La cantante no tuvo miedo de improvisar, de saltarse las normas y de demostrar su valía.
📍 Publicado en: Expansion – Directivos en Verano
🗓️ Fecha: 28 de julio de 2025

Suena Summertime en este verano de tormentas y mundo confuso y les confieso que la Gran Dama de la voz, como fue apodaba Ella Jane Fitzgerald, me sigue emocionando. Fue la cantante de jazz más popular de Estados Unidosdurantemásde medio siglo, ganó trecepremios Grammy y vendió más de cuarenta millones de discos, aunque a ella no le gustaba hablar de esos triunfos.
Nació en Virginia en 1917 y desde niña vivió lo que es amor, pero también la dureza, con pérdidas que dejan marcas imborrables. Su madre falleció cuando apenas era una adolescente y, tras quedarse huérfana, sufrió una etapa de oscuridad. Fue enviada a un reformatorio donde conocióel maltrato y, a los 15 años, escapó, cuando el país comenzaba a sufrir la Gran Depresión. Tenía solo 17 cuando el destino escribió su nombre en un papel. Fue un sorteo del Apollo Theater, una oportunidad que parecía pequeña, pero que cambiaría el rumbo de su vida, como esas oportunidades que a veces se nos presentan y no vemos, no las valoramos por insignificantes, no las atendemos porque quizás andábamos distraídos.
Pero Ella Fitzgerald no se podía permitir estar distraída. Había decidido dedicarse a bailar profesionalmente, pero vio a las hermanas Edwards hacerlo y supo que no podía igualarlas. Y ahí, en ese momento, ocurrió algo poderoso y tomó la decisión que cambiaría su vida. Subió al escenario ante un público que nada esperaba, ya que nosabían quién era, ni siquiera ella sabía de qué era capaz y eligió cantar. Con cada nota, el murmullo se transformó en silencio y el silencio, en ovación.
Pese a su timidez, los focos, los escenarios y el público no le daban miedo. Su historiame recuerda al libro ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson, que incluía una poderosa frase: “¿Qué harías si no tuvieras miedo? Ella Fitzgerald cantó como si fuera la última vez, como si en realidad fuera la única vez. Cantó sin miedo. “Una vez allí arriba, sentí la aceptación y el amor del público. Supe que quería cantar el resto de mi vida”, confesó después.
Gracias a Marilyn Monroe
Fuera del escenario, su carácter era reservado y su mirada un tanto esquiva en las entrevistas que concedía, quizás porque temía más al mundo que a la escena. Y es que Con 17 años, Ella Fitzgerald aprovechó la oportunidad de cantar en el Apollo Theater y fue un éxito. Descubrió que, pese asutimidez,losfocos, los escenarios o el público no le daban miedo Su historia recuerda que la clave no está en tener certezas, sino en atreverse a subir al escenario EllaFitzgeraldnoescapódelacruel sombra de la discriminación. Cuenta la leyenda que fue precisamente Marilyn Monroe quien usó su poder yprestigio para abrirle las puertas a en aquellos clubes nocturnos donde solo se permitía actuar a artistas blancos. Monroe insistió ante el Mocambo para que la contrataran, prometiendo ocupar la mejor mesa noche tras noche, atrayendo así la mirada de la prensa y el público. El dueño accedió y Fitzgerald nunca más tuvo que cantar en clubs pequeños.
La artista improvisó con su voz como quien descubre un lenguaje nuevo, sin reglas, sin límites, haciendo arte del scat –una técnica vocal utilizada principalmente en el jazz, donde se improvisan ritmos y melodías como si fueran instrumentos musicales–. No era solo técnica, era emoción, sentimiento convertido en instrumento. Ella Fitzgerald no lo aprendió de nadie, lo habitó, lo transformó, lo elevó y utilizó su repertorio de voz para jugar con cada uno de los géneros que tocaba.
La historiadora y musicóloga Judith Tick publicó en 2024 una extensa y cuidada biografía que tituló Ella Fitzgerald: La cantante de jazz que transformó la canción norteamerican. En ella desgrana la vida de la que es The First Lady of Jazz, donde afirma con rotundidad que así se la conoce yla venera por habernos permitido gozar de una de las voces más portentosas, versátiles y amadas de todos los tiempos.
Ella Fitzgerald nunca alzó la voz para quejarse, pero cada nota que salía de su garganta hablaba de lucha, de pérdida, de amor, de dignidad, de amistad, de emociones. No necesitó quejarse o gritar su dolor; lo cantó, lo convirtió en arte. Ella Fitzgerald no buscó ser símbolo de nada.
Hoy, mientras el mundo parece ir más rápido que nunca, mientras nos amenazan las incertidumbres y las casas se abastecen de ansiolíticos, pienso en Ella Fitzgerald, en su manera de sostenerse y avanzar cuando todo parecía roto, en cómo supo encontrar su centro, su voz. En su amor por lo que hacía, en su amor a su público. En la importancia siempre del propósito.
En el archivo de Bobbie Wygant hay una entrevista en la que, al preguntarle cómo le gustaría ser recordada, Ella Fitzgerald respondía sin dudar: “Sólo espero que digan que había una señora que amaba su trabajo, que disfrutaba de lo que hacía y amaba a todo el mundo y uno de sus deseos era hacer feliz a las personas a través de su voz”.
En momentos en los que la vida pesa, su historia recuerda que la clave no está en tener certezas, sino en atreverse a subir al escenario incluso cuando todo parece decir que no; subir a ese escenario que no es lugar para dudar. Y cantar, cantar sin miedo, ese miedo que no siempre se domina, pero que sí se puede traspasar.
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