Artículo publicado en El Correo (22/10/2025)

La coyuntura actual nos ofrece una oportunidad para invertir más en tecnología y talento, y reducir a la vez gasto ineficiente, para un verdadero cambio estructural
Los recientemente nombrados premios Nobel de Economía, profesores Mokyr, Aghion y Howitt, demuestran en sus trabajos cómo la innovación puede impulsar el crecimiento económico sostenido y mejorar el nivel de vida. Los dos últimos fueron también ganadores de los Premios Frontera del Conocimiento de BBVA en 2020, por sus estudios en este ámbito.
Acaba de conocerse el último informe Global Innovation Index (GII), de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO). El estudio, que se publica desde hace casi veinte años, analiza en su evaluación 78 indicadores. España ocupa el puesto 29 de 139 países, lo que supone un retroceso respecto a 2024, cuando alcanzó el 28. Dentro de la UE se sitúa en el 18, y en el grupo de países de renta alta en el 28. El ranking está liderado por Suiza, Suecia, Estados Unidos, Corea del Sur y Singapur. Nuestra posición casi no se ha movido en los últimos diez años, sin lograr acercarnos a los líderes mundiales.
Tenemos un buen desempeño en varios apartados, como en el gasto en software como porcentaje del PIB (2º del mundo), producción cinematográfica (5º), infraestructura (11º), así como en outputs de conocimiento y tecnología (23º). Además, Madrid y Barcelona permanecen entre los 100 principales clústeres globales de ciencia y tecnología.
El talón de Aquiles del ecosistema español radica en los apartados de instituciones (53º), sofisticación de los mercados (33º) y sofisticación empresarial (30º), donde persisten las carencias en colaboración universidad-empresa, financiación de startups y desarrollo tecnológico en las pymes. En términos generales, invertimos menos y de manera menos eficiente en los factores críticos de base (como en I+D). Esa brecha explica la dificultad para mejorar, y nos está afectando en una peor calidad de nuestro crecimiento económico.
El gasto total en I+D ronda el 1,5% del PIB, lejos de la media europea del 2,3%. Y el peso empresarial sigue siendo limitado: las compañías financian menos del 60% de la I+D nacional, cuando en los países líderes superan el 70%.
España mantiene una razonable base científica y capacidad tecnológica, pero carece de la financiación, apoyo institucional y tracción empresarial que permiten, a los países líderes del ranking, convertir el conocimiento en valor económico.
Para avanzar, necesitaríamos incrementar la inversión pública e impulsar la inversión privada mediante nuevos incentivos, así como programas de cofinanciación y compra de innovación. Un marco fiscal más atractivo y competitivo y unos costes laborales equilibrados son críticos también. Además, habría que simplificar los procesos administrativos. Necesitamos ventanillas únicas y normas de transferencia tecnológica más claras, que reduzcan costes y plazos. Las recomendaciones del Informe Draghi insisten en algunas de esas líneas de trabajo. También hay que reforzar el talento científico y técnico, incrementar los graduados STEM y la movilidad internacional con programas de retorno.
Es muy importante impulsar la colaboración universidad-empresa, la transferencia de investigación al sistema de innovación con incentivos académicos y fomentar doctorados industriales. Por otra parte, la digitalización, la inteligencia artificial y la ciberseguridad deben llegar ya a todo el tejido productivo, incluso a las microempresas.
El estancamiento de España en innovación tiene su reflejo en la moderación del crecimiento del PIB. Según el INE y organismos internacionales, su crecimiento presenta un promedio cercano al 2% anual en las dos últimas décadas. Aunque el repunte pospandemia ha sido notable (impulsado por inmigración, turismo y fondos europeos), la tendencia de fondo sigue siendo de un crecimiento insuficiente y vulnerable a ciclos externos.
Los países situados por encima de España en el GII muestran, en cambio, tasas de crecimiento menos volátiles y una productividad más alta, coincidentes con los estudios de los profesores premiados en los Nobel. Su ventaja no siempre se traduce en crecimientos porcentuales espectaculares, pero sí en un PIB per cápita más elevado y sostenido, y mayor resiliencia ante las crisis. En conjunto, la correlación entre innovación y crecimiento económico es clara: a más innovación, más productividad, estabilidad y bienestar social.
La coyuntura actual nos ofrece una oportunidad para invertir más en innovación, tecnología y talento, de modo que se consiga un verdadero cambio estructural. Pero para ello, y evitar déficits excesivos, habría que reducir a la vez gasto ineficiente.
Si logramos cerrar la brecha entre inputs y outputs, elevar la inversión en I+D y consolidar un entorno regulatorio ágil, podremos dar el salto que necesitamos. Porque, al final, la innovación cobra sentido cuando genera un crecimiento sostenido y bienestar. El reto de la economía española es pasar de tener un modelo volátil y dependiente a uno que avance con decisión hacia la economía del conocimiento, y que mejore las expectativas de bienestar de sus habitantes.
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