El experto en Psicología y profesor emérito ha reflexionado en su conferencia en la Universidad de Deusto sobre el concepto de “felicidad”, combatiendo mitos y apostando por volver a la esencia
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Ane Bores | 31/01/2025.
La felicidad es sin duda uno de los temas que más conferencias, libros y estudios ha abarcado a lo largo de la historia, desde los tiempos de Aristóteles hasta nuestros días. Y es que, la existencia humana no podría entenderse sin esa búsqueda constante de la felicidad, que tanto para el conocido filósofo como para otros muchos mortales a lo largo de los siglos, es el fin último de la vida, que se eleva más allá de cualquier otro propósito mundano.
Un enigma que sigue generando interés y multitud de interrogantes incluso en las generaciones más longevas, a juzgar por la gran afluencia de público que ha reunido este 31 de enero en su conferencia Enrique Pallarés Molins, doctor en Psicología y profesor emérito de la Universidad de Deusto.
Bajo el título “La felicidad que podemos conseguir y aumentar”, y en el marco del programa en Cultura y Solidaridad de DeustoBide–Escuela de Ciudadanía, el experto se ha nutrido de diferentes perspectivas, corrientes filosóficas, investigaciones y estudios empíricos de psicología para reflexionar sobre el concepto de la felicidad, determinando qué parámetros inciden en su consecución y en qué grado puede aumentarse.
Bilbao, ¿la gabarra de la felicidad?
Una de las cuestiones tratadas a lo largo de la conferencia ha sido si realmente la felicidad es una variable que pueda medirse. Tomando como referencia los resultados de una encuesta publicada recientemente en El Correo -periódico en el que ejerce como articulista-, que situaba a Bilbao como una de las ciudades más felices del mundo, Pallarés ha aclarado que no es que en la villa haya una “una gabarra de la felicidad”, sino que este tipo de análisis mide la disposición de una ciudad o país para ofrecer condiciones de vida que favorezcan el desarrollo de la ciudadanía. “Aunque los medios materiales mejoren el bienestar, no van a aumentar la felicidad de por sí. Son las experiencias que vivimos y el vínculo social que mantenemos con los demás los que realmente van a contribuir a mejorar ese bienestar subjetivo. Porque el único juez de la felicidad es uno mismo”, ha aclarado.
¿Existe el gen de la felicidad o de la infelicidad?
Asimismo, a lo largo de su exposición, el experto ha hecho referencia a varios estudios que han intentado demostrar en qué medida aspectos como la personalidad, el género, la religiosidad, la edad o la genética pueden incidir en que seamos personas más o menos felices. A este respecto, ha señalado que “no hay un gen de la felicidad”, aunque es cierto que sabiendo manejar las expectativas, rebajando nuestras aspiraciones y mejorando aquello que está bajo nuestro control somos personas más felices, al no competir ni compararnos con los demás.
Y es que, en su opinión, esta tarea no siempre resulta sencilla por el “mecanismo de adaptación hedónica” del ser humano. Esto quiere decir que, una vez que logramos alcanzar las metas establecidas, nuestra felicidad resulta efímera, ya que volvemos a crear innecesariamente nuevas aspiraciones, que nos hacen seguir queriendo más y viviendo insatisfechos. “Somos como un hámster que sube a lo más alto de la rueda, pero siempre acaba cayendo. No nos conformamos y siempre queremos más. De hecho, la adaptación hedónica es la responsable del consumismo que vivimos hoy día, ya que nunca terminamos de saciarnos”, ha explicado.
“La juventud acumulada”, la etapa más feliz
Lejos de lo que se pueda creer, Pallarés ha afirmado que la juventud no es la verdadera etapa de la felicidad, sino una época de descubrimiento en la que las emociones son como chispazos, muy exaltadas y cambiantes. En su opinión, la felicidad que deseamos es aquella que se mantiene estable y que llega en la última etapa de la vida. “La felicidad a lo largo de la vida sigue la forma de una uve mayúscula, bajando desde la niñez, a la adolescencia y juventud, tocando fondo en la adultez y cogiendo un ritmo ascendente hacia la vejez. Ese es el punto alto de felicidad real, ya que las emociones son más uniformes y tenemos muy claro cuáles son las prioridades de nuestra vida”, ha explicado.
Por lo tanto, no es de extrañar que sea precisamente en esta etapa, que el experto llama cariñosamente “juventud acumulada”, en la que se busque una ocupación que realmente satisfaga a la persona, seleccionando aquello para lo que se está más capacitado y por lo que se siente predilección.
La clave de la felicidad
En palabras de Enrique Pallarés, el ser humano es como un ave fénix, ya que posee capacidades para renacer de sus propias cenizas. Por ello, nos insta a cambiar de perspectiva y contagiarnos de gratitud y alegría, dedicando nuestro tiempo y energía a aquellas personas y actividades que nos hagan disfrutar en nuestro día a día y den sentido a nuestra vida. “Así como la ingratitud es causa de desgracias y puede hundir a la persona y a los que están alrededor, la gratitud también tiene ese efecto dominó, que va extendiéndose. Por ello, ayudando a los demás y siendo agradecidos, nos sentiremos mejor con nosotros mismos y seremos más felices”, ha concluido.
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