Según Martin Zuñiga, docente e investigador de Trabajo Social en la Universidad de Deusto, la percepción de que el asociacionismo está en crisis no se corrobora con los datos
Artículo publicado en El Diario Vasco (21/01/2025) | Gaizka Lasa.
Ni la globalización ni las nuevas tecnologías han conseguido desterrar del ADN guipuzcoano el carácter comunitario. La tendencia de sus habitantes a unirse en grupos o asociaciones de dispar naturaleza para desarrollar sus aficiones, colaborar con diferentes causas o favorecer itinerarios profesionales no solo se ha mantenido con el paso de los años, sino que se ha intensificado. Así lo demuestran las investigaciones preliminares de una línea de trabajo abierta por la Diputación foral de Gipuzkoa junto a la Universidad de Deusto sobre el fenómeno del asociacionismo en el territorio. Martin Zuñiga, docente e investigador de Trabajo Social en Deusto y responsable de este estudio, arroja una primera conclusión sobre el asunto: «La percepción de que el asociacionismo está en crisis no se corrobora con los datos».
En 1980, cuando aún las garras del individualismo y el consumismo no se habían posado con toda su crudeza en la sociedad guipuzcoana, se crearon en el territorio 51 asociaciones, según el registro del Gobierno Vasco. Veinte años más tarde, con la fiebre de las nuevas tecnologías ya asomando, volvieron a registrarse 133 nuevas asociaciones. Y en 2020, en plena preponderancia de las redes sociales, surgieron 159 más. La cifra no ha hecho más que crecer en ejercicios sucesivos hasta la inscripción de 256 asociaciones en 2023 y solo la profundización en posteriores análisis dictará si el desplome hasta los 105 registros del año pasado marca un inicio de tendencia o representa un dato aislado.
La línea de investigación abierta por este equipo de la Universidad de Deusto se centra en el asociacionsimo con base local y comunitaria, no en el llamado tercer sector, más profesionalizado y conocido en Gipuzkoa por la labor de voluntarios y oenegés. Pone el foco, por tanto, en grupos tales como asociaciones de barrio, comités de fiestas o sociedades gastronómicas, por citar tres casos típicos. Por eso, Zuñiga advierte de que «abordamos una realidad difícil de captar, que tiene vida propia. Desconocemos, por ejemplo, su grado de vitalidad, el número de personas participantes, o perfil de las mismas, en cuanto a genero, edad, origen…». En definitiva, se trata de «obtener un punto de partida para profundizar en el conocimiento de esta realidad y poder implementar acciones que puedan contribuir al fortalecimiento del asociacionismo».
Partiendo de esa limitación para lograr un conocimiento exhaustivo, la observación realizada sí puede arrojar algunas tesis de carácter cualitativo. Procede preguntarse qué tipo de asociacionismo crece y cuál se ha estancado porque de la respuesta puede derivar la sensación de algunos ciudadanos de que el fenómeno está en crisis. Zuñiga explica que «hemos pasado de un tipo de asociación más ligada a una necesidad colectiva, con un carácter incluso político o social en un sentido amplio, a otro tipo de grupos de tipo más sectorial que incide en necesidades instrumentales de esos colectivos más específicos. Este tipo de comunidades tienen un mayor grado de profesionalización que aquellos de hace unas décadas».
Mirada hacia dentro
Aterrizando esta idea en ejemplos concretos, se puede comprobar que en los años 80 surgían asociaciones de padres y madres, de tiempo libre o de personas mayores cuando en la actualidad proliferan entidades que agrupan a comerciantes, transportistas, incluso consumidores de cannabis. Atienden a necesidades más concretas de las personas afectadas por un determinado ámbito. En cierta manera, la naturaleza de las asociaciones refleja el orden de preocupaciones de la sociedad del momento. De las casas regionales (años 80), a las oenegés de cooperación por el desarrollo o los colectivos de defensa del euskera (años 2000) hasta grupos de carácter ecologista (años 2020).
Según un conjunto de entrevistas realizadas a personas con trayectoria en el ámbito de las asociaciones, sí se percibe una corriente que sostiene que las personas prefieren hoy juntarse en ámbitos específicos para encontrar respuestas acotadas. Se habría perdido, en este sentido, algo del espíritu colaborativo de décadas anteriores o las reivindicaciones de causas comunes. Mirar hacia dentro se habría convertido en una máxima asumida por los nuevos grupos registrados. Conceptos como la conciencia social o la lucha por los derechos habrían decaído. También surge un cierto consenso en torno a la aversión que genera el compromiso a largo plazo.
Otra de las líneas de investigación abiertas por este estudio tiene que ver con la distribución geográfica de las asociaciones. Pudiera interpretarse que el fenómeno de unirse tuviera un carácter eminentemente urbano, pero los datos analizados reflejan que el crecimiento es armónico y que en los pueblos se crean comunidades de igual manera que en las capitales. En 2020 se inscribieron nuevas asociaciones en 40 municipios guipuzcoanos –el 45% de los pueblos del territorio– siendo Donostia, por lógica de población, la más activa con 43 nuevas entidades. Le siguieron Irun (26), Hondarribia (8), Eibar (7), Arrasate y Oiartzun (5).
La idea de que el asociacionismo atraviesa tiempos de crisis puede tener que ver asimismo con la brecha generacional que se ha abierto en este campo. Las asociaciones que se crearon en los 70 u 80 pueden sentir que quedan sin relevo -hay un buen número de ellas que perduran con recorridos muy longevos-, pero lo cierto es que emergen otras con jóvenes como impulsores y dinamizadores. El puente entre los dos perfiles de comunidades es el que se estaría debilitando con cierto peligro de desaparecer. Pero la salud del asociacionismo como fenómeno no se resquebraja. Se transforma, en cualquier caso.
Zuñiga y su grupo de trabajo reiteran la necesidad de poder medir mejor esta tendencia a agruparse para poder tejer estrategias que contribuyan en la cohesión social y el desarrollo de la comunidad guipuzcoana. Hay estudios que ponen el foco en la participación pero no en el asociacionismo y tanto la Diputación de Gipuzkoa como el departamento de Trabajo Social de Deusto confían en que el proyecto ‘Ipuskoa. Izanetik izena 1025-2025’ contribuya a poder ahondar en la investigación del asociacionismo en el territorio.
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