Artículo publicado en El Correo (28/10/2024)
La crisis económica ocupa el segundo lugar de preocupación para los españoles según el último Barómetro de octubre 2024 del CIS. Empata con el tema migratorio. Solamente ‘los problemas políticos del país’, cuestión que se sitúa en cabeza de la lista, parece inquietar más a los españoles.
Una crisis económica es una eventualidad tan grave que es natural que suscite la intranquilidad de la ciudadanía. Pero no acaba de cuadrar que figure tan arriba –en segundo lugar– en la lista de las inquietudes actuales. No parece lógico, cuando el país acaba de escuchar del Fondo Monetario Internacional un nuevo augurio de crecimiento vigoroso para 2024 y 2025, del 2,9% y el 2,1%, respectivamente. Tampoco el porcentaje de inflación media, situada para el cierre de 2025 en el 1,8%, debe activar las alarmas, al situarse por debajo del 2% marcado por el Banco Central Europeo. El número de trabajadores afiliados en la Seguridad Social se halla en máximos históricos y la tasa de paro se prevé que descenderá paulatinamente hasta el 10,5% a finales de 2025. Siendo estos los tres parámetros más relevantes que definen una coyuntura económica, y mostrando al menos los dos primeros un semblante risueño, no resulta fácil interpretar el mensaje de ansiedad recogido en el Barómetro de octubre.
Tal vez, en lugar de referir su temor a una ‘crisis económica’, la ciudadanía española haya querido aludir a un tema similar que contenga la carga perniciosa necesaria para prologar una crisis económica. Quizá la población española esté queriendo expresar su preocupación por otra eventualidad dañina: la incertidumbre. Una incertidumbre que se cierne sobre la economía como consecuencia acumulada de una serie de factores tan notorios como las guerras en Oriente Medio y Ucrania, los desastres acarreados por el cambio climático, el desfallecimiento de la economía china o las elecciones presidenciales en Estados Unidos. O acaso también por la levedad extrema de nuestro tejido político instalado en la contradicción y la mentira, y la creciente crispación de la sociedad española.
He ahí unas buenas razones que justifiquen una preocupación razonable: la incertidumbre que nos rodea y que no deja de ser una constante inherente a la contingencia de la condición humana. No podemos no temer nada.
En un plano general y teórico, la incertidumbre como tal puede afectar negativamente a la economía a través de tres canales principales. En primer lugar, puede aumentar las probabilidades de sucesos extremos en el mercado de activos financieros. En segundo lugar, puede ralentizar las decisiones de consumo e inversión del sector privado y desacelerar la actividad económica. Y en tercer lugar, puede frenar la disponibilidad de crédito interno. Pero si rebajamos la cota de vuelo y nos colocamos las gafas de ver de cerca la economía española de a pie, podemos concretar algunos escenarios más sobresalientes de incertidumbre.
El primer escenario se refiere al incremento en el coste de la vivienda, en el que siguen sin decidirse las ingentes inversiones necesarias para reducir las justificadas impaciencias de los demandantes de un hogar. Llegado el momento, las tensiones podrían derivarse hacia disturbios callejeros, impago de rentas y otras situaciones límite.
El segundo escenario reside en la proximidad de una política monetaria más laxa, que estimule la demanda y que conduzca a más inflación y a pérdidas de competitividad. Tanto las empresas como los trabajadores tratarán de continuar resarciéndose de los márgenes perdidos. Las primeras por el aumento de los costes salariales que se prevén en las cotizaciones a la Seguridad Social o en la reducción de la jornada laboral. Los trabajadores también querrán recuperar el poder adquisitivo de sus salarios. Sin aumentos en la productividad el sector exterior se verá amenazado.
El tercer escenario de riesgo se refiere al estancamiento de la inversión privada, por debajo de nuestros competidores europeos, y que conducirá a una menor actividad productiva: la inversión de hoy es nuestro PIB de mañana.
Esta misma semana, Pierre-Olivier Gourinchas, economista-jefe del Fondo Monetario Internacional, ha alertado de la desconexión entre las finanzas y la geopolítica. Si bien la volatilidad implícita en los mercados de valores se encuentra en «niveles bastante bajos», las cotas de incertidumbre geopolítica y económica «siguen siendo relativamente elevadas».
En resumen, vigilancia sin caer en el pesimismo. Figurar repetidamente la mala suerte suele atraerla.
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