Artículo publicado en El Correo (13/10/2025)

La inteligencia artificial (IA) ha dejado de ser una incógnita futurista para convertirse en viva presencia cotidiana. Ya no asombra su talento para escribir, traducir o programar, sino el uso masivo y espontáneo que los ciudadanos hacen de ella. Un estudio de OpenAI y del NBER lo ha documentado, analizando millón y medio de conversaciones anónimas con ChatGPT entre 2022 y 2025, y ofreciendo una radiografía de cómo la humanidad empieza a hablar con la máquina.
El informe revela que uno de cada diez adultos planetarios ha utilizado ya ChatGPT, una difusión que pocos avances tecnológicos han alcanzado en tan corto tiempo. El perfil del usuario se ha ensanchado: de un comienzo masculino y téc- nico a un mapa más equilibrado en género y renta, con crecimientos rápidos en países de ingresos bajos y medios. En tres años, la IA ha pasado de las musas al teatro.
Lo más curioso es para qué se usa. Casi el 80% de las conversaciones se concentran en tres frentes: buscar información, pedir orientación práctica y escribir. La IA se ha vuelto un asistente universal para resolver dudas, planificar tareas o redactar ensayos e informes. El uso profesional ronda el 30 %, pero el ocio y la curiosidad crecen aún más deprisa.
La paradoja es elocuente. El invento más sofisticado se emplea, sobre todo, para asuntos corrientes. No se programan sistemas sofisticados, sino que se piden consejos. Se pule un correo, se busca inspiración para una receta. La revolución, por ahora, es moderada: no sustituye al trabajo humano, sino que lo acompaña. Su gran valor no es ejecutar, sino ayudar a decidir mejor, a aportar claridad, criterio, apoyo emocional y cognitivo.
Va dibujándose así una frontera nueva entre trabajo y ocio. Sirve al abogado para resumir un contrato o al estudiante para preparar una reseña. El informe lo cuantifica con detalle: 30% de uso laboral, 70 % no laboral. Ambos crecen, pero la distinción entre productividad y entretenimiento se diluye.
También la geografía del uso cambia. En países de renta baja el crecimiento es varias veces más rápido que en los de renta alta, impulsado por versiones gratuitas y menores barreras lingüísticas. La democratización digital, tantas veces prometida, toma cuerpo aquí a velocidad inesperada.
Como es natural, hay matices. Encuestas del Pew Research Center indican que más de la mitad de los adultos norteamericanos aún no usa IA de forma consciente, y muchos ignoran que conviven con ella en buscadores o redes. Persiste una ‘brecha de percepción’ en la que se utiliza más de lo que se admite y se comprende menos de lo que se usa.
En la empresa, el uso de la herramienta avanza con prudencia. Las grandes tecnológicas ya integran la IA, pero muchas pymes dudan entre el interés y la desconfianza por falta de recursos, formación y seguridad legal. Se habla de ‘adopción condicionada’. La IA avanza cuando se alinean incentivos, cultura y utilidad. Hoy por hoy el entusiasmo es más individual que corporativo.
Captura, además, una característica que ningún algoritmo refleja. Experimentos controlados apuntan a ahorros de tiempo cercanos al 20 %, pero también a que la supervisión humana sigue siendo insustituible. Y aparece un fenómeno nuevo: los usuarios intensivos desarrollan una vinculación singular con la máquina, mezcla de costumbre y confianza. El ordenador deja de ser una herramienta y se convierte en un interlocutor.
El reto no es solo técnico, sino cultural. Estamos aprendiendo a convivir con una inteligencia distinta que se acompasa con la nuestra. La IA no nos sustituye: nos obliga a pensar mejor lo que decimos y a ordenar adecuadamente las palabras. De ahí que su mayor aportación no sea tanto el ahorro de tiempo como el soporte a la decisión.
La historia nos recuerda que cada gran invención reajustó el concepto del trabajo y del conocimiento. La imprenta multiplicó la memoria. Internet, la información. La inteligencia artificial acrecienta la interacción. Y, como toda revolución llamada al éxito, ha sembrado en lo cotidiano para cosechar en lo universal. Desde una conversación cualquiera, de un texto que alguien pide mejorar, de una duda que precisa ser resuelta. Tal vez seamos testigos inconscientes de un salto cuántico en el que la humanidad comenzó, de forma natural, a conversar de tú a tú con la máquina.
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