Artículo publicado en El Correo (29/03/2023)
Cualquiera que siguiera las manifestaciones del pasado 8 de Marzo constataría que fueron muy numerosas, aun con fracturas en el movimiento feminista. Su traslado en los medios de comunicación, la opinión de la gran mayoría de los editoriales y de los comentaristas lo corroboraban. Pero, según una gran encuesta europea de Ipsos en más de 30 Estados entre diciembre y enero pasados, no es oro todo lo que reluce. O, quizá más exactamente, el gran apoyo al mundo y objetivos feministas por parte de la población española presenta unas aristas en las que vale la pena detenerse.
Si bien el 72% de los ciudadanos españoles considera que todavía no se ha avanzado lo suficiente en la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, nos encontramos con un 53% de los consultados que creen que «hemos llegado tan lejos en la promoción de la igualdad que ahora estamos discriminando a los hombres». La convicción de que la igualdad de género está «discriminando a los hombres» supone en España 15 puntos más que la media europea (que se sitúa por debajo del 40%). Y esta opinión la comparte incluso un 44% de las españolas (frente al 61% de varones). El contraste con algunos países comunitarios es elocuente: mientras un 53% de los españoles teme que las políticas de igualdad contribuyan a postergar a los hombres, esa tasa cae al 43% entre los británicos o los italianos y se sitúa por debajo del 40% en Francia, Alemania o Portugal.
Llama la atención el alto porcentaje de mujeres, el 44%, que entienden que la actual política feminista en España está discriminando a los hombres. En torno al 8 de Marzo tuve ocasión de hablar con bastantes mujeres de edad media con hijos adolescentes. Me comunicaron dos cosas: por un lado, que ellas no se sienten en la necesidad de reivindicarse, que están contentas con su trabajo y que no sienten necesidad alguna de romper ningún techo de cristal y, por el otro, que ven a sus hijos varones, por varones, minusvalorados en sus centros de enseñanza, donde sus compañeras son puestas en valor, incluso con un ideal vital: reivindicarse como tales mujeres. Luego la encuesta de Ipsos da en el clavo en un punto no suficientemente analizado.
Ruego al lector que, de entrada, no me tache de machista ni de nada parecido. Estoy comentando unos datos de una macroencuesta europea que puede consultarse sin dificultad. La cuestión a la que es preciso responder es: ¿cómo explicar que, en una sociedad como la española, con tan alta sensibilidad feminista, por encima de la de la media europea, también encontremos una mayor proporción de personas (incluso mujeres) que estiman que la actual política de la mujer está discriminando a los hombres?
La respuesta a esta interrogante exige más espacio y profundidad de los que permite un artículo de prensa. Es cierto que venimos de una sociedad patriarcal, discriminatoria de la mujer, con su cultura machista correspondiente que no se ha extinguido todavía. Pero a mí ese argumento, real sin duda, no me resulta suficiente. Pues la idea de una discriminación del hombre no se da entre las personas de edad avanzada, sino entre las mujeres de edad media, que ciertamente han vivido el machismo cultural y social cuando eran jóvenes.
Me inclino a formular una hipótesis de trabajo para explicar estos datos. La machacona y unilateral presencia de una política de la mujer, como discriminada en nuestra sociedad, aún en nuestros días, que conlleva una depreciación de la condición masculina, cuando esta no es presentada como sojuzgadora de la condición femenina. Y muchas personas, mujeres incluidas, no pasan por tal despropósito.
He leído que es preciso poner a la mujer en el centro de este debate. Opino que hay que poner en el centro a la persona humana, mujer y hombre, que a lo largo de la historia, también reciente, han tenido diferente papel en la sociedad, con una cultura del machismo indudable, hasta fechas recientísimas. Lo que ha exigido una más que justa revuelta de las mujeres, aunque se han pasado tantos pueblos que han dado la vuelta a la tortilla, conduciendo, en demasiados casos, a un feminismo militante que requiere ya una reflexión y comportamientos, al menos en las ‘lideresas’ feministas, para avanzar en una sociedad más justa y equitativa, de los papeles de mujeres y hombres en la sociedad.
Los hombres debemos formar parte de este objetivo. No nos resulta fácil. Tenemos que echar mano de nuestra ética pues, a diferencia de la mujer, debemos renunciar a una posición de privilegios. Debemos aceptar el curso de la historia y la evolución de los valores en la sociedad: el tránsito de una sociedad patriarcal a otra feminista, pero con el objetivo finalista de llegar a una sociedad personalista, basada, justamente, en la persona humana. Con sus derechos y obligaciones, también en la diferenciación sexual.
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