La construcción identitaria de una parte de la sociedad lleva al rincón a quienes no comparten ideología y objetivos. Sin embargo, todos somos vascos y vascas
Artículo publicado en El Correo (06/10/2024)
Comentaba Juan Luis Ibarra en la presentación de un libro altamente recomendable (‘Aquellos mitos con los que mataron’) que, en la apertura del año judicial de las audiencias vascas, los propios jueces se dirigían a los diferentes lehendakaris solicitándoles apoyo, comprensión y medios, porque estaban en el punto de mira de una ETA desbocada contra cualquiera que le pusiera el dedo acusador enfrente; pedían a las autoridades que los considerasen sus jueces, los jueces vascos de la judicatura vasca. Y nos contaba Juan Luis con cierto abatimiento que la respuesta de los diferentes lehendakaris –exceptuaba a Patxi López– era más bien tibia con un ‘bai, baina…’. Es decir, no había un apoyo nítido a un colectivo imprescindible en un Estado de Derecho. Ese ‘bai, baina’ camuflaba un indigno ‘sí, vale, pero es que… no son de los nuestros’. De alguna manera, los colocaba ‘ex terminus’ (Imanol Zubero), fuera del grupo y de la sociedad. Es la construcción política del extraño (Ulrich Beck).
En estos últimos meses, leo declaraciones de Kontseilua a cuenta de las sentencias sobre la exigencia de perfil lingüístico en algunos puestos de la Administración autonómica y local; afirman que los jueces no pueden negar ni prohibir la voluntad popular vasca que no es otra que defender la expansión del euskara por cada rincón del país. Se preguntan que quiénes son esos togados ajenos al mundo euskaldun y que, por el contrario, son quienes manejan la política lingüística y deciden qué ayuntamiento debe ser o no euskaldun. Y salen a la calle con una pancarta: ‘Epaileak euskararen etsaiak’. Enemigos del euskera; enemigos del país. Brochazo y etiqueta: ustedes están fuera del país, ‘ex terminus’. Por cierto, los dos partidos mayoritarios apoyan estas movilizaciones, aun cuando el razonamiento jurídico es impecable.
La construcción identitaria de una parte de la sociedad lleva al rincón a quienes no comparten ideología y objetivos. Y, sin embargo, todos somos ciudadanos vascos y vascas. ‘Bai, baina…’ algunos son más que otros.
A menudo, ante el horror de un nuevo asesinato de ETA, muchos nos indignábamos e incluso podíamos llegar a musitar un discreto ‘qué pasada, esto no tiene sentido, no hay que matar a nadie…’; pero siempre había alguien que respondía ‘algo habrá hecho ese, seguro. Y no lo justifico, baina…’. Esta frase hundía más el cadáver en la tierra, en la soledad y en el desprecio absoluto de su derecho a vivir y vertía un bálsamo de culpabilidad al asesinado, de inevitabilidad a los hechos y de legitimación a los perpetradores del asesinato. Adicionalmente, esas palabras, esa frase atroz, inhibían una posible respuesta y ponían el listón del rechazo y la movilización mucho más alto. Aquella persona, abatida en el suelo, ya estaba sentenciada; estaba fuera del ‘nosotros’. Era de los otros.
Ese ‘bai, baina’ asoma de nuevo en las fiestas de nuestros pueblos. Uno pregunta a alguien con pañuelo al cuello y camisa de mahón por esa comida popular en favor de los presos políticos locales (sic) que aparece en el programa de fiestas. Me responde con naturalidad que será mañana en la plaza. Le aprieto las tuercas al remarcarle que el evento es en favor de los presos de una banda de delincuentes. ‘Tira, bai, baina bertokoak’, son de los nuestros. Y añade que la organización cerró hace mucho y que lo están pasando mal y que ya vale. Le digo que sus víctimas sí que lo pasaron mal y que además no tiene remedio, pero que sus presos acabarán por volver. Me mira echando para atrás el cuello y suelta sonriendo: ‘zu ez za txakurre izingo’, ¿tú no serás txakurra?
El ciclo de la violencia terminó y es indudable que estamos infinitamente mejor. Las inercias y el retrogusto de todo el dolor desplegado durante tanto tiempo, sin embargo, nos acompañarán. Además de repensar qué hacer con todo lo sufrido y dónde lo colocamos en nuestras vidas, hay labores ineludibles para estos años de postviolencia: seguir construyendo país, sociedad, futuro y dignidad desde el respeto a la pluralidad de sentimientos identitarios. Tenemos la lección aprendida de que asignar categorías en función de la adhesión y fidelidad a un tipo de abertzalismo es indignante y quiebra la convivencia. Recordemos con no poco bochorno aquello de ‘como alemanes en Mallorca’. Pero en la legislatura pasada, PNV y EH Bildu entretejían el borrador del nuevo estatuto donde ya nos perfilaban o como ciudadanos de vecindad administrativa vasca o de nacionalidad vasca.
Por último, hay que desmontar con convicción y garbo el mito del ‘bai, baina…’. Cada vez somos una sociedad más plural, diversa, colorida y plurilingüe. El euskara es nuestro idioma, sí, y el castellano también, hablado prácticamente por el 100% de los vascos de este lado del Pirineo. Aceptemos que la realidad lingüística es esa. Y que los jueces y los erdaldunes son de los nuestros, igual que todas esas personas que vienen y deciden quedarse aquí, contribuir y, sobre todo, vivir. Eso mismo: vivir.
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