Artículo publicado en Deia (09/11/2024)
En los últimos 15 años, Europa ha atravesado una auténtica montaña rusa de crisis que han puesto a prueba sus pilares económicos y políticos. Desde la gran crisis financiera de 2008 hasta la crisis de deuda soberana, pasando por la pandemia del covid-19 y, finalmente, la guerra en Ucrania, el continente ha sido golpeado una y otra vez, y su capacidad de resistir y adaptarse ha quedado en entredicho. Aunque todas estas crisis han dejado cicatrices, es la última –la guerra en Ucrania– la que presenta el mayor desafío para la industria europea, poniendo en serio riesgo su supervivencia.
La crisis financiera de 2008 fue un auténtico tsunami económico. Aunque comenzó en Estados Unidos, pronto arrastró al sistema financiero global, hundiendo economías enteras, disparando el desempleo y haciendo crecer la deuda pública a niveles nunca vistos en Europa. La respuesta fue clara: austeridad. Europa adoptó recortes para controlar el déficit, pero el precio fue muy alto, sobre todo para los países del sur como Grecia, España e Italia, donde el crecimiento se desplomó.
Luego vino la crisis de deuda soberana, que puso a varios países al borde del abismo, con primas de riesgo descontroladas. El Banco Central Europeo, bajo la dirección de Mario Draghi, jugó un papel clave en salvar el euro. Con su famosa frase “haré lo que sea necesario” para proteger la moneda, Draghi calmó los mercados. Pero las secuelas quedaron: un crecimiento débil, un desempleo crónico en varias regiones y una Europa cada vez más dividida en términos de igualdad económica.
Cuando parecía que Europa comenzaba a recuperar algo de estabilidad, la pandemia de covid-19 azotó al mundo en 2020. El confinamiento global paralizó casi toda la actividad económica, y los gobiernos europeos tuvieron que lanzar paquetes de estímulo masivos para evitar el colapso. Con el avance de la pandemia, quedó claro que su impacto no era solo económico. Si bien la crisis sanitaria aceleró la digitalización en muchos sectores, también dejó al descubierto lo frágiles que son las cadenas de suministro globales.
La Unión Europea intentó responder con el ambicioso Fondo de Recuperación, y aunque sirvió de salvavidas para muchas economías, también puso en evidencia las debilidades estructurales de Europa. Muchas pequeñas y medianas empresas lucharon por adaptarse al nuevo panorama digital, y la inversión en innovación tecnológica siguió siendo insuficiente, dejando a Europa muy por detrás de gigantes como Estados Unidos o China.
Pero la crisis más reciente, la guerra en Ucrania, ha sido devastadora para Europa. Más allá de la tragedia humanitaria, la guerra ha alterado por completo el delicado equilibrio geopolítico y económico del continente. La dependencia de Europa del gas natural ruso dejó al continente extremadamente vulnerable. Con los precios de la energía por las nubes, las industrias que dependen mucho del gas –como la siderurgia, la química o el aluminio– han sufrido un golpe durísimo.
Y esta crisis energética no vino sola. Coincidió con el creciente peso de China en sectores clave, como las tecnologías limpias y los vehículos eléctricos, y con los problemas internos de la industria alemana, que ha sido durante décadas el motor manufacturero de Europa. Alemania, que siempre ha sido una pieza clave de la economía europea, está ahora en un momento crítico. Su potente industria automotriz está luchando para adaptarse a la transición hacia los coches eléctricos y a los desafíos que supone la digitalización. A esto se suma el envejecimiento de su población y la falta de inversión en tecnologías innovadoras, lo que está erosionando su ventaja competitiva.
Pero la guerra en Ucrania no es solo un conflicto militar, es parte de algo más grande: la desglobalización. Este fenómeno empezó con el Brexit y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, y ambos marcaron un punto de inflexión en el orden mundial. Hoy, el mundo está mucho más fragmentado. Las políticas proteccionistas, las barreras comerciales y la disrupción de las cadenas de suministro son la nueva realidad.
En este contexto, Europa se encuentra en una posición delicada. Su dependencia del comercio internacional y de importaciones críticas, como los semiconductores y las materias primas esenciales, la hace más vulnerable que nunca. Y la pregunta es clara: ¿Está Europa perdiendo la carrera industrial frente a potencias como China y Estados Unidos? La respuesta dependerá de las decisiones que se tomen en los próximos años.
El panorama actual no es alentador, pero aún hay margen para evitar un declive total. Mario Draghi ha propuesto una serie de medidas clave que Europa debe adoptar si quiere mantener su competitividad industrial y seguir siendo relevante en el escenario global.
1. Invertir en innovación y tecnología avanzada: Europa ha quedado rezagada en términos de innovación tecnológica. Draghi insiste en que debemos cerrar la brecha con Estados Unidos y China, especialmente en sectores como la inteligencia artificial, los semiconductores y las tecnologías limpias. Si no nos ponemos al día, la industria europea corre el riesgo de quedar obsoleta.
2. Ajustar la política energética: La crisis del gas ha dejado claro que Europa necesita diversificar sus fuentes de energía y acelerar la transición hacia energías limpias. Esto no solo reduciría nuestra dependencia de países inestables, sino que también nos daría la oportunidad de liderar en el ámbito de las tecnologías verdes.
3. Reformar el mercado laboral y mejorar el capital humano: Con una población activa en declive, Europa necesita aumentar su productividad. Esto pasa por mejorar la educación, la formación digital y la adopción de nuevas tecnologías en todos los sectores. Solo así podremos seguir siendo competitivos.
4. Aumentar la inversión en defensa: La guerra en Ucrania ha expuesto las debilidades en nuestra capacidad de defensa. En un mundo cada vez más inestable, Europa debe ser capaz de proteger sus intereses, y eso implica invertir más en su industria de defensa.
En definitiva, Europa ha atravesado una serie de crisis que la han debilitado, pero es la última, la guerra en Ucrania, la que ha expuesto con mayor claridad sus vulnerabilidades estructurales. La industria europea, que en su día fue el motor de la prosperidad continental, está en un punto de inflexión. Si Europa no toma medidas audaces para innovar y adaptarse a esta nueva realidad global, corre el riesgo de asistir al funeral de su industria. Sin embargo, con las políticas adecuadas, Europa aún tiene la capacidad de revitalizar su economía y asegurar su lugar como uno de los grandes actores globales.
El autor es catedrático de DBS, director de Estudios de Laboral Kutxa y miembro de Arizmendiarrieta Kristau Fundazioa.
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