Artículo publicado en Deia (12/01/2025)
Últimamente les hablo mucho de la calidad de la información, de las redes y de los dilemas de la libertad de expresión. Temo que la reiteración resulte fastidiosa, pero cada semana suceden cosas que superan los límites de lo que la anterior parecía posible. Confío en no perder, por reincidencia, su atención.
Hace dos meses les comenté que dejaba la red de Elon Musk puesto que continuar en ella me parecía otorgarle carta de legitimidad a una plataforma que ha optado por apoyar a los enemigos de la veracidad, del respeto interpersonal y del sistema institucional democrático. Este viernes sesenta universidades de lengua alemana anunciaban la suspensión de sus cuentas “en respuesta a la dirección actual de la plataforma, incompatible con los valores de apertura al mundo, integridad científica, transparencia y discurso democrático”. Supongo que el apoyo de Musk y su plataforma a la ultraderecha alemana habrá sido el detonante definitivo.
Conviene preguntarse de nuevo si es posible estar en esta red sin legitimar su actuar. Caben diversas respuestas, eso lo admito con el máximo respeto a la diversidad posible ante un dilema complejo, pero sí creo que es obligado para toda institución, pública o privada, grande o pequeña, replantearse el asunto con cierta periodicidad.
La Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, por ejemplo, continúa activa en la red, aunque me constan debates internos. Esta semana el jefe de la Oficina, Volker Türk, decía en esa misma plataforma: “Permitir el discurso de odio y el contenido dañino en el mundo online tiene consecuencias en el mundo real. Regular contenidos no es censura. Abogamos por la rendición de cuentas y la gobernanza en el espacio digital, en consonancia con los derechos humanos”. Parece decir: estoy en la red pero denuncio y exijo su reforma. Podría ser una opción, quién sabe.
Por su parte, el dueño de Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp…), Mark Zuckerberg, anunció el martes que elimina programas de verificación de datos porque resultan, según afirma, políticamente sesgados y suponen censura. Aboga por recuperar, eliminando controles, una mayor libertad de expresión. Maria Ressa, Premio Nobel de la Paz, podría contarles lo que supone para la democracia esa supuesta libertad sin control en Facebook. Si les interesa el periodismo, las redes, la decencia y el coraje, lean su libro Cómo luchar contra un dictador.
En el argumento de Zuckerberg contra los verificadores y la supuesta censura hay dos problemas. El primero es que si hay opciones políticas que optan por la mentira (sea la internacional del odio y la mentira de Musk y sus amigos o, para el caso, la internacional del odio y la mentira de Putin y los suyos), es lógico que sus discursos sean con mayor frecuencia corregidos. No se trata de que la verificación esté sesgada, sino que actúa donde debe actuar y por eso molesta más a quienes más debe molestar. La otra cuestión es que la libertad de expresión no es por definición un derecho absoluto sin límites y, consecuentemente, no cualquier limitación es censura. Lo dicen la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los Pactos Internacionales de Derechos Humanos y el Convenio Europeo de Derechos Humanos. Según estos instrumentos, los derechos y libertades no pueden ser ejercidos para dañar esos mismos propósitos y principios. Además, añaden, la libertad de expresión entraña deberes y responsabilidades y puede estar, en una sociedad democrática, sujeta a restricciones para asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás o para evitar la apología de la guerra, del odio o la incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia. Los redactores de la Declaración Universal y de los tratados sabían bien lo que era luchar contra los totalitarismos y lo que era sufrir la censura. Por eso establecieron un sistema con límites.
La ONU ha propuesto unos “Principios universales para la integridad de la información”. Otro día, si me siguen ustedes aguantando, lo comentamos.
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