Líderes y genios. El granadino defendió democratizar la cultura.
Artículo publicado en Expansión (21/08/2024).
Considerado uno de los poetas más brillantes del siglo XX, Federico García Lorca nacía el 5 de junio de 1898 en Fuente Vaqueros (Granada). Su obra tuvo un gran reconocimiento. Profundizó en los ecos del alma andaluza a través de su música -desde los lamentos del cante jondo al duende del flamenco- a través de su infancia, de sus vivencias, de su memoria y de su alma.
A García Lorca no le interesaba el aprendizaje disciplinado, rígido y riguroso. Como afirma María Remedios Sánchez, catedrática de Didáctica de la lengua y la literatura de la Universidad de Granada, lo suyo era la creatividad inmensa, fruto de la reflexión minuciosa a partir de los pequeños detalles de la naturaleza y del contexto e idiosincrasia del ambiente social de aquella vida rural que moldea a múltiples personajes, que siempre tienen un trasfondo de pueblo, un tanto lúgubre (Yerma, Bodas de sangre o La casa de Bernarda Alba, su trilogía de la tierra).
El poeta tenía una mirada especial hacia los lugares y su belleza distinta, y despertó en él su primer y único libro en prosa Impresiones y Paisajes, publicado en 1918, al que siguieron éxitos como Canciones. Se sentía de pueblo y por eso escribía «toda mi infancia es pueblo. Pastores, campos, cielo, soledad. Sencillez en suma. Me sorprendo mucho cuando creen que esas cosas que hay en mis obras son atrevimientos míos, audacias de poeta. No. Son detalles auténticos, que a mucha gente le parecen raros porque es raro también acercarse a la vida con esta actitud tan simple y tan poco practicada: ver y oír¿ (Obras completas, III)». Su entorno le marcó y poner en valor su tierra le honra y le honró. Como afirma el hispanista Ian Gibson, «García Lorca gustaba de proclamar que era granadino» y reiteraba «yo soy del corazón de la Vega de Granada».
Y llegó el dolor, la incomprensión, el desasosiego, la soledad, el desacuerdo, el desamparo, la renovación o la búsqueda, o todo a la vez. La publicación de su obra Primer romancero gitano provocó en García Lorca una profunda crisis por las críticas recibidas incluso por parte de amigos a los que tanto admiraba. Y puso tierra, a su tierra, de por medio. Se desvinculó de su ambiente andaluz para encontrarse con Nueva York.
Lorca siempre se supo rico, siempre sintió la distancia. Y, sin embargo, nunca dejó de sufrir por los que sufren, por las injusticias, por la marginalidad. Un ejemplo lo encontramos en septiembre de 1931 cuando se inauguró la primera Biblioteca Pública de Fuente Vaqueros. El poeta más internacional del momento comenzó su discurso con emoción en la garganta: «Antes que nada yo debo deciros que no hablo, sino que leo». Y allí defendió el poder de la cultura en el desarrollo de la civilización y de las personas: «No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. [¿]. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan, porque lo contrario es convertirlos en máquinas».
García Lorca representa una conexión profunda entre la cultura, la identidad, la diversidad, el respeto y el presente; la necesidad de seguir aprendiendo, de seguir creciendo. Y resuena a preocupaciones contemporáneas y universales. Porque su legado nos recuerda la importancia de preservar la identidad, alimentar el cuerpo y, sobre todo, la cultura «porque la agonía del alma dura toda la vida» y continúa: «Porque todavía la ignorancia es terrible y ya sabemos que donde hay ignorancia es muy fácil confundir el mal con el bien y la verdad con la mentira».
Su trágica muerte sigue suscitando tormento. Y preguntas. «Federico, que me hacía reír como nadie y que nos enlutó a todos por un siglo», dijo Pablo Neruda, el poeta chileno que nos rompió por dentro con su «puedo escribir los versos más tristes esta noche» de su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Y describía así a su amigo: «Nunca he visto reunidos como en él la gracia y el genio, el corazón alado y la cascada cristalina. Federico García Lorca era el duende derrochador, la alegría centrífuga que recogía en su seno e irradiaba como un planeta la felicidad de vivir».
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