Artículo publicado en El Diario Vasco (17/10/2024)
De nuevo aflora con fuerza el populismo en Austria. Antes lo ha hecho en otros países. Una situación cada vez más repetida en nuestra sociedad. ¿Por qué? Porque vivimos en sistemas cada vez más complejos. Sociedades que no tienen una forma sencilla de resolver problemas como la inmigración, la vivienda o la sanidad. Campos de abono para el florecimiento del discurso populista. Probablemente le sorprenda saber que el populismo tiene su origen en el movimiento narodnista de la Rusia del siglo XIX. Pero ese origen como movimiento dualista entre el pueblo y la élite poco tiene que ver con la deriva que tomó hacia la demagogia. Hoy es más una forma de discurso para atraer al votante que una corriente ideológica. No podemos decir que sea una corriente ideológica. Es el discurso de las soluciones sencillas a problemas complejos utilizado por partidos tan opuestos como Podemos, Sumar o Vox, por no hablar de Alvise, al que me temo que ‘se le acabó la fiesta’.
¿Será tan sencilla la solución de la inmigración como «devolver» a los ‘sin papeles’ a un país X sin la aceptación de sus mandatarios? ¿O será que la solución debe ser buenista y pasa por que vengan todos los que quieran y cuando quieran? Sin duda necesitamos a inmigrantes, pero de una manera ordenada y asumible por el sistema. Cuestión que, en la práctica, no debe de ser sencillo solucionar correctamente porque nadie lo ha conseguido hasta la fecha. No hay experto o gurú con la fórmula mágica.
Permítame tres reflexiones sobre las creencias populistas. Por un lado, hace una década caló mucho la idea de pensadores como Fernando Savater que afirmaban que el populismo es «la democracia de los ignorantes». Discrepo de esa visión. Seguro que usted conoce a populistas que leen mucho y que saben mucho sobre historia, vacunas o calentamiento global, por ejemplo. Por tanto, no creo que sea un asunto de falta de cultura (definición de ignorante), sino más bien de falta de reflexión sobre lo diverso y grande que es este mundo, donde las verdades absolutas escasean –por no decir que no existen, porque hasta el Dalai Lama le discutirá sobre la muerte–. Reflexionamos poco, tenemos poca vida interior y diálogo con nosotros mismos, lo que conduce a una falta de autocrítica frente a la acción compulsiva. Por otra parte, los humanos estamos llenos de sesgos, nuestra objetividad escasea, ya que somos fruto de nuestras experiencias de vida. Nuestros orígenes, creencias y miedos están presentes en nosotros, y romper con ellos está solo al alcance de los verdaderamente valientes, los que en España por ejemplo llamamos ‘chaqueteros’.
La tercera reflexión está muy relacionada con la anterior. Nos pesan mucho las etiquetas y el posible rechazo de nuestra tribu. Hay tribus con una visión más de velar por el bien de los suyos –aquellos que pertenecen a su geografía, religión, clase social…– ya que, fuera, todo es maldad. Quizás con un punto de supremacía. Y hay tribus que velan más por una visión global, en la que todos somos hermanos –y no primos–, por lo que tenemos los mismos derechos y, por tanto, deberíamos tener las mismas oportunidades. Que suena a exceso de buenismo, porque quizás el vago no tenga los mismos derechos que el trabajador.
Hoy, en este mundo globalizado, por un lado, conocemos muchas más realidades. Viajamos más.
Por otro, tenemos mayor sensibilidad hacia la necesidad de mejorar nuestra escucha activa, nuestra empatía y nuestra inteligencia emocional en general. Sin embargo, poco o nada se dedica a la introspección individual y el pensamiento crítico de las ideas de uno mismo. ¿Cómo puede ser que yo naciese ya con las ideas tan claras y apenas haya tenido que girar sobre mis verdades originales tras tantos años de escucha y observación al prójimo? ¿Conoce usted a alguien que, tras un debate ideológico, termine diciendo «pues mira, creo que tras escucharte voy a tener que dar una vuelta a algunas creencias mías»?
Los políticos populistas campan a sus anchas en tiempos de crisis e incertidumbre como los actuales. Son verdaderos maestros en presentar soluciones sencillas a problemas complejos. No, lamentablemente nuestros problemas con la inmigración, la vivienda o el envejecimiento de la población no son tan sencillos de resolver. Leamos y escuchemos puntos de vista diversos desde la humildad. Quizás esto nos puedan hacer crecer y entender que no hay fórmulas mágicas ni expertos que, solos, puedan solucionar estos problemas.
Necesitamos liderazgos que unan, que con valentía busquen desde la vulnerabilidad y la resiliencia ilusionar y motivar a la población para, entre todos, resolver estas situaciones tan complejas. No vivimos en un mundo de blancos y negros, sino en un maravilloso y complejo mundo multicolor.
Deja una respuesta