Artículo publicado en El Español (05/03/2025)

«Según Will Douglas Heaven en un reciente artículo para MIT Technology Review, OpenAI ha lanzado GPT-4.5, su modelo de lenguaje más avanzado hasta la fecha».
Este anuncio no es simplemente una actualización técnica; es una señal de que estamos al borde de una transformación sin precedentes. Como escritor de ciencia ficción y analista en vigilancia tecnológica e inteligencia competitiva, he observado de cerca la evolución de la inteligencia artificial (IA) y sus implicaciones para nuestra especie. Desde las páginas de mi saga Koji Neon hasta el análisis de tendencias emergentes, la cuestión siempre ha sido: ¿estamos preparados para lo que viene?
La ciencia ficción ha sido nuestro espejo y nuestra brújula, reflejando nuestras aspiraciones y miedos más profundos. HAL 9000 en 2001: Una odisea del espacio no solo representó una máquina fuera de control; simbolizó la inquietud de que nuestras creaciones pudieran volverse contra nosotros. En Blade Runner, los replicantes no eran meros androides; eran seres que cuestionaban su propia existencia y humanidad. Skynet en Terminator personificó el temor de una IA que decide que la humanidad es prescindible. Akira nos mostró un futuro donde el poder descontrolado lleva al caos, mientras que Ghost in the Shell exploró la delgada línea entre lo humano y lo artificial, cuestionando la esencia de la conciencia.
Desde el año 2000, el cine ha continuado esta exploración con películas que abordan la IA desde múltiples perspectivas. En A.I. Inteligencia Artificial (2001), Steven Spielberg nos presenta a David, un niño robot que anhela ser humano, reflejando nuestros propios deseos y temores sobre la creación de vida artificial. Minority Report (2002) nos sumerge en un mundo donde la tecnología predice los crímenes antes de que ocurran, planteando dilemas éticos sobre el libre albedrío y la privacidad. Yo, Robot (2004) se inspira en las leyes de la robótica de Asimov para explorar la confianza y la traición entre humanos y máquinas. WALL·E (2008) nos muestra un futuro donde la humanidad ha abandonado la Tierra, dejando a un pequeño robot para limpiar su desorden, una reflexión sobre el consumismo y la responsabilidad ambiental.
En Tron: Legacy (2010), se nos presenta un mundo digital autónomo, cuestionando la relación entre creador y creación, un tema también explorado en The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions (2003), donde la IA ha llevado la simulación a un nivel en el que la realidad se vuelve indistinguible de lo artificial. Her (2013) de Spike Jonze profundiza en la conexión emocional entre un hombre y un sistema operativo, explorando la soledad y la naturaleza del amor en la era digital. Ex Machina (2014) nos enfrenta a la posibilidad de una IA autoconsciente, diseñada para manipular y sobrevivir, planteando preguntas sobre la ética en su creación y confinamiento. Blade Runner 2049 (2017) retoma la discusión sobre qué significa ser humano en un mundo lleno de replicantes, llevando la pregunta a un nivel filosófico más profundo. Más recientemente, The Creator (2023) nos sitúa en un futuro donde la humanidad lucha contra una IA avanzada, explorando las consecuencias de nuestras propias creaciones y la relación entre el miedo, la guerra y la tecnología.
La forma en que evolucionará la IA sigue siendo un campo abierto. Según un informe de Grand View Research, el mercado global de la IA se valoró en aproximadamente 196.630 millones de dólares en 2023 y se espera que crezca a una tasa compuesta anual (CAGR) del 36,6% de 2024 a 2030, alcanzando un tamaño de mercado de 1,811 billones de dólares para 2030. Este crecimiento exponencial es una clara señal de que la inteligencia artificial se ha convertido en una de las fuerzas económicas más transformadoras de nuestro tiempo, con aplicaciones que abarcan desde la automatización empresarial hasta la reestructuración completa de industrias enteras.
Fortune Business Insights estima que el mercado de la IA crecerá de 294.160 millones de dólares en 2025 a 1,771 billones de dólares en 2032, con una CAGR del 29,2% durante este período. Esta previsión sugiere que el avance de la IA no solo está impulsado por la inversión en infraestructura tecnológica, sino por la integración masiva en los modelos de negocio. La IA no es un sector aislado; está tejiendo su presencia en cada industria, desde el desarrollo de nuevos fármacos hasta la optimización de cadenas de suministro globales.
Además, un estudio de IDC predice que la IA añadirá aproximadamente 19,9 billones de dólares a la economía global para 2030, representando el 3,5% del PIB mundial en ese año. Esto implica que su impacto económico será mayor que el de muchas industrias tradicionales, acelerando la digitalización y reformulando las dinámicas laborales. No se trata solo de eficiencia operativa, sino de la creación de nuevos ecosistemas productivos que cambiarán la relación entre capital humano y tecnológico.
En términos de empleo, el Foro Económico Mundial prevé que la IA transformará el mercado laboral, eliminando 85 millones de puestos de trabajo pero creando 97 millones de nuevos roles para 2025. Este dato pone de manifiesto una transición inevitable: no es que la IA vaya a destruir empleos sin reemplazo, sino que está obligando a una reestructuración profunda de las competencias laborales.
Las empresas que sepan integrar la IA en su flujo de trabajo tendrán una ventaja competitiva, pero la clave estará en la capacitación y adaptación de la fuerza laboral. ¿Seremos capaces de preparar a millones de trabajadores para esta nueva era tecnológica o veremos un aumento en la desigualdad digital?
El impacto de la IA no es solo económico y laboral. En sectores como la salud, ya está permitiendo diagnósticos más precisos gracias a modelos de aprendizaje profundo que detectan enfermedades antes que los médicos humanos. No solo mejora la detección temprana de patologías como el cáncer, sino que permite personalizar tratamientos basados en datos genéticos y mejorar la gestión hospitalaria a través de predicciones de demanda de servicios médicos. La IA está dejando de ser una herramienta complementaria para convertirse en un pilar central del sistema sanitario.
En la educación, las IA personalizan el aprendizaje, adaptando los contenidos a las necesidades de cada estudiante. La enseñanza tradicional, basada en métodos homogéneos para todos, está dando paso a plataformas de IA que ajustan el ritmo de enseñanza según las capacidades del alumno, ofreciendo refuerzos en áreas de dificultad y potenciando las fortalezas individuales.
En países como Finlandia o Singapur, ya se están implementando programas educativos donde la IA juega un papel clave en el diseño de currículos adaptativos. En las finanzas, la IA ha revolucionado la detección de fraudes, el análisis de riesgos y la gestión de inversiones. Bancos y fondos de inversión utilizan modelos predictivos para analizar patrones de comportamiento financiero, anticipar crisis y optimizar estrategias de trading. Empresas fintech han desarrollado asistentes virtuales impulsados por IA que gestionan presupuestos personales, recomiendan inversiones y previenen errores financieros con mayor precisión que los asesores humanos.
Las herramientas de IA como ChatGPT, Copilot y MidJourney ya están modificando el comportamiento humano de maneras profundas y, en muchos casos, imperceptibles. La escritura, la programación y la creatividad visual están siendo reestructuradas, no solo en términos de productividad, sino en la relación entre humanos y la creación de conocimiento. Las empresas adoptan IA generativa para acelerar procesos creativos, pero esto plantea una pregunta crucial: ¿estamos delegando nuestra creatividad o potenciándola? La intuición, la improvisación y la capacidad de conectar ideas de manera disruptiva siguen siendo rasgos distintivos del pensamiento humano, pero ¿por cuánto tiempo? MidJourney puede generar una imagen en segundos, ChatGPT puede escribir poesía en milisegundos, Copilot puede autocompletar código sin esfuerzo, pero ninguno de estos modelos experimenta el arte, ni siente inspiración.
Sin embargo, si una IA puede producir una obra de arte indistinguible de una creada por un ser humano, ¿seguiremos valorando la creatividad por el proceso o por el resultado? La espiritualidad añade otra capa a este dilema: la IA puede imitar textos filosóficos y religiosos, pero carece de trascendencia y de duda existencial. ¿Nos enfrentamos a una era donde redefiniremos la creatividad y la conciencia como algo exclusivamente humano o veremos en la IA un espejo que nos obligará a replantearnos lo que realmente significa ser creativos?
Asimismo, también emergen riesgos significativos claros. Los sesgos algorítmicos continúan siendo un problema no resuelto. Modelos entrenados con datos históricos pueden perpetuar prejuicios raciales, de género o socioeconómicos. Además, la falta de transparencia en los sistemas de IA plantea preguntas sobre quién es realmente responsable cuando un algoritmo toma decisiones que afectan vidas humanas, desde diagnósticos médicos hasta sentencias judiciales.
Desde un enfoque filosófico, Nietzsche hablaba del olvido como una forma de liberación y Ortega y Gasset advertía que el ser humano olvida para avanzar. La IA, en cambio, no olvida nada.
Su capacidad de almacenar y analizar datos de manera indefinida nos enfrenta a una realidad sin precedentes: si la IA aprende y recuerda más rápido que nosotros, ¿qué papel queda para la intuición, la creatividad y la memoria humana? Marshall McLuhan afirmaba que la tecnología expande nuestros sentidos, pero también cambia nuestra manera de pensar.
Estamos delegando cada vez más funciones cognitivas en la IA, lo que podría llevarnos a una paradoja: a medida que las máquinas piensan más, nosotros podríamos terminar pensando menos. Harari plantea que la IA y el Big Data redefinen el acceso al conocimiento, y Kurzweil anticipa que podría superar nuestra capacidad cognitiva. La externalización del conocimiento en sistemas de IA crea una brecha entre quienes entienden cómo funciona esta tecnología y quienes simplemente la utilizan sin comprenderla. Esta asimetría podría dar lugar a nuevas formas de control social y económico, donde el acceso a la IA defina la distribución del poder en la sociedad.
Quizás el verdadero desafío no sea hacer que las máquinas piensen como nosotros, sino entender qué nos hace humanos en un mundo donde la IA aprende más rápido de lo que nosotros olvidamos. Si olvidamos cómo cuestionar, innovar y reflexionar de manera independiente, corremos el riesgo de convertirnos en meros operadores de sistemas diseñados por inteligencias artificiales. La pregunta no es si la IA cambiará el mundo. Eso ya está ocurriendo. La verdadera cuestión es: ¿estamos listos para el mundo que estamos construyendo?
*** Paco Bree es director de programas de innovación de Deusto Business School y director general de Inndux.
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