Artículo publicado en The Conversation (11/12/2024)
El pasado septiembre, Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, presentó el informe El futuro de la competitividad europea, un encargo de la presidenta de la UE, Ursula von der Leyen. El documento destaca la creciente brecha en innovación tecnológica, productividad y riqueza entre Europa y Estados Unidos.
Para superar esta situación, Draghi propone cuestiones como la implantación plena del mercado único, el desarrollo de una política industrial comunitaria, mejorar las vías de financiación de la innovación en Europa y la apuesta por las tecnologías limpias, que contribuyan a mejorar la competitividad de la Unión.
Estas propuestas parecen (y son) medidas buenas y necesarias. Sin embargo, es posible que no sean suficientes para reducir la brecha tecnológica, productiva y de prosperidad. Mejor dicho, postulo que si EE. UU. implementara medidas similares sacaría más provecho de ellas que si las pone en práctica la UE.
Baso esta afirmación en dos factores diferenciales entre la UE y Estados Unidos: sus respectivas estructuras económicas y los efectos de arrastre que la inversión pública, especialmente en I+D, genera en el gasto privado (particularmente en innovación) a ambos lados del Atlántico.
Estos dos parámetros influyen en la capacidad de generar tecnologías disruptivas, aumentar la productividad y la riqueza, y aprovechar economías de escala en un contexto de un mercado común interno. A continuación, indago más en ambos parámetros para clarificar mi perspectiva.
Manufactura o servicios
La economía de EE. UU. está más orientada hacia el consumidor final, tanto a través de sus actividades manufactureras como de la prestación de servicios. En el ámbito europeo, España se acerca a EE. UU. en cuanto a la provisión de servicios finales, pero esto se debe a su fuerte dependencia del sector turístico. Por lo demás, buena parte de la economía española está orientada hacia usuarios intermedios (mercados industriales).
Si miramos las actividades manufactureras como parte de las economías, EE. UU. se queda atrás con respecto a la UE-27, Alemania y España, ya sea en bienes intermedios o finales, o vista su producción como porcentaje del PIB o de las exportaciones totales.
Alemania produce un alto porcentaje de bienes intermedios, tanto en términos de PIB como de exportaciones, muestra de su base industrial. Los bienes intermedios de Alemania consisten, predominantemente, en insumos físicos e industriales, como maquinaria y partes de vehículos.
Los promedios de la UE-27 se sitúan entre los de Alemania y EE. UU., con una significativa dependencia de la manufactura –especialmente en los estados miembro de Europa del Este–, mientras que países como Francia y España muestran una mayor orientación hacia el sector terciario.
Si, como señala el informe Draghi, la UE-27 sufre de una estructura económica más estática, en cambio, la estadounidense tiende más hacia el dinamismo, lo que facilita la innovación (tecnológica o de modelos de negocio) y, en consecuencia, la obtención de mejores márgenes y la creación de nuevos mercados.
La respuesta del sector privado a las inversiones públicas
Otro aspecto estructural en el que las economías de la UE y de los EE. UU. difieren es en la respuesta a las políticas o inversiones públicas, no solo entre sus beneficiarios directos, sino también en el gasto y la inversión de otros actores económicos.
Para comparar la situación europea con la estadounidense, la OCDE, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo, la Oficina de Análisis Económico de EE. UU. (Bureau of Economic Analysis, BEA) y Eurostat proporcionan datos relevantes para calcular el crecimiento del PIB nominal, los agregados monetarios, las tasas de ahorro de los hogares, el gasto en consumo privado, los niveles de inflación, los tipos de interés y la expansión crediticia. Al analizar estos indicadores, emergen diferencias notables entre ambas economías entre 2019 y 2023.
Con un mayor consumo privado, tasas de ahorro más bajas y un crecimiento del PIB relativamente fuerte, en EE. UU. las inversiones en innovación tienden a generar mayores efectos multiplicadores que en la UE-27: la mayor disposición al gasto, el uso más extendido del crédito y un mercado interno más integrado facilitan la escalabilidad y el efecto dominó de las inversiones públicas, incluidas las que tienen un carácter de I+D.
El Estado como motor de la innovación
En EE. UU. encontramos varios ejemplos de cómo la inversión pública ha catalizado la inversión privada, particularmente en el sector de la tecnología. De hecho, en la historia reciente, el gobierno estadounidense ha actuado como un emprendedor clave en el desarrollo de industrias tecnológicas avanzadas.
La inversión federal en áreas como la investigación y el desarrollo militar, la agencia espacial NASA y las distintas agencias de ciencia han pavimentado el camino para avances tecnológicos que luego han sido explotados comercialmente por el sector privado.
Un caso emblemático es la creación de internet, que comenzó como un proyecto del Departamento de Defensa de EE. UU. Después de años de inversión pública en infraestructura digital, el sector privado (Google, Apple, Amazon, Facebook) desarrolló modelos de negocio que han revolucionado la economía global.
Este es un claro ejemplo de cómo la inversión pública inicial no solo facilitó el crecimiento tecnológico, sino que también desencadenó un auge de inversiones privadas en sectores complementarios, generando un efecto multiplicador a gran escala.
Innovaciones disruptivas o incrementales
Las economías que generan productos y servicios para clientes finales (particulares o empresas) tienen más probabilidades de producir innovaciones disruptivas. Esto se debe, en parte, a que estas tienen un impacto visible e inmediato en los usuarios finales y en el mercado de bienes de consumo.
Como ejemplos de innovaciones disruptivas sirven los siguientes casos:
- Actualizaciones de software por el aire (Over-the-Air, OTA) de Tesla. Esta innovación permitió que los vehículos recibieran nuevas características, mejoraran su rendimiento y solucionaran problemas sin necesidad de visitar un centro de servicio. A partir de la misma se han establecido nuevos estándares para el mantenimiento de los coches (otros fabricantes han adoptado sistemas similares) y ha mejorado la experiencia del usuario.
- La alianza que permite que conductores de Uber alquilen vehículos en Zipcar para realizar su trabajo es un nuevo y disruptivo modelo de negocio en el sector del transporte B2C, que combina el ridehailing (solicitar un vehículo con conductor para el transporte privado) y el ridesharing (compartir un trayecto entre varios pasajeros en un vehículo de transporte con conductor) con el pay-per-mile (pago por distancia recorrida).
- El power-by-the-hour, concepto que se propone a compañías de vuelos por el que los fabricantes de turbinas aéreas incluyen el servicio de mantenimiento a sus clientes y reciben una compensación como si el producto fuera un servicio.
En todos estos casos, el origen de las innovaciones se sitúa en el nexo proveedor-usuario del producto o servicio final.
Por el contrario, la producción de bienes intermedios –típicamente para mercados B2B, de empresa a empresa– fomenta más mejoras continuas, pues los clientes son más cautelosos y optan por soluciones probadas, dando lugar a innovaciones incrementales.
La innovación disruptiva facilita la creación de nuevas industrias que responden a necesidades potencialmente únicas del cliente y del mercado, creando nuevas oportunidades de mercado y reconfigurando el panorama competitivo.
Además, suele provocar mayores incrementos en la productividad y la riqueza, pues los márgenes de beneficio de los bienes finales suelen superar a los de los bienes intermedios. Sobre todo, cuando intervienen factores de valor añadido como el branding o el diseño, que permiten fijar precios más altos, basados en la diferenciación de productos, el valor de la marca y la experiencia del cliente.
Por tanto, la productividad y la prosperidad tienden a aumentar más si las industrias nacionales se orientan hacia la producción y el comercio de bienes finales.
Para concluir
La respuesta del sector privado a las inversiones públicas suele ser mucho más fuerte en EE. UU. que en la UE-27. De ahí que las inversiones públicas estadounidenses, sean en materia de I+D o de otra índole, tiendan a desencadenar efectos acumulativos mayores que en Europa.
Algunos factores que complementan la orientación estadounidense hacia la producción de manufacturas y servicios finales y la concatenación entre inversión pública y privada son: un mercado interno integrado, un mejor acceso a financiación y una cultura económica orientada al crecimiento y al riesgo. Así, las inversiones públicas en EE. UU. tienen, por lo general, un impacto económico más rápido y de mayor magnitud que en la UE-27.
En la UE-27 sí existen empresas que innovan y generan márgenes, pero muchos de los mercados en los que operan (particularmente los mercados B2B de productos intermedios) no son los más dinámicos a la hora de estimular la innovación disruptiva ni de favorecer el aumento de márgenes.
Además, en muchos países de la UE la inversión pública desplaza o limita la inversión privada, lo que, junto con una mayor aversión al riesgo y unos hábitos de ahorro más conservadores entre empresas y ciudadanos, reduce el efecto de arrastre que las inversiones públicas pueden tener en el sector privado.
Es importante tener en cuenta estos “ángulos muertos” antes de esperar milagros de las medidas propuestas en el informe Draghi. Es más: la llegada de Trump a la Casa Blanca podría acentuar las diferencias económicas descritas, así como las correspondientes (des)ventajas para unos y otros.
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