Pero no de talento como se suele argumentar.
Artículo publicado en Expansion (22/11/2024)
Andamos escasos de líderes, que no de talento. El mantra de estos últimos años en cuanto a gestión de personas gira en torno a la falta de talento. Y, sin embargo, lo que hace falta son líderes. Y si no, piensen en quienes nos lideran¿ No sé qué me da más miedo, si los que se autoproclaman líderes, o los que, teniendo que serlo, engañan, mienten, culpan a otros y se esconden tras la sombra alargada de sus sillones.
Y es precisamente el miedo el que calla nuestras voces, el que desdibuja nuestras opiniones. Y déjenme que entone un mea culpa. Me paso la vida recordando a mis estudiantes en nuestras clases de comunicación que tienen voz, que deben usarla. Y, sin embargo, siento y lamento cómo autocensuro la mía, cómo, bajo la sombra de la corrección, acallamos la voz y casi hasta el pensamiento, que hace tiempo dejó de ser libre. Dice el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han en su libro El espíritu de la esperanza que estamos padeciendo una crisis múltiple. Miramos angustiados a un futuro tétrico en el que el miedo crea un ambiente depresivo. Y es precisamente el miedo un excelente instrumento de dominio. «Hoy nos da miedo hasta pensar. Se diría que hemos perdido el valor de pensar».
Alguien me decía y se preguntaba hace unos días en un ejercicio de reflexión compartida ante tanta perplejidad y sufrimiento que estamos viendo y viviendo que quizás tenemos los líderes que nos merecemos. No sé si es frase hecha, aprendida, o quizás asumida. Pero no me conformo. Porque creo que no nos merecemos lo que ha pasado y lo que pasa. No nos merecemos la mediocridad, la mentira, los gestos ruines y la mala gestión. No nos merecemos el disfraz de la verdad, la huida por respuesta o la callada por solución. No nos merecemos líderes que nos hagan empequeñecer, que nos borran la ilusión de la cara y de la mirada. No nos merecemos tener líderes que no reflexionen, que no escuchen, que no aprendan para hacer crecer a los demás porque están demasiado entretenidos con hacer crecer sus egos.
Pero lo están consiguiendo, nos están dejando sin voz, sin energía y casi sin esperanza, conformándonos con lo que hay. Quizás porque la injusticia a veces deja en estado de shock, nos deja mudos y peleándonos entre nosotros, manipulados como marionetas manejadas por hilos.
Los tiempos que vivimos no saben de medias tintas. Corren urgentes. Como el scroll infinito que enferma y juega con nuestro tiempo y nuestra voluntad a su gusto, a la carta. Los tiempos que vivimos necesitan de mentes que deberían estar centradas en usar la tecnología y en hacer crecer a las personas. Y parece que ahora estamos más centrados en hacer crecer la tecnología y usar a las personas.
Abundan los cursos de liderazgo, los artículos, las investigaciones, los libros, los casos. Quizás abundan porque cuesta entender la base, la esencia, la importancia de la vuelta a los básicos. Enfoque en las personas, escuchar, humildad genuina, generosidad y valores, en este mundo del like individualista y de la intemperie de propósito. Y quizás porque quienes deberían leer, aprender, estudiar, entender y comprender son quienes no lo hacen, demasiado ocupados por ocultar sus carencias.
Los datos de múltiples estudios revelan una realidad tan evidente que resulta alarmante: los gestores fallidos suelen volverse insensibles, carecen de autoconciencia, tienen escasas habilidades interpersonales, no aprenden de sus errores, se adaptan mal al cambio, comunican de forma deficiente¿Y en muchos casos, estos problemas surgen por un error fundamental en su enfoque. En el artículo de Harvard Business Review Why highly efficient leaders fail, los altos niveles de eficiencia que permiten a los líderes centrados en las tareas ser tan productivos suelen ir en detrimento de un enfoque centrado en las personas. Cosas como establecer relaciones, inspirar a un equipo, desarrollar a los demás y mostrar empatía pueden quedar relegadas a un segundo plano, perdidos en la creencia limitante de que las actividades más centradas en las personas les ralentizarán e impedirán su capacidad de ejecución y, en última instancia, de tener éxito. Lo irónico de todo es que un enfoque intenso en la eficiencia y en hacer las cosas, hace que estos líderes sean menos eficaces. El resultado suele ser un impacto negativo en el clima organizacional y el agotamiento de las personas que forman parte de la organización. Al priorizar resultados sobre cuidado, procesos sobre personas y control sobre colaboración, comienza el principio del desenamoramiento en los equipos y las personas, comienza la desconexión. Y lo del desenamoramiento es más que una manera de expresar, juzguen ustedes y pregúntense sin hacerse trampas al solitario: ¿ recomendarían a su mejor amigo o amiga trabajar en su empresa? Un 39% de las personas, según un informe de Infojobs de octubre 2024, declaran abiertamente no recomendar su empresa para trabajar.
El absentismo, el menor sentimiento de pertenencia a las empresas, la alta rotación y la falta de conexión con los valores de las organizaciones deberían dejarnos claro el mensaje: así no.
Andamos escasos de líderes, y, sin embargo, hay esperanza porque eso es precisamente lo que necesitamos y lo que todas las personas voluntarias nos han enseñado: que hay esperanza. En el desamparo del liderazgo, en la falta de modelos, la colaboración y la solidaridad han surgido como esperanza colectiva.
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