Artículo publicado en El Correo (30/09/2024)
El estudio de la productividad es crítico en la teoría del crecimiento económico. Como advierte Paul Krugman en su libro ‘La era de las expectativas decrecientes’, «la productividad no lo es todo, pero a largo plazo sí lo es, es casi todo». La productividad se erige en la piedra angular de la prosperidad económica. La única manera de elevar de forma sostenible el nivel de vida de un país es producir más con los mismos o incluso menores recursos.
La naturaleza de los activadores de la productividad es compleja. Sabemos que la productividad del trabajo deberá jugar un papel más relevante en el impulso del crecimiento a medida que nuestras sociedades envejecen, porque el avance basado en el incremento del número de trabajadores no es realista, ya que la población decrece. Sin embargo, no hay consenso sobre cómo revertir la desaceleración generalizada de la productividad observada en casi todos los países desde hace 20 años.
Uno de los enigmas es el débil crecimiento de lo que los economistas denominan la productividad total de los factores (PTF), una medida que evalúa la eficiencia con que las empresas convierten a la vez capital y trabajo en ‘output’ o producción. Este componente, que esencialmente captura la marcha de la innovación y la tecnología, ha sido, por su debilidad, responsable de más de la mitad de la desaceleración económica global registrada desde la crisis financiera de 2008-2010. Un nuevo decenio marcado por un estacionamiento o disminución en la productividad podría erosionar de manera significativa los niveles de vida y amenazar la estabilidad financiera y social.
El último número de Finanzas y Desarrollo (F&D) del Fondo Monetario Internacional (FMI), de septiembre, reúne a investigadores destacados que buscan razonar sobre la pérdida de productividad, así como sobre las estrategias para contrarrestar estas tendencias y reavivar la dinámica económica. El economista de Yale Michael Peters examina las causas del lento crecimiento de la variable en Estados Unidos cuya falta de dinamismo podría contagiar al resto del mundo. Peters sugiere fomentar la inmigración para compensar la reducción de la fuerza laboral doméstica, e introducir regulaciones más agresivas para fomentar la innovación en la pequeña empresa y en las ‘startups’, como parte de una solución integral.
Complementando esta visión, Ufuk Akcigit, de la Universidad de Chicago, constata que el aumento del gasto en investigación y desarrollo (I+D) en Estados Unidos no implica necesariamente un aumento de su productividad. El estudio revela que las pequeñas empresas son, sorprendentemente, más innovadoras que las grandes en relación con su tamaño, debido a que utilizan de forma más eficiente los recursos destinados a I+D. A medida que las empresas grandes y medianas crecen y se asientan en sus respectivas cuotas de mercado, suelen poner mayor énfasis en la protección de su posición relativa que en fomentar la innovación.
La innovación, aunque necesaria, no basta por sí sola para producir crecimientos de la productividad. Es la adopción de nuevas tecnologías y la transformación digital, especialmente a través de la inteligencia artificial (IA), la que tiene el potencial de marcar un aumento progresivo de la productividad, según el Nobel Michael Spence. Para que la IA alcance su máximo potencial económico, –agrega el americano- debe ser accesible a todos los sectores de la economía y a empresas de todos los tamaños. Las políticas económicas desempeñan igualmente un papel crucial en este entramado. Los estudios apuntan a la implementación de medidas que fomenten una reasignación de recursos más efectiva, desplazándolos desde empresas de baja productividad hacia pequeños negocios y startups. La propuesta incluye créditos fiscales, subvenciones para la innovación en las etapas iniciales, capacitación de la fuerza laboral, además de políticas que fortalezcan la competencia y reduzcan las barreras de entrada para nuevos actores en el mercado.
Asumir las bondades del crecimiento de la productividad es esencial, dado su impacto en el crecimiento económico, que, según las palabras de Daniel Susskind del King’s College de Londres, debe mejorar la vida de las personas sin caer de tentaciones del ‘degrowth’. En última instancia, como sostiene el también laureado Edmund Phelps, una sociedad productiva tiene su justificación en que el conjunto de las personas experimente un «florecimiento masivo», en la conciencia de que la economía está finalmente orientada al consumidor.
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