Hay mucho dolor entre los que conocimos a Juan Mari Uriarte, que condenó los asesinatos, secuestros y demás tropelías de ETA y las torturas policiales.
Artículo publicado en El Correo (18/02/2024)
Juan Mari Uriarte, obispo emérito de San Sebastián, que antes fue obispo de Zamora y obispo auxiliar de Bilbao, falleció ayer en el hospital de Basurto, después de haber sufrido un ictus severo el domingo anterior. Hay mucho dolor entre los que conocimos a Juan Mari.
Nos conocimos en el Colegio Mayor de Lovaina. Él estudió Psicología y yo Sociología. Me ayudó mucho en un periodo difícil de mi vida. Era como un psicólogo privado, y gratuito. Lo que no impedía que tuviéramos mil sabrosas conversaciones sobre esto y aquello. Muchas sobre la situación en el País Vasco y sobre los vascos en Lovaina, no muy bien avenidos. Eran los tiempos de ETA V y ETA VI y en Lovaina había muchos vascos, de ambas orientaciones y propuestas y con muchas desavenencias entre ellos. Me viene a la memoria la situación de uno de ellos, más bien del lado de ETA VI, y los de ETA V decían que había que aceptarlo por su buen conocimiento y uso del euskera.
Juan Mari fue bien aceptado por unos y otros, la mayoría no religiosos, por su bonhomía, su capacidad de escucha, su acendrado amor por Euskal Herria y su apertura a todos, fueran españoles, belgas, latinoamericanos… No creo exagerar diciendo que era querido por todos. En Lovaina creamos algunos vascos estudiantes un coro de amateurs. Íbamos a algunos bares flamencos a cantar. Recuerdo uno en la maravillosa Oude Markt (Viejo Mercado), donde acababan ofreciéndonos una ronda de cerveza, en muchas ocasiones de Chimay.
No me resisto a trasladar aquí lo que leí en el Boletín de la Diócesis de Bilbao ayer, el día de su fallecimiento: «Juan María Uriarte tenía carisma, era inteligente, de una profunda sensibilidad religiosa y fue un ejemplo para personas creyentes y no creyentes, por su sabiduría y visión de futuro. Dicen de él que, en sí mismo, ‘englobaba un universo’. Pero había una faceta fundamental en su trayectoria vital: su ‘adhesión’ a Jesucristo. Era lo que le entusiasmaba y, como él mismo señalaba, lo que le animaba a ‘suscitar la fe y promover la paz’». Recuerdo cómo le brillaban los ojos cuando en Lovaina sentía percibir un atisbo religioso en algún estudiante vasco. Juan Mari fue siempre más un cura que un sacerdote, aun siendo ambas cosas.
Un detalle lo muestra bien. La primera vez que fuimos mi mujer Koruko y yo a visitarle a Zamora nos enseñó unos apartamentos episcopales. En un cuarto grande como una iglesia, en su domicilio, había un trono episcopal que, en la sensibilidad de nuestros días, nos echa para atrás. Juan Mari nos espetó: «¡Qué puedo hacer yo con todo esto!». Creo que no lo usó en sus años como obispo de Zamora.
Cuando el Papa le destinó como obispo de Zamora recuerdo que, al preguntarle si iba solo a su nueva diócesis o llevaba a algún sacerdote de Bizkaia para que le acompañara, no dudó un segundo en su respuesta: iré solo y haré mi labor allí con ayuda de los sacerdotes de allí.
Hago mía la expresión de José Ignacio Tellechea Idigoras, que tituló así un libro sobre Ignacio de Loiola: ‘Ignacio, solo y a pie’. Cabe decir lo mismo de Uriarte. No llevaba más alforjas a Zamora que su persona. Abierto a los nuevos feligreses, estos, como sus sacerdotes, le respondieron con su cariño.
Durante los últimos años de su vida, además de impartir infinidad de conferencias en España y en Latinoamérica, su bandera y máximo acento era el de la reconciliación. Llegó a escribir un libro sobre este tema, que yo leí con fruición y del que me serví para varios de mis textos y conferencias. No todo el mundo apreciaba positivamente las palabras y hechos de Juan Mari. A título de muestra, traigo aquí un párrafo de 2014: «Afortunadamente hay un antes y un después en la sede del obispado donostiarra. Acostumbrados como estábamos a elementos de la catadura miserable de Setién y Uriarte, Munilla parece Juan XXIII. Ahora emérito, no obstante, Uriarte anda suelto. Y no pierde oportunidad para echarle vitriolo a las heridas».
Un hombre como Juan Mari, que no dudaba en meterse en todos los charcos, no podía obviar la presencia de ETA en sus diócesis vascas. Condenó muchas veces los asesinatos, secuestros y demás tropelías de ETA. Pero eso no le impidió condenar las torturas policiales.
El actual obispo de Bilbao, Joseba Segura (un hijo espiritual de Uriarte), dijo ayer que Juan Mari «era una persona que ha trabajado con fuerza a favor no solo de la paz, sino también de la reconciliación en nuestra Iglesia y en nuestra sociedad. Ha sido el impulsor y el motor de muchas de las iniciativas que hemos llevado a cabo en nuestra diócesis y en las del entorno».
Agur, Juan Mari, berealaxe ikusiko gara Aitaren etxean.
Agur, Juan Mari, pronto nos veremos en la casa del Padre.
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