Artículo publicado en Deia (15/12/2024)
El martes, el lehendakari Pradales participó en la Universidad de Deusto en unas conversaciones sobre democracia. Allí apuntó ideas que, por desgracia, no suelen estar presentes en nuestro debate público. Si, tal como dijo, el fortalecimiento democrático de nuestra sociedad es un reto central de su legislatura, deberíamos asegurar que esos temas ocupen con mayor frecuencia nuestro diálogo público, en lugar de naturalizar que nuestra agenda esté inundada de tramas de relevancia menor precocinadas en factoría ajenas.
Empleo la primera persona del plural, deberíamos, porque una mejor democracia no se hace solo desde arriba, sino entre muchos y entre distintos. No hay construcción de mejor democracia que pase por esperar sentados a que otros hagan, a que las instituciones hagan.
Tampoco hay democracia si consideramos a las instituciones como meros gestores de servicios, siempre mejorables, siempre ampliables, y si nos vemos a nosotros mismos como receptores sin responsabilidades conexas, sin deberes cívicos, sin participación constructiva, sin otra tarea colectiva que la demanda o la queja.
Ese mismo día, el 10 de diciembre, se celebró el día de los Derechos Humanos. Hemos convenientemente olvidado que la Declaración Universal de los Derechos Humanos crea un sistema no solo de derechos individuales, sino también de deberes compartidos: Todos los seres humanos, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (art. 1); Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que solo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad (art. 29).
La cultura de los derechos humanos es un exigente sistema que incluye responsabilidades entretejidas. Hemos preferido olvidarlo.
En el citado encuentro se habló de los límites de las instituciones públicas: de los límites de lo que pueden y, se me ocurre añadir, de lo que deben. Se habló del papel de las redes reales que tan importantes han sido en nuestra sociedad: las familiares, las asociativas, las laborales, las de ocio, las de solidaridad mutua. Se habló de una cultura basada en valores que no sean de consumo o individualistas, sino de compromiso colectivo en algo mejor para todos. De la construcción de puentes reales, presenciales, entre personas de diferentes generaciones, diferentes ideologías, diferentes orígenes. Se habló de la colaboración público-privada y de la necesidad de encontrar un concepto más generoso y atractivo que nos ayude a renombrar esa cooperación entre las instituciones públicas, empresas privadas, iniciativas sociales, organizaciones culturales y asociaciones de todo tipo que ha sido una seña de nuestra identidad. Se habló de ese capital social o, si usted lo prefiere, de ese tejido social, de ese sentido comunitario que se esconde detrás de nuestros mejores logros. Son muchas cosas que tenemos que imaginar e inventar con esperanza de mejor futuro. Muchas las que tenemos que conservar, recuperar o cultivar de lo que recibimos de nuestros mayores.
La semana terminó con la celebración del EITB Maratoia. Ha recaudado en torno a 800.000 euros para la investigación de enfermedades cardiovasculares en la Fundación Vasca de Innovación e Investigación Sanitarias, de Osakidetza. Es un ejemplo de lo dicho. La responsabilidad primera y máxima de la financiación de ese tipo de investigación corresponde a las instituciones públicas, evidente, pero eso no quita que la sociedad, constituida por personas e instituciones responsables y activas, quiera hacer cosas complementarias con criterio y rigor. Participamos así en los objetivos colectivos que nos parecen más relevantes y mostramos nuestras preferencias y nuestros valores. Se fomenta el prestigio y el respeto por el avance científico. Se da a conocer su impacto. Se fomenta la investigación directa en nuestro sistema sanitario, adicional y complementario al más potente que se da en el sistema vasco de ciencia e investigación. Y lo hacemos entre muchos. De eso se trata.
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