Artículo publicado en El Correo (22/10/2024)
Las últimas elecciones vascas pusieron en la pista un torneo competitivo inédito por estas tierras en las últimas décadas por ver quién llegaba primero. A unas semanas de las elecciones era tan probable que ganara el PNV como EH Bildu. El clima de empate técnico hizo conectar el primer paso de la estrategia desarrollada tras el nombramiento de Pello Otxandiano como un candidato a lehendakari ganador, realista y viable. El primer paso consistía en pedir de forma insistente que se dejara gobernar al partido que consiguiera más votos, pasando por alto la democracia parlamentaria, la aritmética y el capital político de cada partido para formar gobiernos de coalición. Que al final ganara por votos el PNV y que tampoco superara en escaños al partido en el Gobierno evitó que en las primeras semanas poselectorales se abriera un debate sobre un supuesto choque de legitimidades.
El segundo paso fue generar un documento sustitutivo del programa electoral, Begirada, en el que aparecía el líder abertzale como un hombre que tiene el Estado en la cabeza y que es capaz de situar de forma analítica y crítica los principales retos que tenemos como país con propuestas para desarrollar el cambio de rumbo que la ciudadanía expresaba y de-mandaba en las encuestas. Energía positiva más enfocada a la toma de decisiones que a liderar e influir desde la oposición. Pero el resultado de las elecciones le llevaría a la oposición.
El tercer paso, antes de la investidura del nuevo lehendakari, fue tomar la iniciativa como si hubiera ganado las elecciones y como si tuviera alguna posibilidad de conseguir apoyos para conformar un gobierno. El líder de EH Bildu en el Parlamento vasco llamó al candidato del PNV, Imanol Pradales, y al secretario general del PSE-EE, Eneko Andueza, para consensuar un proyecto sólido de país. Se quejaba amargamente de que no le respondían y mostró su desagrado con las conversaciones excluyentes que estaban teniendo el partido que ganó las elecciones y el partido con el que ya había anunciado que iba a formar un Gobierno para alcanzar la mayoría absoluta, el PSE.
El cuarto paso fue presentarse a la investidura sabiendo que no tenía apoyos para ser lehendakari para situarse en los focos que la liturgia de la democracia parlamentaria reserva para los que han ganado las elecciones y tienen los apoyos necesarios para formar gobierno.
El quinto y por ahora último paso es volver a olvidarse del resultado de las últimas elecciones y de que hay un Ejecutivo que tiene mayoría absoluta, y reivindicar su papel de motor de los primeros Presupuestos de esta legislatura sin esperar a que los socios de coalición presenten sus cuentas de acuerdo a su programa de gobierno. Más que otra forma de hacer política, es actuar como si el pasado 21 de abril no hubiera habido elecciones.
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