Víctimas de agresión sexual sienten más miedo que aliento a la hora de denunciar.
Artículo publicado en El Correo (27/10/2024).
Debo reconocer que estoy en ‘shock’. El comunicado de Iñigo Errejón diciendo que abandonaba la política me dejó estupefacta, no entendía nada. Unavez conocidas las acusaciones que realmente explicaban la situación, la relectura del comunicado cobró otro significado y me enfadé. Leí un tuit de Silvia Nanclares que me pareció muy revelador para explicar lo que sentía en ese momento: «Os voy a contar un secreto: el patriarcado sois vosotros, no aplica la voz pasiva aquí». Así es. Errejón no es una víctima del patriarcado, las víctimas son otras.
Una conocida víctima de violencia sexual es Gisèle Pélicot, que pronunció la lúcida frase «que la vergüenza cambie de bando». Estas palabras tienen sentido porque las víctimas de violencia sexual suelen sentir culpa y vergüenza por lo ocurrido. Según varios estudios, las principales razones por las que las víctimas no denuncian a sus acosadores son las dudas sobre la gravedad de lo vivido, el miedo de las represalias y la inseguridad sobre la eficacia de la respuesta institucional. No podemos exigirles a todas las víctimas de la violencia machista que sean tan valientes como lo está siendo Gisèle Pélicot en el juicio en Avignon. Lo importante es creerlas.
Si hoy una importante mayoría está dando credibilidad a las víctimas y no pone en cuestión sus acusaciones es gracias a la incansable lucha feminista, desde el #Metoo al #YoSíTeCreo, pasando por la ley conocida como del ‘solo sí es sí’, que supuso una redefinición jurídica y social del consentimiento en las relaciones sexuales. No debemos olvidar que los avances en materia de igualdad de género se han conseguido, y se siguen promoviendo, gracias al feminismo como teoría, como práctica política y como movimiento social. Sin embargo, lo ocurrido también daña su legitimidad. Es sumamente negativo que un hombre que había abanderado la causa feminista desde la izquierda evidencie la impostura e hipocresía con su comportamiento. En este sentido, cabe recordar que el feminismo ha tenido que afrontar históricamente el dilema sobre si luchar en solitario o aliarse con otras luchas y reivindicaciones y, lamentablemente, muchos políticos han terminado minimizando la importancia y relevancia de la reivindicación feminista tanto en la definición de la agenda política como con sus hechos.
También es muy perjudicial que, dado que parece que lo ocurrido se conocía desde hace tiempo en determinados círculos mediáticos y políticos, no se interviniera antes. Debemos preguntarnos por qué no se actuó más rápida y tajantemente; y la respuesta es muy posible que nos remita, de nuevo, a las estructuras de poder, al miedo de las víctimas y a la minusvaloración de las acciones perpetradas. Las organizaciones, todas ellas, también los partidos políticos, deben incluir en sus estructuras y normativas protocolos que definan de forma clara y contundente cómo actuar en casos de violencia machista. Es importante que las víctimas sepan dónde pueden acudir y que la respuesta sea rápida, confidencial, tajante y que garantice la sanción al maltratador cuando se acredite la agresión.
Estas cuestiones no pueden dejarse en manos del compromiso de quien ostente el liderazgo en una organización en un momento dado, o ser reguladas meramente en un texto genérico e inoperante. Sumar se había dotado de instrumentos para hacer frente aun caso de violencia machista. Su código ético establece que «no se tolerará ningún tipo de comportamiento o actuación machista (…)»; sus estatutos recogen que quienes asuman cargos deberán dimitir cuando «se abra juicio oral contra su persona por delitos de corrupción, violencia de género (…)». Y su ponencia organizativa incluye en su título 8 un ‘protocolo feminista’ en el que se sientan las bases para una cultura organizativa feminista asumiendo el compromiso de «redactar un protocolo contra las agresiones machistas y LGTBI fóbicas».
No pongo en cuestión el carácter feminista de la naturaleza política de Sumar, pero es evidente que la voluntad de articular una cultura organizativa feminista no ha sido suficiente para responder con más celeridad a las acusaciones, sin menoscabo de que, finalmente, ha favorecido y permitido la salida inmediata de Errejón del partido político.
Sin duda, algo sigue fallando en nuestra sociedad y en sus organizaciones cuando muchas víctimas de agresiones sexuales no pueden revertir el lado de la culpa y la vergüenza y sienten más miedo que aliento a la hora de denunciar o contar lo ocurrido. Debemos exigir tolerancia cero –real y efectiva– a cualquier forma de violencia machista. Mientras no sea así, las mujeres seguirán estando en riesgo en sociedades que perpetúan la desigualdad de género estructural.
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