Rocío García lidera un proyecto de la UE para detectar prácticas que permitan sacar adelante a menores «que lo tienen todo en contra».
Artículo publicado en El Correo (12/11/2026) | Iñigo Fernández de Lucio.

Los colegios de alta complejidad acogen mucho alumnado vulnerable. La pregunta es ¿cómo garantizar que la igualdad de oportunidades también existe para ellos? ¿Qué prácticas funcionan para lograr el éxito escolar? ¿Cómo motivar a chavales que a menudo no tienen referentes de éxito? Rocío García Carrión, profesora de la Universidad de Deusto e investigadora Ikerbasque ha dedicado los últimos tres años a buscar respuestas a estas preguntas. Ha liderado el proyecto ‘Scirearly’, financiado por la Comisión Europea, que ha contado con la participación de investigadores de diez países. El objetivo era «identificar políticas y prácticas basadas en evidencias que hayan logrado reducir el abandono escolar, mejorando el rendimiento académico y el bienestar».
El reto «es complejo», admite García Carrión en conversación con ELCORREO. Y la solución no es sencilla pero existe. Eso sí, necesita de un claustro «motivado y bien formado»; de una dirección que ejerza un fuerte liderazgo pedagógico; de la implicación de las familias y de los propios estudiantes; y de buenos referentes. Así es como miles de alumnos en toda Europa han salido adelante pese a tenerlo «todo en contra». Y eso significa no sólo acabar la escolarización obligatoria, sino continuar con estudios superiores, esos que constituyen la puerta de acceso a los mejores empleos.
¿Qué prácticas se han revelado eficaces para este objetivo? Muchas comparten rasgos comunes. Por ejemplo, fomentan el «diálogo» entre docentes y alumnos y entre los propios menores; es decir, existe una alta participación de los estudiantes, que se sitúan «en el centro» de la acción educativa. En estos contextos de mucho alumnado extranjero también es importante que el currículo sea «flexible y culturalmente sensible». Ahí puede jugar un rol importante el tejido asociativo de cada lugar. Otra característica es que los docentes gozan de gran autonomía en clase. Todo ello contribuye –y ésta es una de las claves– a generar «relaciones positivas» entre los agentes de una comunidad escolar, a dotar a los menores de «referentes positivos» y a generarles «altas expectativas».
Con estos mimbres, la investigadora cita dos ejemplos de prácticas que, inspiradas en experiencias europeas, se han probado «con resultados muy positivos» con niños de 3º y 5º de Primaria (8 y 10 años) de una escuela de Santurtzi. Uno es el de las «tertulias dialógicas» sobre un libro. En el centro educativo de la villa marinera se escogieron versiones adaptadas de ‘El lazarillo de Tormes’ y ‘La Odisea’. La clave es involucrar a las familias para que lean con sus hijos en casa o en la biblioteca escolar al acabar las clases. O, al menos, para que hagan un seguimiento de lo que los chavales leen, les hagan preguntas… Después, en el aula, los chavales ponen en común lo leído y cuentan qué les ha sugerido el pasaje.
«Niños y niñas mejoraron su vocabulario y expresión oral, disfrutaron con la lectura y mejoró su bienestar», explica García Carrión. Previamente se formó a los docentes en esta metodología y se informó a los padres, que se volcaron en el proyecto. Y no sólo se animaron las familias con estudios superiores; también funcionó en el caso de otras inmigrantes sin estudios o con formación básica. Es más, les sirvió para mejorar su conocimiento del idioma. En todo caso, se estrechó la relación entre los padres y la escuela. «La participación de las familias tiene un efecto muy positivo en el aprendizaje de sus hijos», apunta García Carrión.
Otro ejemplo. Padres y madres –los que tenían disponibilidad– acudieron al centro educativo para dinamizar algunas clases de Matemáticas. Los alumnos se repartieron en grupos pequeños para realizar tareas cortas y después iban rotando. En el caso de las familias que, por horario, no podían acudir al centro, de nuevo la clave fue que después en casa dedicasen «cinco, diez o veinte minutos» a hablar con sus hijos e interesarse por sus avances.
«Cambiar la mirada»
Son sólo dos ejemplos. Los investigadores han puesto a colgado en la página web del proyecto un conjunto de buenas prácticas, «avaladas por la ciencia», para trabajar en contextos de alta vulnerabilidad y lograr mejorar los resultados académicos de los alumnos, su bienestar emocional y aumentar el sentimiento de pertenencia a la escuela.
¿Y qué pasa si en una misma clase hay varios estudiantes disruptivos? En esos casos, García Carrión explica que es efectivo «utilizar al grupo para que se apoyen entre ellos». «Si les tengo repartidos en cuatro o cinco grupos con otros compañeros, va a reducir el nivel de ansiedad, estrés, mal comportamiento y violencia porque les estoy dando una alternativa para que se sientan apoyados y respetados por sus compañeros, para que tengan la opción de contribuir al aula».
Esto tiene relación con un concepto que la experta repite varias veces durante la entrevista: «cambiar la mirada» hacia una forma de entender la escuela en situaciones de complejidad. Eso implica, por ejemplo, dotar a los alumnos de referentes. En el proyecto que ha liderado, García Carrión estudió el efecto positivo que ejercieron 56 antiguos alumnos con buenas trayectorias académicas sobre otros menores de sus respectivos colegios.
El papel de los docentes en todo esto es crucial. Otra técnica que se ha demostrado muy eficaz es crear espacios para que los profesores de diferentes centros puedan coincidir e intercambiar experiencias de qué les funciona en clase y qué no. Todas estas actuaciones «ponen la base para ir en una dirección de mejora», afirma la investigadora. Ello, sin embargo, «no quita para que haya una estrategia estructural de coordinación de los centros educativos con los servicios de apoyo a la salud mental y haya apoyo psicosocial integrados en el programa de las escuelas», matiza.
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