Hay principios universales, comportamientos que, sin necesidad de contrastar con otro ser humano, sabemos que no están bien.
Artículo publicado en El Correo (23/11/2024)
Víctor de Aldama, Begoña Gómez, Koldo García, José Luis Ábalos, Íñigo Errejón… Todos ellos, protagonistas de casos con implicaciones judiciales y también políticas. Pero no nos dejemos confundir. El cuestionamiento en estos casos no se basa en lo político, lo moral o lo jurídico, sino en lo ético. Hay una diferencia sustancial.
No, cualquier persona no es inocente hasta que lo declare un juez. Eso aplica para cuestiones judiciales. Pero hay un principio más universal, que no requiere de interpretaciones jurídicas: el comportamiento ético. De ahí que sea fundamental entender la diferencia entre lo moral, lo judicial y lo ético. Términos que socialmente utilizamos sin demasiada distinción. Sin embargo, es crítico diferenciarlos. Me explico.
En Tíbet, incluso hoy en día, la mayoría de los actos fúnebres se realizan mediante el ‘jhator’; un ritual celestial budista que se basa en llevar el cadáver del difunto a la cima de una montaña, diseccionarlo y ofrecérselo a los buitres como acto de respeto. Sí, ha leído bien. Diseccionan el cadáver. ¿Es éticamente reprobable? No. ¿Es moralmente reprobable para nosotros? Sí. ¿Y dónde estriba la diferencia? En que lo ético lo conforman principios universales. Comportamientos que, sin necesidad de contrastar con otro ser humano, sabemos que no están bien.
Un niño nacido en mitad del bosque y sin contacto con otro ser vivo o un indígena yanomami podrían llegar a la misma conclusión que usted y que yo. En este grupo de acciones entran principios como el de no matar, honrar a tus padres, respetar a los desfavorecidos y a los mayores, cumplir tu palabra… y, en principio, no hay mucha discusión sobre ellos.
Los problemas de interpretación comienzan cuando los adaptamos a nuestro entorno particular, a nuestra cultura, a nuestra sociedad. Porque mientras un tibetano lleva al extremo el principio de no matar bajo ninguna circunstancia, es capaz de partir un cadáver y entregárselo a los buitres como respeto hacia la reencarnación de sus seres queridos. Y, sin embargo, nosotros podemos llegar a defender matar a alguien en algunas situaciones extremas como la guerra, y vemos muy mal cuartear su cadáver aunque sea el enemigo que matamos. Se trata de nuestra moral. Es decir, el juicio práctico de cómo aplicar los principios éticos universales, donde la conducta, el fin y la circunstancia de la acción forman parte importante para enjuiciar si se ha obrado bien o mal. De ahí que, para definir esas líneas rojas en una sociedad tengamos que poner unas normas de consenso llamadas leyes y unos señores y señoras que determinen lo más técnicamente posible si se cumplen en ciertas conductas o no.
Es por eso que todo el farragoso mundo de la política y la judicatura, más relacionados con la moral que con la ética, pueden suponer una cortina de humo y desenfocarnos de lo importante: la ley natural universal. Robar un ‘software’ está mal; acosar sexualmente, también; aprovecharse de la tragedia de la pandemia para robar, también. Hechos ya probados. Podrán existir atenuantes o agravantes. Los jueces dictaminarán oportunamente para ver cuán moralmente reprobables son y qué castigo debe imponerse. Pero un indio yanomami puede decir que, efectivamente, estas personas no obraron bien de acuerdo con la ética universal. Con todo ello no quiero decir que, en una sociedad como la nuestra –que se supone civilizada– no confiemos en la Justicia para hacer un juicio acorde a los principios sociales que hemos aceptado. Una democracia es un sistema imperfecto, pero el tiempo está demostrando que es el menos imperfecto (y para que funcione correctamente, creer en el buen ejercicio de sus jueces es primordial).
A lo que me estoy refiriendo es a que, más allá de la justicia legal o la justicia moral de cada individuo, existen unos principios universales que son la base de todo ello y no admiten discusión alguna (por mucho que la política trate de enmarañar y hacernos dudar incluso de esa base ética).
En conclusión, creo que, para no dejarnos enredar por el ruido y el circo mediático, es importante discernir entre ética, moral y legalidad. Es cierto que, en su aplicación, la ética es más conceptual mientras que la moral es más concreta y la legalidad lo es más aún, es decir, las líneas rojas son más claras en lo legal que en lo moral. Pero me gusta cómo el filósofo Fernando Savater lo simplifica: «Después de tantos años estudiando la ética, he llegado a la conclusión de que toda ella se resume en tres virtudes: coraje para vivir, generosidad para convivir y prudencia para sobrevivir». Dicho de otra manera, y aunque en ocasiones la vida sea dura: no, el fin nunca justifica los medios.
Deja una respuesta