Nos enfrentamos a un nuevo analfabetismo, el emocional, por las dificultades para elaborar pensamientos y expresar sentimientos
Artículo publicado en El Correo (05/08/2024)
Vivimos tiempos de cambio constante y acelerado. Cada día la ciencia nos sorprende con descubrimientos que la tecnología tarda poco en digerir, procesar y difundir. Nuestra vida se ha convertido en un frenético diálogo binario con nuestro entorno.
Somos individuos que se alojan en viviendas construidas con estructuras y materiales cada vez más inteligentes, con sistemas de movilidad horizontal y vertical, accesos seguros, suministros de agua y energía, ergonomía y robótica, recogida y gestión de residuos¿ todo ello bajo el gobierno del dato. Somos seres vivos que se alimentan con productos cada vez más semielaborados y elaborados, con códigos de barras y etiquetado sobre ingredientes y conservación. Nuestra higiene ha evolucionado del agua y jabón a los más sofisticados productos que conceden juventud y belleza eternas. Nos vestimos con fibras inteligentes. Nos desplazamos con sistemas de movilidad menos contaminante, más autónoma y activa. Las ventanillas digitales nos acercan a los servicios sociales y de salud. Una transferencia nos deposita la pensión que garantice el presente y permita seguir soñando con el futuro.
Somos personas que iniciamos tempranamente el itinerario del aprendizaje, desde la escuela infantil a las aulas de la vida, pasando por el sistema educativo y multitud de espacios informales. De la mano de educadores con título académico y de ‘influencers’, vinculados los medios y las redes. Buscamos la socialización, la acogida, el reconocimiento y el cariño de otras personas para afianzar el sentido de pertenencia, seguridad y autoestima, tanto en lugares reconocidos y reconocibles como en flujos generados en medios y redes.
Tenemos dificultades para acceder a todo aquello que nos hemos acostumbrado a usar y poseer. A través de las instituciones públicas, entidades sociales o empresas privadas, buscamos un acceso asequible y de sencilla interacción. La conectividad va restando protagonismo a los espacios de proximidad en el acceso, uso y consumo gratuito, bonificado o previo pago de bienes, productos, servicios y experiencias.
Ejercemos como ciudadanas y ciudadanos demandando la garantía y protección de nuestros derechos, tanto civiles y políticos como de naturaleza social, económica, cultural o ecológica. Y en caso de incumplimiento del contrato social, hacemos de su reivindicación nuestra muestra de insatisfacción. Si bien vamos observando cómo generamos un mayor número de espacios de manifestación y protesta en las redes sociales que en las calles rantía y protección de nuestros derechos, tanto civiles y políticos como de naturaleza social, económica, cultural o ecológica. Y en caso de incumplimiento del contrato social, hacemos de su reivindicación nuestra muestra de insatisfacción. Si bien vamos observando cómo generamos un mayor número de espacios de manifestación y protesta en las redes sociales que en las calles.
El mundo, fruto del paradigma científico-tecnológico, se sustenta con sólidos pilares conformados por algoritmos. Se extienden desde la red inteligente de agua y energía hasta las convocatorias en redes sociales de manifestaciones, pasando por códigos de barras, fibras inteligentes, telemedicina, prestación de servicios a través de avatares, formación a distancia, videollamadas a familiares, audios y videos entre amigos, atención robotizada al consumidor, ‘cookies’ a la captura de nuestros usos y consumos potenciales, emoticonos que son el reflejo del alma…
El viejo analfabetismo en torno a la lectura, escritura y cálculo ha dado paso al analfabetismo digital. Las limitaciones a lo largo de la Historia, por parte del ser humano, para poder leer, escribir, sumar o restar en igualdad de condiciones se repiten en las barreras que encuentran las personas para una plena interacción con las tecnologías en condiciones de seguridad y control. En el objetivo de cumplimentar sus múltiples funciones y tareas, el ser humano se enfrenta a herramientas tecnológicas que escapan a su nivel de conocimientos, competencias y destrezas, así como a la exigencia de los más elementales derechos humanos.
Por otro lado, el crecimiento exponencial del espacio de los flujos, con la digitalización y la conectividad, está generando otra barrera funcional: el analfabetismo emocional. Este es el resultado de la debilidad que el paradigma humanista-ecológico muestra ante el avance inexorable del paradigma científico-tecnológico. Los algoritmos han desplazado a los noemas. Los noemas son esas operaciones mentales, confeccionadas a base de letras, con las que construimos palabras que expresan razones, argumentos, emociones y sentimientos. La sociedad emergente, las personas que habitamos y transitamos el mundo, sus ciudades, territorios y comunidades, nos enfrentamos a un nuevo analfabetismo, el emocional, en el que encontramos grandes dificultades para confeccionar noemas, elaborar pensamientos y expresar sentimientos, a través de los que consolidar nuestra identidad, en relación con los demás y con el planeta en el que vivimos.
Tal vez es el momento, sin renunciar a los beneficios que proporcionan los algoritmos, de recuperar aquellos que solo en los noemas podremos encontrar. Entre algoritmos y noemas anda el juego.
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