GRANDES VISIONARIOS. OSCAR WILDE. El escritor desafió las normas y abrazó la belleza sin restricciones.
Artículo publicado en Expansión (14/07/2025)

“Hay personas que provocan felicidad allá donde van; otros, siempre que se van”. Esta cita de Oscar Wilde, que suele abrir muchas de mis charlas, no solo refleja su agudo ingenio sino también la intensidad con la que vivió, sintió y escribió. Wilde es un ejemplo paradigmático de cómo la pasión, en todas sus manifestaciones –en el amor, en el arte, en la vida–, se convierte en el motor fundamental que impulsa tanto la creación literaria como la rebeldía contra normas sociales establecidas.
Desde su infancia, Wilde manifestó una sensibilidad y una emotividad profundas que lo llevaron a abrazar el movimiento estético con entrega, esa entrega incondicional de quien siente más allá de la razón y del conocimiento. Según la detallada biografía de Richard Ellmann, Wilde encarnó una exuberancia emocional y estética que marcó no solo su producción literaria sino también su actitud ante y frente a la vida. Este apego a la belleza, entendido no como mero adorno sino como fuerza vital, se traduce en su obra en una celebración apasionada de la vida, en simbolismo y exaltación del arte, todo ello aderezado de crítica y humor afilado. Sus obras y su ingenio mordaz le llevaron a ser uno de los personajes más conocidos de su tiempo. Y, sin embargo, del éxito al abandono; de la pompa y el boato al ostracismo. Wilde fue despreciado, encarcelado y murió en el exilio, usando un nombre que no era suyo y quizás sintiendo una vida que tampoco lo era.
El retrato de Dorian Gray, su primera y única novela, resuena en mí de una manera especial por la forma en la que llegó; resuena como un profundo viaje a lo desconocido, un mundo oscuro con luz, un extraño camino a la reflexión de lo que somos y valoramos, de la apariencia y la esencia, de la ética y el a veces fácil camino a la corrupción moral. En ocasiones los libros, llegan a nosotros de maneras diversas: recomendaciones, regalos… Y a veces son los libros los que nos escogen. Éste llegó a mí a través de la voz de una profesora que lo mencionaba mientras mi mente distraída vagaba y de pronto conectó con esa historia.
Como ocurre a menudo, la obra en su tiempo fue duramente juzgada por los críticos del momento. Pero afortunadamente, la pasión de Wilde por la escritura no se quebró. No se dejó seducir por los cantos de sirena que lo invitaban a abandonar su arte para adaptarse a lo aceptable, a la norma, a la moral, a lo establecido. Quizás porque, como afirmaba en una de sus cartas, “ las cosas también son en esencia lo que decidamos hacer con ellas”. Wilde no se rindió. Siguió escribiendo con la misma fuerza provocadora y poética. En 1891 concluyó Salomé, una obra de teatro escrita en francés que desafió las convenciones morales y estéticas de la época. Y en 1895 culminó La importancia de llamarse Ernesto, quizás su comedia más brillante, una sátira de la alta sociedad británica que es, aún hoy, ejemplo de ingenio, crítica social disfrazada de ligereza y de todo lo quequieran añadir.
Inspiración y mirada
He intentado caminar por algunos sitios donde Oscar Wilde nutrió su mente como el Trinity College de Dublín y el imponente Magdalen College en Oxford, quizás buscando una señal, la misma que buscaba el genio que habitó esos muros, en qué se inspiraba, qué miraba, qué leía.
Quería y quiero entender cómo lucha un espíritu tan libre, cómo se forma, cómo se gesta una mirada tan aguda, tan distinta. En el silencio de pasillos y bibliotecas, entre columnas y jardines, parece que se puede casi escuchar el eco de sus pasos, la voz interior que nunca dejó de escribir, a pesar del juicio, del exilio, de la vergüenza, del dolor. No cedió, siguió más allá de la pasión.
Porque pasión en Wilde no se reduce al terreno literario. Su vida fue una continua expresión de esa intensidad vital que lo llevó a vivir en oposición a los valores rígidos de la época. Su defensa pública de la belleza y la libertad personal y su irreverencia hacia las convenciones sociales lo convirtieron en una figura marginada y perseguida. Pero la prisión, consecuencia directa de su vida y sus pasiones, no silenciaron su voz. Por el contrario, dio origen a uno de sus textos más íntimos y conmovedores: De Profundis, una extensa y desgarradora carta personal de un Wilde que se muestra vulnerable y herido.
Bien lo resume la sinopsis de la editorial Siruela: “En esta larga carta que dirigió desde la cárcel de Reading a su amante Lord Alfred Douglas, se revela la parte más viva y más honda no sólo de su clara inteligencia sino también de su compleja personalidad humana”. Una carta llena de dolor, de reproche, de reflexión “cuán lejos estoy de la verdadera templanza de ánimo, esta carta con sus humores inciertos y cambiantes, su sarcasmo y su amargura, sus aspiraciones y su incapacidad de realizar esas aspiraciones, te lo mostrará muy claramente. Pero no olvides en qué terrible escuela estoy haciendo los deberes”.
Son muchas las personas –creadores, líderes, innovadores, inventores, artistas– que han aportado y aportan tanto a los demás…; personas que nos han sumado con su obra, su talento y su mirada, y que sin embargo mueren en el más profundo de los olvidos. Oscar Wilde fue uno de ellos. Aclamado en vida por su ingenio, repudiado después por su manera de amar, y redescubierto sólo cuando ya no tenía voz.
Su historia nos confronta con un espejo incómodo: la pasión, la autenticidad, la diferencia a menudo se pagan con un alto precio. Wilde quiso vivir apasionadamente, desafiar las normas, abrazar la belleza sin restricciones y buscar más allá del bien y del mal. Su obra y su vida son un testimonio de esa pasión y también de la incomprensión; pasión con riesgos, el de una sociedad que no estaba preparada para aceptar la complejidad humana.
En plena era digital, donde la visibilidad parece inmediata y constante, seguimos dejando atrás a creadores auténticos, relegando voces profundas por el ruido de lo efímero. Lo viral eclipsa lo valioso. La rapidez acalla la reflexión. Lo superficial se impone sobre lo esencial y lo esencial comienza en primera persona. Como escribía Wilde en De profundis, “el verdadero necio, ése del que los dioses se ríen o al que arruinan, es el que no se conoce a sí mismo”.
Wilde fue apartado, anulado, castigado por no encajar. Su historia es una advertencia, una llamada a la introspección. Nos recuerda que detrás de cada obra provocadora hay una vida compleja, una lucha íntima, pasión. Me pregunto cuántos talentos, obras, miradas, nos estamos perdiendo en este mismo instante, juzgando con ojos vendados y mente cerrada por prejuicios. El 30 de noviembre de 1900 murió pobre, solo y como sociedad tenemos la responsabilidad de no olvidar a quienes nos han regalado ingenio, talento, belleza y pensamiento, aun incomodando al poder, al orden o a la norma.
“Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; solo puede vivirse”. Oscar Wilde.
Adela Balderas. Madrid.
Doctora ADE. Profesora Investigadora Deusto Business School. Investigadora Universidad de Oxford. Profesora Afiliada City Science MIT Media Lab
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