Cualquier orador sabe de la utilidad de la pausa silenciosa, pero su empleo frente a la crisis en Venezuela o la fuga de Puigdemont levanta ampollas.
Artículo publicado en El Correo (26/08/2024)
Hace años que un santanderino de esa sociedad que se autodenomina como ‘de Santander de toda la vida’ (STV) me explicó que a los veraneantes foráneos se les calificaba de ‘papardos’. Hoy, el adjetivo metafórico ya no solo acota a los madrileños que acudían desde tiempos pretéritos a Comillas, sino que se aplica por extensión a todo llegado de cualquier geografía foránea.
Aclaro sin disquisiciones muy científicas que el papardo es un pez que viene a la costa en verano. Como muchas otras especies, además de por el latinajo clasificatorio, es conocido, y por algo será, como japuta y zapatero. ¡Vaya por Dios!
Pero, si bien merecedores de tal apelativo aquellos veraneantes que invadían el pueblo donde Gaudí respondió a ‘caprichos’ y el marqués de Comillas y los jesuitas acordaron crear un seminario que hoy es universidad, actualmente tienen sucesores a quienes no debiera aplicarse tal mote. Y lo digo en defensa de los muchos turistas que, pese a invadir a veces de manera desconsiderada este y otros territorios, dan oxígeno a un cierto provincianismo que se nota hasta en el aplauso de algunas citas musicales de gran renombre en la capital cántabra. Pero, sobre todo, dejan euros. Pocos o muchos, pero los dejan. Y solo hay que comprobarlo acudiendo a los alquileres vacacionales. La demanda coloca a nivel de fortunita los precios. Y eso pasa no solo en Ibiza y en Málaga, también sucede en Santander.
Obviamente, si recreo esta realidad no es para indisponerme con esa ciudad a la que acudo como paparda encantada desde hace años. Lo hago para hablar brevemente de política.
Añado al dato previo sobre el ‘brama brama’ o papardo que al pez también se le conoce como palometa y que puede portar una larva tipo tenia o solitaria. Algo desagradable de todas, todas. Es decir, hay que mirar con cautela al dichoso pescado. Y es que por sus cualidades, pero solo algunas, muchos políticos de nuestros días parecen papardos. El primero, y tras las elecciones de Venezuela, alguien que se precia de actuar en calidad de observador internacional, Rodríguez Zapatero, calla y actúa solo cuando la marea está caldeada y su verbo actúa con garantías calculadas. Pero también identifico como tales a quienes tras la re-fuga del señor de flequillo ‘beatlemaníaco’ no mueven ni una ceja ante semejante esperpento veraniego. Que, a saber, pero de haber sucedido en invierno, la cosa habría terminado de otro modo. Bueno, o quizá no…
Y también pienso en otro flequillo estrambótico -el de Trump (cuestión de pelos)- que anda preocupado por el ascenso de la candidata demócrata Kamala Harris en las encuestas, y ‘papardea’ desovando sus histriónicas ideas. Aunque para histrionismo veraniego, el que nos ha deparado la deriva satánica que argumenta Maduro para defenderse en estado de desesperación. Incluso la elección de Pedro Sánchez por el aislamiento insular para este estío también me da mucho que pensar, en relación a esta especie atlántica y las costas canarias.
Las santanderinas ‘crónicas papardas’ dejaron claro hace tiempo en redes sociales, por cierto, que el perfil determinado del turista urbanita se caracteriza por su prepotencia e irresponsabilidad. ¡Caray! Todo coincide¿ Pero debo aclarar. Mi sentido del humor, que no es irrespetuoso, recurre a un cuestionamiento que viene de abajo hacia arriba. Y es que el silencio cómplice no me va.
Los juristas consideran el silencio como un arma eficaz. Afirmación que puede interpretarse de mil maneras. Y es que cualquier orador sabe de la utilidad de la pausa silenciosa, pero tan flagrante utilización de dicha estrategia levanta más ampollas que la carabela portuguesa. Lo cual he podido constatar sin proponérmelo, hasta en corrillos y conversaciones playeras.
Por lo cual, todo me lleva a pensar en el útil recurso del refranero. Ese que siempre indica buenas guías de conducta. Y creo ajustado al tema el refranillo de «por la boca muere el pez». Cierto, muchos saben que deben guardar silencio. Sin embargo, las personas bien educadas asumíamos que «palabra dicha, no tiene vuelta». Pero en los tiempos que corren, el valor coercitivo de una recomendación ética no palía los excesos contradictorios de quienes debieran ser paradigma de coherencia y fidelidad a los valores democráticos que airean de continuo.
Así que me atengo a un último proverbio: «Invierno frío, verano caliente, poco aliciente». Pues únase a lo dicho la imagen de la marea internacional. Todo son conatos en los que la diplomacia secreta no da una. Véase el enquistamiento negociador sobre la guerra en Ucrania, y entre Palestina e Israel, además de la enconada y silente agresión perpetuada en distintos escenarios de África. Ahí no hay papardos, sino pirañas, y ese sí que es un bicho que se alimenta de cualquiera que caiga entre sus puntiagudos dientes, incluida su propia madre.
Así que lo espero sin demasiada convicción, pero ojalá el otoño traiga la llegada de otras especies piscícolas. Que Neptuno nos proteja…
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