La bondad de los impuestos se erige en una en una gran falacia y al mismo tiempo se constituye en un misil dirigido al sistema económico del libre cambio.
Artículo publicado en El Correo (04/11/2024)
El desembarco en tromba del sector automovilístico chino en Europa ha desatado las alarmas de los fabricantes autóctonos de coches. Se acusa a China de practicar ‘dumping’ de precios, una vieja estrategia consistente en subvencionar los productos exportados, bajando sus precios de venta incluso por debajo del coste de producción. Tal política tiene como consecuencia directa la caída en las ventas de los fabricantes nacionales. Una vez que estos queden apartados del mercado, los fabricantes chinos podrán subir progresivamente los precios hasta obtener un margen en ventas.
La industria europea, ya muy asediada por la competencia japonesa y coreana, y abatida por el escaso éxito de la estrategia de electrificación de sus vehículos, ha clamado ante la Unión Europea. Para nivelar el ataque del coloso asiático, Bruselas ha firmado la represalia el miércoles de la semana pasada, mediante el establecimiento de aranceles a la importación de coches fabricados en China: 17% para BYD, 18,8% para Geely y 35,3% para SAIC. Aprovechando la coyuntura también ha asignado a la americana Tesla un gravamen del 7,8%. Todo ello añadido al 10% de tasa básica. Como nota comparativa, señalaremos que Estados Unidos y Canadá imponen aranceles del 100% a los vehículos importados de China.
En la otra orilla del atlántico, Trump es un apóstol declarado del intervencionismo y de la defensa arancelaria. A lo largo de la actual campaña electoral para el acceso a la Casa Blanca ha proferido frases memorables como la siguiente: «Arancel es la palabra más hermosa del diccionario, más bella que la palabra amor y más bella que la palabra respeto». De alcanzar mañana martes la presidencia de EE UU, Trump ha amenazado con imponer fuertes aranceles a todos los países –los más severos, obviamente, se reservan para China– y aumentar de esta manera el precio de los productos extranjeros en su país y reordenar las cadenas de suministro globales. Sus aranceles afectarían a casi todas las importaciones estadounidenses, más de 3 billones de dólares en distintas manufacturas. Anuncia un ‘arancel universal’ de entre el 10% y el 20% para la mayoría de los productos extranjeros y del 60% o más para China. Para vetar que los productos chinos lleguen a Estados Unidos a través de terceros países ha prometido que recurrirá a «los aranceles que sean necesarios: 100%, 200% o 1.000%».
Pero la bondad de los aranceles se erige en una gran falacia y al mismo tiempo se constituye en un misil dirigido al sistema económico de librecambio. Una política arancelaria agresiva puede generar consecuencias económicas desastrosas, tanto para las economías que imponen los aranceles como para aquellas a las que se dirigen. Los aranceles, aunque pensados como un mecanismo para proteger industrias locales y reducir déficits comerciales, provocan respuestas de represalia por parte de otros países. La consiguiente guerra comercial reduce la cooperación económica y los beneficios del comercio global, disminuyendo la eficiencia y encareciendo bienes y servicios en toda la cadena de suministro mundial. El comercio mundial se reduce y con él cae el PIB mundial y, en cascada, el resto de variables asociadas.
La respuesta arancelaria resulta igualmente nociva para el país que la decreta. Al comprar productos nacionales protegidos o adquirir los extranjeros penalizados, el consumidor o el empresario sufraga inadvertidamente con su ahorro disponible el arancel incorporado en el precio del producto. Los aranceles son finalmente financiados por los nacionales del país que los impone, como un impuesto silencioso e inadvertido. De persistir en el tiempo fomentan la industria monopolista, desincentivando la competencia y el uso eficientede recursos, lo que deteriora el músculo productor y exportador del país en medida paralela. «Con un régimen arancelario, una industria solo pierde tiempo», ha explicado Arno Antlitz, director financiero de Volkswagen.
Trump alardea con reeditar o, al menos, acercarse al mito histórico de principios del siglo XX en que con unos aranceles suficientes en cuantía, podían reducirse el resto de los impuestos directos. Pero esto, que fue una realidad lejana aplicable con poco éxito a unas haciendas raquíticas e incipientes, resulta una falacia como base de financiación de un presupuesto público moderno.
El comercio mundial y los americanos ilustrados suspirarán aliviados si el martes gana Kamala Harris.
Deja una respuesta