Artículo publicado en Deia (30/04/2024)
INTERPRETAR adecuadamente los números es frecuentemente tan crucial como difícil. Nuestra compleja sociedad se ha construido sobre cimientos matemáticos, pero, a pesar del énfasis que nuestro sistema educativo realiza en la formación cuantitativa, es bien sabido que el analfabetismo numérico es uno de nuestros lastres. En realidad, lo mismo se podría decir de otras disciplinas, pues la mayoría de nosotros somos incapaces de distinguir apenas un puñado de aves o árboles, lo cual es una lástima. Sin embargo, se puede vivir sin problemas mayores siendo un analfabeto botánico, mientras que es más difícil hacerlo sin unas mínimas destrezas numéricas, aunque solo sea para comprobar que las facturas que se nos presentan son correctas.
Cada vez que entramos en períodos electorales, los números adquieren importancia. Las encuestas, algunas publicadas en prensa y otras internas de cada partido, sirven no solo para elegir a los candidatos y concebir los grandes eslóganes y diseñar programas electorales, sino también durante la campaña electoral. En las pasadas elecciones autonómicas hemos podido observar cómo los partidos iban regulando el discurso, afinando el tono día a día para atraer al indeciso y al abstencionista sobre la base de un seguimiento permanente de la opinión pública. Hemos visto cómo se desplegaban todo tipo de recursos, como en una pieza musical en la que cada cuerda emite su propia nota y tonalidad, formulando proyectos, apelando a los sentimientos, incluso al miedo cuando convenía, prometiendo mejoras, invocando principios, o rememorando íconos y líderes del pasado.
Pero la finura con que los partidos han sido capaces de manejar los números antes y durante la campaña parece haberse volatilizado tras la noche electoral. Sospecho que es solo en apariencia, de cara al público, y que los equipos de expertos de cada partido trabajan afanosamente para extraer de la mina de datos que supone el conteo de votos de cada mesa electoral conclusiones internas más atinadas de cara al futuro.
Pero ciertamente, lo que se nos traslada públicamente es un tanto decepcionante, apenas un par de sumas de primaria. Donde antes se sumaban 31 + 10 = 41 escaños, ahora quedan 27 + 12 = 39, pero como 39 es mayor que 38, hecho este indiscutible, nada cambia, y sigue el mismo gobierno con un reparto interno de sillones revisado. Pues si antes la proporción de escaños de cada miembro del bipartito era de 3,1/1, ahora es de 2,25/1, un cambio sustancial sin duda que, en buena lógica, el miembro minoritario debería legítimamente rentabilizar. Pura lógica numérica.
Pero ¿es eso todo?
Por ahora, así parece, y a muchos resulta insuficiente.
De hecho, también sabemos que 27 + 12 + 7 = 46 y que 27 + 12 + 7 + 1 = 47 y que los crecientes números de esta secuencia son todos mayores que 38, dando lugar a configuraciones parlamentarias que muy bien podrían haber mantenido el bipartito.
Quien está destinado a ser el próximo Lehendakari, sociólogo antes que político, debe tener a estas alturas una comprensión profunda de lo que las urnas han expresado, que es mucho más que esa simple aritmética, y es de esperar que en su mente haya un plan para desplegar políticas que respondan al complejo puzle de realidades sociopolíticas que los resultados han arrojado.
Más de una semana después de haber votado, las síntesis numéricas e interpretaciones simplistas que públicamente se pregonan puede que hayan hecho crecer la bolsa de votantes que muestran señales de hastío, más que descontento. Es uno de los riesgos que la sobre simplificación entraña: los argumentos más fáciles de sostener pueden resultar decepcionantes. El complejo panorama geopolítico en que vivimos hace que el momento sea el menos propicio para el simplismo.
Posiblemente, cuando la niebla y humareda del momento se haya disipado, los responsables políticos podrán ver mejor lo que los números dicen y comunicarse de manera algo más efectiva, pues lo cierto es que ya sabemos que 39 es mayor que 38 y que los sillones, como las herencias y dividendos, se reparten por porcentajes. No necesitamos a grandes líderes para aprender esa lección.
Obviamente, en esto, como en todo, es más fácil criticar que realizar una aportación constructiva. En el afán de dar respuestas alternativas hemos visto cómo otros tantos expertos, representantes políticos y ciudadanos de a pie han hecho otras cuentas, con sumas y combinaciones parciales para estimar el número de escaños en función de diversos criterios, como derecha – izquierda, o soberanistas frente a los que no lo son. Todo está dicho a este respecto, basta sumar.
Lo que sin duda los más atinados analistas habrán observado es que hay cada vez más gente que necesita ilusionarse y que vota en consecuencia. Son muchos los que necesitan desterrar el conformismo y exigen nuevos estímulos y proyectos, que se niegan a aceptar que casi todo es inamovible. Y ese posiblemente sea un movimiento de fondo que las urnas han reflejado, aunque pocos hayan comentado, una tendencia que haya llegado para quedarse y crecer. Ahora mismo es difícil saber si se trata de una manera viva puntual o una señal de alerta tsunami. Es de hecho imposible decirlo observando solo los datos de la última contienda electoral, al igual que ocurre con una foto estática del mar. Un análisis dinámico de la evolución del voto a lo largo de los últimos años tal vez sea más elocuente.
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