Artículo publicado en Deia (08/12/2024)
Esta semana se han presentado dos documentos que tienen ciertas interconexiones. El primero ha sido el Informe para el desarrollo de un entorno digital seguro para la juventud y la infancia, encargado por el Consejo de Ministros de España. El segundo es el Diagnóstico de la situación de la juventud vasca, elaborado por el Observatorio Vasco de la Juventud y presentado por la consejera Melgosa.
El primer informe debería haber despertado un importante debate en España, pero el clima político de Madrid parece preferir cualquier sobrecondimentada polémica en que estén enredados, por ejemplo, Ayuso y su jefe de gabinete, un comisionista metido a generador de chascarrillos por entregas, un juez o fiscal enfangado en refriegas partidistas, o dos comunicadores de televisión aparentemente enfrentados pero aliados en la tarea de comerse la diversidad de la comunicación. Quisiéramos creer que entre nosotros resulta aún posible un debate que se superponga a esos episodios precocinados en casas ajenas.
El informe de los expertos españoles presenta 107 recomendaciones que conviene conocer y discutir. Recomiendan, por ejemplo, no exponer a los menores de 0 a 3 años a dispositivos digitales. Permitirlo excepcionalmente entre los 3 y los 6, bajo la supervisión de un adulto, siempre que haya un motivo justificado como, por ejemplo, mantener un contacto social o familiar que no sea posible cuidar de otra forma. De 6 a 12 años debe limitarse el uso de los dispositivos con acceso a Internet, bajo supervisión y para acceder puntualmente y con límites prefijados a contenidos apropiados. De 12 a 16 años debe priorizarse el uso de teléfonos analógicos (solo llamada) y retrasar la edad del primer móvil inteligente lo máximo posible, con herramientas de control y con limitación estricta del tiempo de uso y de las horas del día en que se hace.
Yo no soy ningún experto en la materia, pero más allá de presiones de detalle el tono general, como padre, me suena interesante. Conozco el tipo de reacciones descreídas que este tipo de propuestas generan cuando hemos normalizado el uso desmedido de los dispositivos y las redes sociales, indiferentes a las consecuencias que sobre la salud, afectividad y desarrollo personal y académico puedan tener para los menores. También nos parecía imposible imaginar que no se fumara en aviones, autobuses, centros de salud, cines o bares.
En Australia se acaban de tomar medidas en la línea de las recomendaciones señaladas, con importantes limitaciones de acceso a las redes sociales para niños y adolescentes. Son las grandes empresas del sector las que allí se alzan ahora supuestamente en nombre de los intereses de los menores y devienen en pretendidos defensores de los derechos de la infancia a acceder a esos medios. Presentadas por plataformas cuyos patrones están diseñados para crear adicción y reacciones emocionales negativas, que han eliminado programas de control de bulos, acoso y de protección de derechos humanos, esas declaraciones llevan a la náusea por sobreexposición de hipocresía manipuladora. El informe de los expertos españoles, por contra, está basado en las normas internacionales de derechos del niño.
El segundo informe, el del Observatorio Vasco, tiene una riqueza de información gigantesca. Algunos datos me han parecido más esperanzadores y positivos de lo que mis prejuicios me hacían sospechar. Por ejemplo, los relativos a la participación de los jóvenes vascos en el tejido social organizado. Otros datos ahora resuenan con alguno de los problemas arriba comentados, como el riesgo de un incremento de posiciones de ultraderecha en el colectivo de varones de 15 a 19 años o el descenso de las sensibilidades feministas en esa franja. Quedará para comentarlo otro día, si somos consecuentes con nuestra afirmación de que estos temas no pueden perder actualidad… aunque las televisiones y las redes nos brinden cada nueva semana artificial comida basura de colores más chillones con la que entretenernos.
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