Aunque los datos sobre la desigualdad estructural siguen siendo tozudos, hay muchos varones, sobre todo jóvenes, que se consideran discriminados
Artículo publicado en El Correo – edición impresa (28/01/2024)
Hace unos días el CIS hizo pública una encuesta que recogía valores y actitudes ante la igualdad entre mujeres y hombres. La respuesta a una de las preguntas suscitó mucho revuelo. Debo reconocer que fueron bastantes los medios que me pidieron una valoración o explicación al hecho de que el 44% de los hombres y el 32,5% de las mujeres estuvieran de acuerdo con la siguiente afirmación: «Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres».
Lo primero que quiero decir es que la formulación de la pregunta me gusta mucho. Hay quienes la han criticado por considerar que condiciona la respuesta, pero yo no lo veo así ya que se trata de un enunciado con el que se puede estar de acuerdo o en desacuerdo y va a acompañado de otras afirmaciones más favorables a la lucha por la igualdad que han recibido el apoyo mayoritario de mujeres y hombres. Esta pregunta está bien formulada porque aflora un dato políticamente incorrecto, porque consigue que se manifieste un sentimiento de incomodidad y una actitud que se aleja mucho de los datos reales, pero que es una emoción importante y cada vez más presente. De hecho, me recordó a las declaraciones del presidente Pedro Sánchez cuando afirmó en una entrevista radiofónica que algunos amigos de su edad se sentían incómodos con ciertas formas del feminismo.
Voy a tratar de explicar por qué, a pesar de que los datos siguen siendo tozudos en demostrar que la desigualdad estructural entre mujeres y hombres persiste (brecha salarial, feminización de la conciliación y de los cuidados, tasas de paro, precariedad laboral, riesgo de pobreza, violencia machista, acceso a los ámbitos de poder y toma de decisión, etcétera), hay muchos hombres, sobre todo hombres jóvenes (la respuesta de los chicos entre 16 y 24 años alcanza el 52%), que consideran estar siendo discriminados.
En los últimos años se han producido una serie de cambios y propuestas que están generando una fuerte resistencia derivada del miedo o la falta de adaptación a los mismos. Recientemente el feminismo y las políticas de igualdad han entrado con fuerza en la agenda política, sobre todo la estatal, y eso ha provocado que también permeen la opinión pública y el estado de opinión. El feminismo pretende realizar cambios que promuevan una mayor igualdad entre mujeres y hombres y, en consecuencia, una mayor justicia social. Y aunque es cierto que una mayor igualdad social y de género es un hecho positivo para el conjunto de la sociedad, también lo es que quienes han gozado de privilegios derivados de su sexo, género, etnia y clase social se sienten amenazados. Los cambios que pretenden revertir las injusticias sociales no pueden ser amables ni confortar a todas las partes.
A esta cuestión debemos añadir otro factor explicativo: el crecimiento de la extrema derecha en España y en el mundo, ya que uno de sus baluartes ideológicos es, precisamente, el socavamiento de las ideas y políticas feministas. Su discurso ha provocado que algunos sectores sociales se sientan legitimados y autorizados para cuestionar los avances en igualdad con argumentos falsos y torticeros que algunas personas, sobre todo hombres jóvenes, han creído sin siquiera contrastar su veracidad.
Algunos de los hombres que conforman ese 44% suelen esgrimir que los varones están discriminados en las pruebas físicas para acceder a una plaza de bombero o policía, o que están discriminados como consecuencia de las denuncias falsas en los casos de violencia machista, y los hay que dicen que ya no saben muy bien cómo acercarse a una mujer. Para estas tres cuestiones tengo respuestas que desbaratan la idea, falsa, de la discriminación masculina.
En las pruebas físicas para determinadas profesiones lo que se hace es establecer logros que se ajusten de manera proporcional a la fisiología de quienes optan a esos puestos. Si no fuera así, las mujeres no podrían acceder a determinadas profesiones. De la misma manera que mujeres y hombres no compiten en la misma carrera de los 100 metros lisos, ya que si lo hicieran las mujeres jamás ganarían una medalla, en las pruebas físicas para ser bombero o policía los indicadores de cumplimiento se adecúan proporcionalmente a las diferentes fisiologías. En las pruebas intelectuales o escritas no hay diferencias y el baremo es idéntico.
Además, hay determinadas funciones en el ejercicio profesional donde el desempeño es mejor si lo ejerce una mujer, como en los casos de denuncia por violación o agresión sexual, donde es preferible que te atienda una mujer policía. De facto, la legislación vasca establece como meta deseable que al menos un 30% de la Ertzaintza esté integrado por mujeres.
Es cierto que las denuncias falsas discriminan a los hombres y que las mujeres que las presentan están haciendo un muy mal uso de un recurso que nació precisamente para proteger y atender a las mujeres que sufren violencia machista. Sin embargo, no podemos perder de vista que, según el Consejo General del Poder Judicial, el número de denuncias falsas en los casos de violencia de género representa tan solo el 0,01% del total de las presentadas.
Por último, a aquellos hombres que afirman que ya no saben cómo dirigirse, tratar o ligar con una mujer solo habría que recordarles que la ley lo que recoge es que se respete su consentimiento; es decir: solo hay que tratar a las mujeres y al resto de las personas:, con respeto, igualdad y atendiendo a su consentimiento. Quienes no se adapten a esta ‘nueva’ forma de relación deberían repensarse y empezar a construir una nueva masculinidad menos tóxica.
Espero haber provisto de suficientes argumentos para contrarrestar una percepción que no se basa en la realidad pero que es preocupante que se manifieste en nuestra sociedad, donde creíamos haber avanzado hacia una cultura y valores más igualitarios.
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