Artículo publicado en El Correo (10/02/2025)

Cuando lleguen las próximas elecciones no quedará rastro de los procesos internos de los principales partidos tradicionales vascos y probablemente será noticia algún nuevo partido que todavía no existe y que podría condicionar las futuras alianzas y políticas.
El PNV ha disfrutado de una década de éxito electoral y de poder institucional representando el estado de ánimo de la sociedad vasca sin liderar proyectos que no tuvieran el apoyo previo de la mayoría social. Con un desgaste relacionado con la acumulación de años en el ejercicio del poder en todas las instituciones vascas, se presentará al próximo ciclo electoral con el nuevo lehendakari, el nuevo presidente del EBB y los tres nuevos presidentes de cada uno de los tres territorios. Un lehendakari que por ahora cae bien y un doctor Martínez que ha revertido en seis meses la percepción negativa sobre la atención sanitaria.
EH Bildu ha conseguido borrar sus raíces antidemocráticas y su institucionalización y su aspiración a ocupar la centralidad sin liderazgos alternativos le ha permitido incrementar su capital electoral y, sobre todo, su capacidad para ser alternativa viable y creíble para la mayoría. Por ahora prefiere afrontar el futuro con el mismo líder de la última década y una estrategia pactista para no perder la sintonía con su electorado heterogéneo que menguaría ante cualquier aventura maximalista o agenda oculta que sus adversarios intentaran atribuirle. Su apuesta sigue siendo el ritmo lento. No está en sus planes ni romper techos ni alcanzar cielos.
El Partido Socialista de Euskadi fue el que anticipó el cambio de liderazgo antes de que se agotara el último ciclo electoral con una sucesión generacional tranquila en su Secretaría General y una estrenada bicefalia que ha conseguido sintonizar con su electorado tradicionalmente crítico. Es percibido más de izquierdas que hace diez años, ha conseguido visibilizar un liderazgo en la nueva dimensión política de la vivienda a través de su consejero en el Gobierno vasco y sigue siendo el partido que podrá elegir la dirección del próximo gobierno de coalición.
El Partido Popular vasco ha conseguido ser un referente electoral sólido y con capacidad de influencia política en los principales debates de este país. Es el partido más perjudicado por la agenda política española, donde su partido y líder nacional aparecen constantemente asociados tanto a políticas contrarias al interés de la mayoría de la ciudadanía vasca como, sobre todo, al partido de ultraderecha que más rechazo produce hoy en nuestra sociedad.
Esta situación controlada, estable y enfocada a los acuerdos se puede romper en los próximos tres años si la ola reaccionaria y el sentimiento ‘antiestablishment’ que azota nuestro entorno avanza en Euskadi y surgen en el mercado de partidos nuevas ofertas que no tienen que ver con el tradicional quinto espacio que representaban los ciudadanos de izquierdas insatisfechos con el PSOE y con el maximalismo nacionalista de la izquierda abertzale. El PSOE no puede ser más de izquierdas y la izquierda abertzale es un partido reformista más. En los próximos años, desde el ‘antiestablishment’ de izquierdas, pueden surgir ofertas ligadas o influidas por GKS, puede cristalizar una extrema derecha no nacionalista vasca al estilo Se Acabó la Fiesta, pueden surgir movimientos municipalistas nacionalistas vascos antiinmigración al estilo de Aliança Catalana… No estamos vacunados.
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