Líderes y genios. El compositor sufrió sordera, algo que le amargó el carácter, pero siguió componiendo.
Artículo publicado en Expansión (10/07/2024)
Silencio. Quizás ésta fuera la palabra más temida en el sonoro mundo interior de Ludwig van Beethoven. Jordi Roch y Bosch, más conocido como Dr. Roch, es ideador, creador y director de la Schubertíada de Vilabertrán, una localidad del Empordà catalán donde acontece desde 1993 algo único, como lo son las cosas que parten de un sueño. Allí se celebra la Schubertíada, una cita musical dedicada al lied. Y como gran conocedor de la forma y del fondo de los grandes maestros, Dr. Roch ha afirmado en Platea Magazine, como quien divulga un secreto quizás a voces o quizás no revelado por íntimo, que “el músico es un personaje difícil, es una profesión muy introspectiva, sobre todo en el caso de los compositores, afecta mucho a las áreas de sensibilidad”. Y en ese mundo de los personajes difíciles, Beethoven parece jugar un papel protagonista, quizás por lo vital de su existencia en nosotros.
Complejo e inaccesible, Beethoven ha ejercido y ejerce una influencia en los sentidos más allá de la música, más allá de la vida. Era riguroso en su escritura y en su obra, que hacía, rehacía, retenía durante años, retomaba y volvía a someter a la corrección severa del maestro. Y a su sombra rotunda, el compositor Frank Schubert, admirador hasta el más allá, el 26 de marzo de 1827 portó sobre sus hombros el féretro de Beethoven, dando un paso al frente en su muestra de profundo respeto. De hecho, Schubert fue enterrado en Viena un año después junto a la tumba de su maestro.
Hacia 1798 Beethoven se dio cuenta de que estaba perdiendo su capacidad auditiva. Comenzó así su etapa de silencio y resulta profundamente doloroso imaginar su tormento. En 1818 el silencio era prácticamente total, pero no en su cabeza, donde las notas continuaban combinándose de manera excepcional. El alcohol, como una mala sombra, le acompañó en su vida.
Beethoven estaba enfadado con la vida, quizás con el destino, quizás con su suerte. Y, sin embargo, la firmeza en sus convicciones era digna de mención. Antón Félix Schindler, músico austriaco, fue uno de sus primeros biógrafos, de quien mucho se ha escrito sobre su imaginación un tanto desmedida en su obra sobre el genio, quizás por pura admiración, quizás por añadir dramatismo y trama a una historia que no carecía de tales ingredientes. Y, sin embargo, sus afirmaciones, interpretaciones, y su mirada sobre el contexto no dejan de tener interés. Schindler afirmó sobre Beethoven que “la Musa superior, que lo había elegido para tan importante servicio, dio a sus puntos de vista una dirección ascendente y lo preservó, incluso en asuntos profesionales, de la más mínima colisión con lo vulgar, que, en la vida, como en el arte, era su abominación”.
Y pese a esa imaginación de Schindler que le llevó más allá de la realidad en la biografía de Beethoven, algo me dice que su afirmación sobre los contactos no puede ser más actual y probablemente más real. “¡Cuán infinitamente más alto se habría disparado el genio de Beethoven si, en las relaciones ordinarias de la vida, no hubiese entrado en conflicto con tantas mentes viles y despreciables”. Beethoven no se libró de la envidia, de esa envidia que Ovidio definía como el más mezquino de los vicios; ni se libró de los celos ni de la vileza. Y, sin embargo, quizás consciente de las debilidades del alma, nunca se defendió de ataques, ni dejó que le afectaran cuando no se trataba de ataques contra su honor.
Y quizás por esa consciencia de las debilidades, por la decepción con la vida, por ese martirio llamado sordera, por no hallar alivio, o por un conjunto no vacío de cosas y circunstancias, Beethoven se sumergió en un mundo de desconfianza, incapaz de querer adentrarse en la sociedad más de lo que la necesidad requería.
Su destino
El caprichoso destino le privó de oír. Y su afección afectó a su temperamento. Y le hizo profundamente infeliz. En algún momento, la opción del suicidio se coló en sus pensamientos como un mal sueño, y, como afirman Wade Matthews y Wendy Thomson en su Enciclopedia de la Música, “parecía imposible abandonar el mundo antes de haber logrado todo lo que estaba destinado a “hacer”. Y la muerte le cogió por sorpresa, porque su deseo de hacer se tornó en deseo de vivir.
Su Sinfonía nº 10 se quedó en un boceto, tras esa Sinfonía nº 9 rodeada de leyenda más allá de lo extraordinario. Se cuenta que al estreno de la obra Beethoven tuvo que ser avisado para darse la vuelta y recibir los aplausos. Quizás ese 7 de mayo de 1824, en el Kärntnertortheater de Viena, no quiso darse la vuelta, quizá sólo quiso disfrutar en el más profundo de los silencios.
Y volviendo la mirada a Schubert y a la nobleza de su admiración, Joseph von Spaun, uno de sus más fieles amigos, afirmó haberle escuchado “secretamente, en el fondo de mi corazón, todavía espero ser capaz de hacer algo por mí mismo, pero ¿quién puede hacer algo después de Beethoven?”. Cuánto podría haber logrado de no haber padecido tanto dolor no lo sabremos nunca, pero cuesta no reverenciar tanta lucha, tanto genio. Su música ganó la partida y el enfado vital quizá se tornó en perdón, determinación y coraje.
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