se miraban y no podía dejar de pensar en que esa chica tan joven estaba dando su vida a la selva, a los animales, a los chimpancés, a la naturaleza, a los demás, a la humanidad.
Goodall creció en la casa familiar en Bournemouth (Inglaterra), rodeada de animales que fueron protagonistas de esas fantasías. Allí soñó con un lugar claro y específico: África. Con 23 años, de la mano de Louis Seymour Bazett Leakey -arqueólogo, paleoantropólogo y escritor británico- comenzó a dar los primeros pasos para que la realidad fuera el resultado de esos sueños y que suponía dedicar una vida entera a una pasión.
En el año 1960, Leakey envió a la doctora Goodall a Gombe (Tanzania) a investigar, por primera vez y con un tiempo concreto, seis meses, a los chimpancés salvajes de la zona. Ese proyecto de tiempo determinado se convirtió para la doctora Goodall en toda una vida. Allí observaba con su mirada incansable y respeto profundo el comportamiento de los chimpancés. Desafió los métodos científicos convencionales e hizo descubrimientos revolucionarios. Descubrió que cada uno de esos chimpancés tenía su propia personalidad y les puso nombres. Así mostró al mundo cómo se comportaban estos animales en su propio hábitat.
Los resultados de estas exhaustivas investigaciones revolucionaron a la comunidad científica y fascinaron al mundo entero a través de los documentales que se grabaron y de la intensa labor que ha realizado la doctora y todo su equipo para que su voz se escuche. Su perseverancia, intuición, empatía, paciencia, profunda sensibilidad y capacidad de observación permitieron desvelar misterios en el hasta entonces desconocido mundo de los chimpancés. La doctora abrió la caja de algunos de los secretos sobre los animales en libertad, una caja que sigue abierta. «En la selva aprendí sobre el comportamiento de los chimpancés y sobre este increíble ecosistema del bosque, donde cada planta y animal tiene un papel que desempeñar», asegura.
Impacto
La doctora Goodall ha sido considerada una de las mujeres científicas de mayor impacto del siglo XX. Cambió el mundo de la biología y es una de las activistas más importantes además de una de las primatólogas, etólogas y antropólogas más reconocidas de todos los tiempos. Su extenso trabajo, proseguido por investigadores del Instituto Jane Goodall, cumple 64 años y constituye una de las investigaciones más prolongadas sobre animales en libertad.
Además ha escrito más de treinta libros. Uno de ellos, El libro de la esperanza, apunta desde su título a lo que Goodall siempre ha aspirado. El concepto esperanza, que apenas se escucha últimamente, está cegado por la urgencia de otras palabras, de otras modas, y de la sombra alargada de la inteligencia artificial.
El filósofo y profesor Leonardo Polo afirmaba que la esperanza tiene tres dimensiones. La primera de ellas es el optimismo: «El pesimismo encierra y paraliza. En cambio, la persona esperanzada camina hacia lo mejor, sale del ensimismamiento y se pone en tarea», porque un optimismo sin esperanza es trivial. La segunda de las dimensiones es el futuro, porque sin éste no hay mañana, no hay esperanza. Y la tercera, es la tarea, la acción. De esta última sabe mucho Goodall, que es a lo que ha dedicado sus días: a la acción con propósito, con el optimismo hacia un mañana y la esperanza puesta en que las personas y nuestras acciones pueden cambiar este mundo. Porque, según Polo, «la esperanza es el armazón de la existencia del ser humano en el tiempo».
Mensajera de la Paz desde el año 2002, Goodall extiende su esperanza cuando cuenta que muchas especies se han librado de la extinción gracias al ingenio y a la determinación humana. «No olvides que tú, como individuo, tienes un impacto en el medio ambiente cada día. Y depende de ti elegir qué tipo de impacto tienes. Creo que una vez que todo el mundo entienda que el papel que desempeña, sea quien sea, es tan desesperadamente importante, avanzaremos hacia un mundo mejor», asegura.
Esta afirmación contundente y llena de luz me lleva al mundo de las empresas y del liderazgo y a considerar nuevas formas de liderar y actuar en tiempos en los que la tristeza es sinónimo de trabajo, la desvinculación una realidad y la salud mental una urgencia. Creer genuinamente en las personas, plantearse el impacto de la organización y conducir a un liderazgo humanista donde la empatía y la solidaridad formen parte integral parecen ya un necesario callejón con salida a otras formas de hacer las cosas. Todo ello con esa esperanza y la importancia de entender que, tal y como nos recuerda que Goodall, qué es lo esencial para seguir adelante. «Sólo si entendemos, nos puede importar. Sólo si nos importa podemos ayudar», concluye.
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