Artículo publicado en El Correo (10/03/2025)

La guerra en Ucrania ha marcado un punto de inflexión en la política de defensa europea. El portazo propinado por Donald Trump a sus aliados occidentales ha noqueado a Europa evidenciando su vulnerabilidad. De ahí que la necesidad de desarrollar una estrategia de defensa autónoma se haya convertido en una prioridad ineludible para el viejo continente.
El vacío producido por el desplante del gigante americano ha acelerado la necesidad de que Europa tome las riendas de su propia seguridad. Históricamente, la OTAN ha sido el pilar fundamental de la defensa europea, pero su futuro bajo la nueva administración Trump es igualmente incierto. En este contexto, la UE ha comenzado a impulsar algunas iniciativas para fortalecer su capacidad de defensa. Sin embargo, aún se hallan en fase de consolidación y se muestran, a la vista de los últimos acontecimientos, tímidos e insuficientes.
Una de las posibles soluciones que está ganando tracción en círculos restringidos consiste en la requisa definitiva e inmediata utilización de los activos bancarios confiscados a Rusia, para reforzar la capacidad militar del continente. Los fondos rusos congelados en bancos europeos ascienden a miles de millones de euros. No obstante, esta medida plantea desafíos jurídicos y diplomáticos que aún deben resolverse, y pocos osan referirse al mismo abiertamente.
El pasado jueves, los 27 países de la Unión Europea dieron luz verde a un ambicioso plan de reactivación militar, una iniciativa presentada en esa misma semana por la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. En la declaración conjunta, los líderes piden a sus gobiernos que examinen las propuestas contenidas en las conclusiones de la cumbre en detalle y con urgencia.
El proyecto, bautizado como ‘Rearmar Europa’, prevé movilizar hasta 800.000 millones de euros. No obstante, la mayor parte del esfuerzo deberá recaer sobre los presupuestos nacionales con el único apoyo de índole regulatorio -la llamada ‘cláusula de escape’- en virtud del cual los Estados miembros podrán incrementar su déficit en un máximo del 1,5% del PIB anual durante los próximos cuatro años, siempre que los fondos se destinen a proyectos de defensa. Bruselas, por su parte, concederá préstamos financiados con deuda mancomunada por valor de 150.000 millones de euros a los Estados miembros para compras conjuntas y proyectos paneuropeos. El Banco Europeo de Inversiones también colaborará en el empeño. En España, el puzle de nuestra gobernabilidad no presagia una senda fácil de consenso.
La reacción alemana, por su parte, ha sido sorprendente. Berlín, que durante décadas ha optado por una política de defensa minimalista, reacciona con un salto cuántico. El gobierno del canciller Olaf Scholz ya aprobó un fondo especial de 100.000 millones de euros para modernizar el ejército, con la intención de aumentar el presupuesto de defensa de forma progresiva. Ahora, conservadores y socialdemócratas acuerdan constituir un fondo extraordinario de 500.000 millones de euros, para apoyar, entre otros fines, la modernización y equipamiento del ejército federal.
A pesar de estos avances, persisten obstáculos significativos. La fragmentación de la industria militar europea, con modelos de armamento incompatibles, o la falta de un mando unificado y de una estrategia común siguen siendo problemas casi insalvables. Por otra parte, mientras los países occidentales, como Francia, abogan por una mayor autonomía estratégica, en los estados miembros del noreste de Europa, desde Finlandia hasta Polonia, la adhesión política a un mayor gasto militar -hasta el cinco por ciento del PIB- encuentra poca o nula resistencia.
La urgencia del rearme contrasta asimismo con la suficiencia de los esfuerzos. Bruselas estima que, si en los próximos cuatro años los Veintisiete aumentaran su gasto en un 1,5% del PIB adicional, se activarían unos 650.000 millones de euros en el marco ‘Rearmar Europa’. Pero cuando algo suena demasiado bien para ser verdad, normalmente conduce a la decepción. Finalmente, la moneda del gran proyecto de defensa tiene su cara y cruz peculiares: ¿más deuda o más impuestos para financiar el programa? ¿Menos gasto social y más gasto militar, o más gasto, sin más?
La era de la dependencia estratégica ha terminado. Es hora de que Europa tome el control de su propio destino. Nos hemos gastado inconscientemente el dividendo de la paz y ahora debemos construir con decisión y cautela el muro que contenga y evite nuevas guerras.
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