Artículo publicado en El Correo (12/08/2024)
John Maynard Keynes, otro nombre que ha dejado una huella indeleble en el pensamiento económico, nació el 5 de junio de 1883 en Cambridge, Inglaterra. Conocido por su obra ‘Teoría general del empleo, el interés y el dinero’, de 1936, se convirtió en el arquitecto de una nueva forma de entender la economía, que aplaudía la intervención del Estado para estimular el crecimiento. Igual oportunidad de éxito se cruzó en su camino al diseñar junto con John Dexter White las líneas maestras del nuevo sistema cambiario de Bretton Woods.
La formación de Keynes en Cambridge -etapa no exenta de desvaríos amorosos y de rechazo del ‘statu quo’ moral e intelectual- lo expuso a diversas corrientes de pensamiento. Desde joven mostró interés por las matemáticas, la economía y la filosofía, lo que le permitió ir generando una visión integral de la sociedad de su tiempo. Al observar la crisis económica que afectaba a gran parte del mundo en los años 30 Keynes cuestionó frontalmente el clasicismo dominante, en particular la idea de que los mercados se autorregulan eficientemente, incluso con altas tasas de paro y exclusión, con la tutela de una mano invisible.
Uno de sus hitos más innovadores se encierra en su principio de la demanda global. Keynes argumentó que durante períodos de recesión la demanda agregada cae drásticamente, conduciendo al sistema a un aumento del desempleo y a una caída de la producción. En lugar de esperar que la economía se recuperase por sí sola tras una ola de estragos, abogó por la intervención inmediata del gobierno para evitar dolor y rebeliones.
El Estado debería aumentar generosamente el gasto público en tiempos de crisis, estimulando la economía mediante inversiones en infraestructura, educación y otros sectores. Reactivada la demanda, surgirían nuevos empleos y, a largo plazo, el crecimiento sostenido. Esta visión contrasta con el enfoque del ‘laissezfaire’ que predominaba antes, lo que le convirtió en el epígono del intervencionismo económico.
Uno de los aspectos más notables de la obra de Keynes es su oportunidad en combinar economía y psicología. Entendió que la confianza de los consumidores y empresarios juega un papel fundamental en el funcionamiento de la economía. Desde entonces las expectativas constituyen un factor esencial del juego económico. En su análisis, la incertidumbre y la falta de confianza pueden llevar a decisiones que agravan las crisis económicas. Por lo tanto, una función crítica de los gobiernos debe ser restaurar esa confianza a través de la transparencia y de acciones eficientes.
Keynes no solo revolucionó puntualmente el pensamiento económico, sino que se perpetuó dejando un legado duradero. Sus tesis fueron adoptadas por innumerables gobiernos, especialmente tras la II Guerra Mundial, durante el período de reconstrucción económica. Las políticas keynesianas condujeron durante décadas a un aumento del bienestar en muchos países y a un crecimiento sostenido.
A pesar de sus geniales aportaciones, las ideas de Keynes también han sufrido el embate de las críticas. En 1970 surgieron situaciones aparentemente inexplicables como la ‘estanflación’, donde inflación y desempleo coexisten, lo que condujo a la revisión de algunos pasajes de sus teorías.
A pesar de estos ataques circunstanciales, la relevancia de Keynes persiste en el debate económico contemporáneo. En tiempos de crisis, como la de 2008 y la pandemia del Covid-19, la mayoría de los países recurrieron a medidas de su ideario, aumentando drásticamente el gasto público para contrarrestar el impacto económico de las crisis.
Keynes fue un pensador heterodoxo y visionario, exitoso especulador en Bolsa y prontamente enriquecido, cuyo trabajo trascendió, ofreciendo respuestas revolucionarias a preguntas críticas sobre cómo gestionar la economía en tiempos de crisis. Su enfoque centrado en la demanda y la intervención estatal sigue alimentando el debate y la práctica económica, inspirando a nuevas generaciones de economistas y líderes políticos a buscar soluciones efectivas a los desafíos económicos del mercado. Y un legado más: el británico nunca quiso desbancar al capitalismo. Solo enmendarlo y adecuarlo a circunstancias excepcionales.
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